Por eso escribo

Por eso escribo

Chepert HPN

08/08/2018

Hoy desperté intentando recordarte y, te seré sincero, cada vez me cuesta más trabajo encontrarte. Los años me envuelven, se aferran a mis piernas y parece que buscan enterrarme en la tierra. Frente al espejo veo, cada vez más desgastado, aquel ímpetu que tuve de joven. Con mis manos exploro mi piel acartonada y descubro pliegues y arrugas que la noche anterior no me acompañaban. Abro el grifo y mojo mi rostro en el agua, tratando de despertar de una pesadilla que no advertí el momento en el que comenzó. Me cuesta reconocer los rostros que veo día a día, cada vez me parecen más distantes, al punto de hacerme sentir como un turista de mi propia vida. Cada olvido me vuelve más ajeno a mí y, de lejos, la muerte me saluda. Negra, te confieso que te extraño.

De cuando en cuando, mi memoria se refugia en tí. Sueño de día y navego en recuerdos difusos. La única prueba que tengo de que son reales es que conmueven mi corazón, como una dulce caricia que ocurre al caer la noche. Todo cambió el día en que Dios decidió alejarte de mí. El cielo necesitaba ángeles y tú eras, sin lugar a dudas, su mejor opción; así como tú fuiste la luz que iluminó mi corazón.

Salgo del cuarto y es de noche. La luna me mira desafiante. Su brillo me recuerda al de tus ojos. Me recuerda a esa mirada cautiva de un amor que juró ser para siempre: en la vida y en la eternidad. Siendo jóvenes, prometimos permanecer juntos hasta nuestro último día. Ya de viejos, soñábamos partir de la mano al sueño eterno, para que ninguno de los dos tuviera que sufrir. Hoy te confieso, mi negra, que cada momento sin tenerte a mi lado se vuelve una eternidad. Es la muerte lenta.

La luz se escapa de mis ojos como el último suspiro se escapa de los muertos. Ahí en la soledad, me siento y reflexiono: todo sería más fácil contigo a mi lado. Sumergido en la oscuridad, un destello parece iluminar la penumbra total. A lo lejos se escuchan unos piecitos inquietos. Alzo la mirada y te veo reflejada en los ojos de un infante. Es nuestro nieto, tiene cinco años, y ya es todo un hombre. Camina gallardo, como cuando yo era joven. Tiene tu mirada y tu sonrisa. Esa sonrisa llena de vida. Ya está la cena, abuelito –me advierte.

Hoy, vida mía, te recuerdo más vívida que nunca. Creo, amor mío, que es por éso… porque anhelo sentirme un poco más cerca de tí. Negra, por eso es que escribo después de tanto tiempo.

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