Estaba enferma la madre de siete hijos, enferma al punto que le costaba respirar y le costaba seguir con vida. Y es cierto que le gustaba fumar y que esa adicción la había llevado a su próximo final. Claro está, los golpes de la vida, los embates cotidianos, le habían quitado fuerzas y quizá creía que el cigarrillo la calmaba.

Era una mujer progresista, de ideas innovadoras y trataba de entender las diferentes lineas de pensamiento, los logros y las decepciones de cada uno de sus siete hijos, tan diferentes entre si, tan amados por ella, y tan convocados por su presencia.

Sus diecinueve nietos, lograban que su lucidez no decayera, y ella opinaba de todos los temas que ellos le aportaban. La autoestima, el estudio, la música, la política, las interacciones de la persona con su entono, el amor, el desamor, eran temas que ella debatía con sus nietos. Y para ellos, ella era la Pachamama, la Madre Tierra que seguía dando frutos. Era la abuela copada, con quien se podía hablar o insinuar todas las preocupaciones o picardías que no hablaban con sus padres,

Ella no era muy demostrativa con mimos, con caricias. Sí lo era con palabras, con el oído siempre atento, las recomendaciones que les daba y que no se supo dar ella.

Ella había sembrado y cosechado ese amor proveniente desde lo mas profundo de su ser, por eso, el día en que decidió partir, pidió que no la internaran. Porque quería morir en su casa, rodeada de todos sus seres amados, que le tomaran sus manos suaves, que le cantaran canciones y que la arrullaran.

Partió sintiéndose acompañada por sus hijos y sus nietos, quienes le cantaron «Recuérdenme», cantada por Teresa Parodi, tema que previamente ella había elegido.

Se fue tranquila, quizá con algunos secretos, con muchas vivencias propias y relatadas, con su mirar atento, con su firmeza en el amar, en el hacer, en el pensar y en el sentir. Así se fue, acompañada por todos sus amores que le cantan todos los días.

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