Artículo publicado en el diario digital www.astorgaredaccion.com

Dibujo de Ana Alonso Giménez

En los 365 días de cada año no faltan varias santidades por jornada. Es la presencia religiosa de cada calendario. Quizás la que, por tradición, resulte más familiar. La sociedad laica pide su presencia en el taco y dedica todas las fechas del mismo a un colectivo o a una causa reivindicativa. La costumbre se impone poco a poco, pues las onomásticas de cada cual se diluyen en el olvido, ante el empuje social del cumpleaños, y solo adquieren testimonio presencial el día de nuestro nombre o el referido al patrón de cualquier localidad. En cambio, la globalización nos invade de días internacionales que son llamadas a la toma de conciencia sobre la problemáticas de los grupos más diversos. Tengo entendido que hay hasta una jornada dedicada a los zurdos.

Cuando niño, viví la prodigalidad de estas fiestas de santidades, siempre de guardar y no recuperables en lo laboral, que hoy han desaparecido por completo de las fechas grabadas en rojo en las agendas. Ahí están el día del Apóstol Santiago, de San Pedro y San Pablo, o de San José, que aún conserva la aureola del Día del Padre por imperativos más comerciales que celestiales. Eran tiempos, en que esta España se retrataba en El Pardo y en los templos, en los uniformes y en las sotanas, en los sables y en los hisopos, en los desfiles y en las procesiones..

Hoy, 26 de julio, me acabo de enterar de que a las santidades del día de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesucristo, se une el recuerdo a todos los que son y están, es decir un Día de los Abuelos. Felicito por la oportunidad de esta simbiosis entre lo religioso y lo mundano. De justicia es tal reconocimiento. Creo que pocas discrepancias pueden avivarse en momentos como este, sobre el valor vertebrador en la familia del más ilustre de los rangos parentales. Los yayos son la fiel retaguardia de las esencias y solidaridades familiares, hasta el punto de retomar la figura paterna, con casi todas sus consecuencias, en los que se presumen años tranquilos de la jubilación.

El verano es la época más visible de esta generosidad inagotable con los nietos y los hijos de estas personas, que, a su vez, son hijos suyos, pero ya con nido propio. Terminado el curso escolar, el refugio inalterable de los más pequeños es el hogar de estos viejos con ánimo aún para ser cuidadores, transportistas, educadores, compañeros de juegos, consejeros y acompañantes de chiquillerías inquietas, cuando los ánimos y las osamentas están más para el discurrir tranquilo de cada día. Y, sin embargo, ahí están. Los ves felices junto a su prole de dos generaciones mediantes. O empujando carritos de bebé con el rostro fatigado, pero sin perder detalle de lo que acaece en torno al inocente dormilón.

Son los nuevos patriarcas, ellos y ellas, de esta sociedad tan complicada en la estructuración familiar. No se arredran tampoco en las ayudas económicas, cuando son menester, por los latigazos del paro, convirtiendo la escuálida pensión en escudilla colectiva o, más aún, en remedio milagroso de panes y peces para multitudes. A cambio reciben la impagable recompensa de pequeñajos corriendo sin control hacia sus brazos, siempre abiertos, para recoger su amor y cariño, junto a la deliciosa exclamación ¡¡¡abuelooooo!!! ¡¡¡abuelaaaa!!!

Por favor, no hagamos de este Día de los Abuelos, con el tiempo, otra añagaza comercial, como ocurre con padres, madres y enamorados. Estas personas reciben con el beso de sus nietos, con sus conversaciones casi ininteligibles, con el ánimo para no arrumbarse en la vejez, con la reedición de una vida de padres que se bloqueó en el síndrome del nido vacío, pero que vuelve ahora a tener polluelos, y, simplemente, con verlos crecer, la mejor de sus gratificaciones. No hay deuda familiar hacia ellos, pues jamás la reclamarán, sino social. El abuelazgo es una institución de estos tiempos que ha hecho los méritos más reconocibles por una sociedad mejor. Preocupa, y mucho, a educadores y pedagogos, el largo tiempo en soledad de niños y adolescentes, así como las consecuencias que generan compensaciones desmesuradas por esa desatención, y no han ahorrado elogios hacia la figura de los abuelos como impulsores de valores que jamás deben perderse. Son todos los días la red protectora de cada familia. Bien merecen su día.

ÁNGEL ALONSO

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS