La Reliquia, cap. 16, «Monte Destartalado (Tumbledown)»

La Reliquia, cap. 16, «Monte Destartalado (Tumbledown)»

XVI

Monte Destartalado (Tumbledown)

La escena parecía pintada por Rembrandt. Una figura extraña, cuasi cadavérica, calva, ensimismada, a la que una tenue luz le arrimaba algo de color en su piel exangüe. Rodeada de un par de hombres recios, morochos, fornidos, sin ningún amaneramiento, ocultos entre sombras, apenas tajeadas por brillitos que resbalaban de la piel del centenario como escamas en el aire.
Si “La Reliquia” estaba malhumorada, llegaba la mujer, aquella a quien llamaba a veces María de los Remedios, otras, Manuela, casi nunca Amanda, y que lo untaba en aceites y perfumes y cuidaba con esmero maternal de las escaras. Era un fenómeno que despertó siempre la curiosidad femenina: hueso pelado, casi, la piel soportaba el rigor de la posición sin sufrir mayores laceraciones. Era una bendición, si no habría avanzado un estado de putrefacción. Durante decenios, el antibiótico era un asunto de gualichos, solo después de que el ejército de EEUU lo liberó de su secreto militar, llegó al mundo corriente a evitar infecciones que resultaban siempre mortales.
Pero el ilustre parecía inmune a ello. Ni sus dientes podridos, ni sus lagrimales resecos, ni su ajada piel, sufrieron el embate acosador de esos malignos microorganismos dispuestos a devorar al enfermo silenciosamente. Era un prodigio que los “Pérez” y aquella señora de mano suave, agradecían.
Las veces que estaba sereno y lúcido, parloteaba como si aún pudiera discursear en el Cabildo al que rodeó de sus chisperos, a fin de sacar del medio a quien pretendiera abortar la revolución por la que luchaba desde hacía años. Las brevas maduras iban a ser defendidas a pistoletazos y puñaladas. Los opresores de la península habían sido arrollados por la maquinaria militar napoleónica y el pueblo alzado en armas con el Empecinado como estandarte, llevaba adelante su guerra de la independencia. La conquista colonial empezaba a caer en el embate final independentista, tras trescientos años de lucha sin cesar.
Amaba ese relato militar que su séquito le repetía una y otra vez a su pedido. Hubiera dado lo que no tenía por haber vuelto a los desafíos de la guerra. Aprendió a conocer monte Destartalado, tanto como conoció la geografía donde libró la batalla más trascendental de su jefatura.
—M’hijo –llamaba con cierta melancolía.
—¿Mi General? –respondía siempre solícito “Pérez”.
—Cuénteme esa historia… la de ese monte ruinoso…
—¿La del monte Destartalado?
—¡Destartalado! ¡Como yo! –y lanzaba una risita aguda, irreconocible, gutural.
—Como no, mi General. Para nosotros siempre está bueno leer estas cosas de valientes. Hace bien al alma, aquí lejos de todo…
Y comenzaba el relato, a veces puntilloso, a veces a trazos gruesos, pero siempre entusiasta.
—Dicen que la cuarta Sección de la compañía Nácar del Batallón 5 estaba localizada en el extremo oeste del monte Destartalado, y que su frente apuntaba hacia el sur, para batir con fuegos de flanco al valle que quedaba a su frente –comenzó “Pérez” la lectura atrayendo la atención de “La Reliquia”.
—La sección tenía un frente de aproximadamente ciento cincuenta a doscientos metros y su extremo derecho volteaba hacia el oeste, cubriendo ese sector en el extremo de la altura. Tenía una profundidad aproximada de cincuenta metros, incluyendo una posición de cambio ubicada justo a su retaguardia en la cresta topográfica del monte Destartalado, entre treinta a cincuenta metros, más o menos, respecto a la posición principal.
“La Reliquia” asentía con suaves movimientos ascendentes y descendientes de su cabeza calva.
—La compañía al final llegó a sumar cuarenta y cuatro hombres, entre los del ejército de mar, que eran mayoría, y los del ejército de tierra.
—Apenas un grupo –dijo el ilustre.
—Más o menos. Estaba al mando un teniente de corbeta, mi General, un tal Vázquez. Un suboficial segundo de apellido Castillo, un cabo segundo Tejada, un subteniente Silva, entre otros.
—¿Silva? ¿Cómo la Martina Silva, la casada con Gurruchaga? –preguntó el General rememorando a aquella guerrera de la independencia–. ¿Serán parientes?
—¡No creo, mi General! Eso fue hace mucho, y esto pasó hace pocos años. Será Silva, pero de seguro que no es pariente de la mujer que usted dice…
—Para mí que habrían de ser familia…–insistió–. El mismo apellido, los dos guerreros, valientes.
—Valientes, seguro, pero parientes, no me parece, mi General… pero vamos a averiguarlo. Sigo, si le gusta.
—Siga, hombre… no se detenga.
—Una mañana del 13 de junio, compañías de la guardia escocesa fueron trasladadas al oeste del monte Destartalado.
—¿Los ingleses usaban a los escoceses en la pelea? –preguntó “La Reliquia”.
—Son todos del Reino Unido, mi General. Los ingleses hacen combatir a cualquiera si eso les ahorra su sangre.
—Por su puesto. Los godos hacían combatir a los americanos contra los americanos. Toda sangre americana se perdía y la de ellos se guardaba para disfrutar las riquezas de nuestros naturales. ¡Todavía me critican por el perdón de Salta!
—En fin –retomó el suboficial su relato–, los ingleses querían hacer un combate de distracción al sur del monte por un pequeño número de guardias escoceses con algunas piezas de artillería.
—¿Escoceses? ¡Escoceses! No me acuerdo si vi pelear escoceses… Los irlandeses sí que eran buenos… fíjese Brown, ¡qué tipo con unas pelotas así de grandes! –decía al tiempo que representaba con sus manos el tamaño de la valentía del almirante–. Ese no le tenía miedo a nada…
—¡Ya lo creo! “¡Fuego rasante que el pueblo nos contempla!”, gritaba en medio de una balacera que hacía orinarse encima al más pintado… ¿Se acuerda, mi General?
—¡Cómo no me voy a acordar! Alguien me lo hizo saber en alguna revuelta por los caminos. Dicen que los hizo hocicar a los imperiales y su flota…
—Así fue, señor –confirmó la aseveración de “La Reliquia”.
—¿Seguimos con el Destartalado?
—Sigamos, pues…
—El ataque principal sería un avance de tres fases proveniente desde el oeste del monte Destartalado. En la primera fase, una compañía de un Mayor invasor tomaría el extremo occidental del cerro. En la segunda fase, una compañía flanco izquierdo de otro Mayor pasaría a través del área ocupada por los que les nombré antes para capturar el centro de la cumbre y, en la tercera fase, otra compañía flanco derecho de otro Mayor gringo pasaría por el flanco izquierdo para asegurar el extremo oriental de destartalado.
Se había previsto inicialmente un asalto durante el día, pero se aplazó a petición de un teniente.
—¡Un asalto cuesta arriba sería un suicidio! –exclamó “La Reliquia”–. Yo lo leí de Napoleón: “Uno de los principios de la guerra de montaña: no atacar nunca las tropas que ocupan buenas posiciones…” No me acuerdo si trataba sobre las campañas del General Turenne… ya me voy a acordar…
—Seguramente… En el inicio de la batalla, la Nácar ocupaba el monte Destartalado. Una vez desplegados los ingleses, el combate se dividió en distintas fases, sabe, un ataque de distracción al Sur de monte, un ataque sobre la saliente Oeste del Destartalado, y un ataque del que se proyectaría hasta la saliente Este.
—Tiene que venir con un mapa, así me ilustra la geografía… ¡Hay que estudiar el terreno antes de la batalla! –afirmó con algo de severidad el centenario General.
—Se lo debo mi General, para la próxima… no se me retobe. Acá es muy difícil conseguir mapas.
—¡Dígale a “Goyeneche” que le traiga el mapa…!
—¡Cómo si fuera tan fácil, mi General! –explicó el suboficial para seguir con su lectura.
Continuó leyendo el suboficial:
—El esquema defensivo patriota estaba preparado para enfrentarse a un ataque inglés cuyo eje se debería encontrar al Sur de monte Destartalado. Por ello, los ingleses prepararon un ataque de distracción en ese sentido. La aproximación se iniciaría al ponerse el sol, así los criollos no podríamos percibir la magnitud del ataque ni reforzar rápidamente monte William.
—¿Otro monte?
—Sí. Cuando consiga el mapa lo va a ubicar mi General-
—Qué pena no poder ver la cartografía ahora. Me confunde no saber cómo era el terreno.
—Bueno, le decía mi General, ese pelotón gringo se encontró con una inesperada resistencia en las posiciones adelantadas, y el intercambio de fuego fue feroz y duró dos horas: dos británicos murieron y cuatro fueron heridos. También perdieron alguna pieza de artillería.
Así que los gringos se retiraron temiendo un contraataque y pronto se encontraron dentro de un campo sembrado de explosivos
—¿Sembrado de explosivos?
—Sí, mi General, y abandonaron sus equipamientos. Ahí fueron heridos dos hombres cubriendo la retirada británica y cuatro más resultaron heridos por las minas explosivas.
—¡El plan de minas de Sentenach y Llach para volar a los ingleses del fuerte! Quisieron hacerme jurar fidelidad a la reina de Inglaterra y por ello me pasé a la banda septentrional del Río de la Plata, y me instalé a vivir en la capilla de Mercedes.
—¿El plan de minas? Puede ser, aunque no lo conozco. Pero acá no habla de ningún plan de minas, se refiere a minas explosivas, –afirmó “Pérez”–. Esas explosiones alertaron a los hombres del pelotón del suboficial Cuñé en monte William que abrieron fuego con sus morteros de 81mm obligando a los sobrevivientes ingleses a abandonar sus muertos.
—Y el bombardeo, ¿cuánto duró?
—Cuarenta minutos… –afirmó el suboficial.
—Buena trenzada, ¿no?
—Ya lo creo mi General. A las dos de la madrugada los ingleses quisieron hacer un nuevo asalto de distracción, pero les salió para el carajo. Un fracaso. Pero a las nueve de la noche, del domingo 13 de junio, se inició un intenso fuego de artillería sobre la cuarta sección, que duró como dos horas, o un poco más… hasta las 23:15. Allí Vázquez quedó sin comunicaciones, y para entonces el fuego de artillería de los invasores era muy fuerte, sabe mi General, y no pudieron reorganizar las comunicaciones.
—¿Y Perdriel no llegó a auxiliarlos con sus doscientos patricios?
—No mi General –señaló “Pérez”–. Perdriel combatió con usted, en otra campaña. No estaba disponible en el Destartalado…
—Qué pena… Buen oficial, aseguro.
—Le creo mi General. Entrada la madrugada de esa noche el fuego de artillería –retomó su relato, el acompañante– se detuvo y se les fueron encima las tropas de infantería de los ingleses que pasaron al asalto de la posición, cruzando la misma en dos olas. Una lo hizo de Sur a Norte, y la otra de Oeste a Este.
El asalto se ejecutó en línea, mi General, haciendo fuego con las armas desde la cadera a una distancia de aproximadamente cinco metros hacia delante, los gringos venían con sus bayonetas caladas, a pasarnos a degüello, eran más de doscientos.
Pero todos los soldados patriotas abrieron fuego comenzando un combate en el que usaron fuego de fusiles, granadas, ametralladoras, bayoneta ¡y hasta trompadas!
La cosa se puso difícil mi General, los nuestros estaban mezclados con los gringos, el combate se generalizó en todo el frente y retaguardia de la sección. Los ingleses sobrepasaron nuestras posiciones, se colocaron también en la retaguardia y quedaron mezclados entre las posiciones nuestras. Allí, mi General, se combatió cara a cara, a diez metros, a lo sumo a veinte, que, si no lograba batir a los defensores argentinos, terminaba con una arremetida inglesa contra la trinchera y ahí se combatía a bayonetazo o a las trompadas, a mano limpia.
—¡A vosotros se atreve argentinos, el orgullo del vil invasor! Cantábamos a viva voz antes de combatir para sacudir el injusto yugo que gravitaba sobre nosotros. ¡Cantemos el Himno que si las vecinas de arriba nos oyen tocarán en los pianos para nuestra alegría! ¡Cantemos todos!
Se oía ¡Oíd mortales el grito sagrado! Y Guadalupe trataba de acercarse a la habitación prohibida, pero Amanda siempre lo impedía cuando se presentaban esas circunstancias.
Desde el piso superior, un himno a cuatro manos respondía a las voces varoniles, que hacía que “La Reliquia” vibrara de alegría y golpeteaba contra una maderita que usaba de bandeja, como si fuera el tamborcillo de Tacuarí que llegaba desde su lejana tumba a visitarlo…
—¡Tantas glorias hollar vencedor!
A la excitación del Himno patrio le seguía una larga calma para reponerse a la fatiga de esa emoción enraizada en historia centenaria.
—Entonces, estos hombres que estaban peleando como tigres, se dan cuenta de que los ingleses le estaban tirando por la retaguardia… tenía que estar un teniente conduciendo a sus hombres para evitar que el gringo cope la retaguardia, pero el hombre se había ido.
—¿Abandonó su posición? ¡¿Y el reglamento militar?! Yo lo apliqué muchas veces; todas las necesarias, nunca me tembló el pulso para ello.
—No sé mi General si abandonó su puesto o recibió la orden de retirarse. Lo cierto es que el tipo se fue, y que yo sepa no le pasó nada. Aguantaron hasta la una de la madrugada del siguiente a pesar de que la superioridad de los ingleses era enorme.
Entonces, ese teniente de corbeta del que le hablé al principio, ese Vázquez, ¿recuerda? –“La Reliquia”, con un leve movimiento de su cabeza asintió–, les dice a sus hombres que agarren la artillería y disparen sobre la propia posición…
“¡Saquen el afuste!”, gritó Vázquez, “y tiren hacia arriba, ¡carajo! ¡Tiren!”. Y había que ver a esos soldados cojudos que se organizan y cumplen la orden. Sosteniendo con sus propios pies y sus propias manos el mortero. Descargaron toda la munición sobre su posición. Se estaba combatiendo cuerpo a cuerpo, la orden se cumplió y los ingleses rajaron. Ya era muy tarde, bastante más de la media noche y los paisanos tuvieron un respiro. Cuando vieron rajar a los ingleses, la tropa celebró eufórica.
—¡Fue una gloria para mí, ver qué resultado de mis lecciones a los infantes para acostumbrarlos a calar bayoneta, el ataque fue ordenado y poderoso! Dispuse, creo, la formación de la infantería en tres columnas, con cuatro piezas para los claros y caballería que marchaba en batalla.
“La Reliquia” miraba absorto a un punto indefinido de la habitación, reconstruyendo sus recuerdos–. Yo me hallaba a menos de tiro de cañón del enemigo… y ¿sabe?
—¿Qué mi General? –acompañó “Pérez” la intervención de su ilustre protegido.
—Mandé desplegar por la izquierda las tres columnas de infantería, única evolución que habían podido aprender en los tres días anteriores… Y la verdad, le digo, se hizo esta maniobra con mejor éxito que en un día de ejercicio.
—Poca preparación, mi General –sostuvo “Pérez”.
—En fin… es mejor no echar mano de paisanos para la guerra, a menos de verse en un trance tan apurado como en el que me he visto. Pero ¡cómo se comportaron esos paisanos! Yo no había reconocido el campo de batalla –y tomándole la mano al suboficial, le dijo con cierta energía– ¡Por eso quiero ver la cartografía! No hay combate sin conocer el terreno.
—Sí, mi General, la próxima traeré los mapas, no me rete más.
—No se me pasó por la cabeza que el enemigo intentase venir por aquel camino a tomar la retaguardia del pueblo, con el designio de cortarme la retirada, y quedé en posición desventajosa.
—Quedó como Vázquez, en franca desventaja…
—¿Vázquez? ¿El del Destartalado?
—Sí, señor, el mismo… – confirmó – ¿Quiere que siga con la historia?
—¡Claro! ¡Siga! ¡Siga!
El suboficial retomó el relato.
—El teniente Vázquez pidió refuerzos y su jefe le decía “ya están llegando”, “ya están llegando”, pero no llegaron nunca.
—Recuerdo siempre al que no fue en mi auxilio, con el cuerpo de Húsares de que era teniente coronel, intrigando y esforzándose con sus oficiales en difamarme y hacerlos consentir semejante cobardía, exceptuándose uno, que en su honor siempre cito su nombre: ¡Don Blas José Pico!

—Mi General, a las dos de la madrugada empezó de nuevo un bravo fuego de artillería, y atrás otro asalto de los ingleses, pero esta vez desde el sector Sur. Más de doscientos soldados invasores atacaron a los valientes argentinos. Y como algunos ingleses habían quedado arriba, en la cima del monte, también abrieron fuego desde la retaguardia de la plaza criolla. La cosa estaba realmente jodida.
El combate siguió, mi General, cuerpo a cuerpo, con bayoneta, a las trompadas, iban y venían las granadas y mucha artillería tronaba por todos lados. Y se hacía fuego con las ametralladoras sin el afuste, desde la altura de la cadera o usando el parapeto, porque se combatía a corta distancia, cuerpo a cuerpo.
Silva gritaba: “¡Vamos carajo! ¡Viva la patria, carajo! ¡No aflojen que acá sobran huevos! ¡Viva la patria!”
Los nuestros combatían a veces contra dos o más ingleses que le hacían fuego desde apenas diez o quince metros de distancia, por el frente y por la retaguardia. ¡Había que aguantar semejante ataque!
La situación estaba espesa, mi General. Y como los combates eran cuerpo a cuerpo y la situación era grave, Vázquez ordenó a los morteros de 81 mm que batieran su posición para aliviar la presión. Pero el asunto no mejoraba. Por ese tiempo murió Silva, un sanjuanino valiente como el que más.
Vázquez era un hueso duro de roer y antes de que el invasor volviera a consolidarse pidió a la artillería de campaña que tire sobre su posición. La artillería, mi General, batió la posición. El propio Vázquez regló el tiro. El primer disparo no lo vio. El segundo cayó muy lejos, y al final batieron de lleno a la Sección.
A eso de las cuatro de la mañana algunos hombres ya no tenían más municiones. Otra vez, más de cien gringos lanzaron una ola de ataque para hacer caer la posición.
Desde entonces y hasta ya naciendo la mañana, a eso de las siete, cada hombre combatió solo en su pozo. Casi no existía apoyo mutuo y ya no se respondía a las órdenes. A esa hora casi no había disparos. Solo quedaban el pozo de Vázquez, el de su izquierda y el de la derecha. El pozo de la derecha se quedó sin munición. No había fuego de armas de apoyo. Vázquez y sus hombres cayeron prisioneros de los británicos, el combate llegó a su fin.
Pero a Vázquez todavía le faltaba una amarga pasada. Los ingleses lo tomaron prisionero y lo molieron a palos.
—Sufrió como el noble Warnes, que fue amarrado, engrillado, insultado y se le propinaron todo tipo de males… –rememoró “La Reliquia” las contingencias de su oficial en la campaña del Paraguay.
—A Vázquez le simularon un fusilamiento para obligarlo a delatar a otras fuerzas patriotas. Aguantó y lo salvó ¡un escocés! El inglés es ladino, alma de conquistador, de pirata…
El ilustre, por entonces, dormitaba. Hasta la mañana siguiente se envolvía en sueños extraordinarios que lo llevaban hasta sus glorias pasadas, bajo la atenta observación de aquellos “Pérez”, siempre vigilantes.
Amanda perfumaba con sus fragancias el cuartucho, y proponía un estado gratificante para pasar las noches silentes y acariciar de perfumes el sueño abrumado del héroe centenario.

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