No te servirá cambiar de trabajo. No sé, podes cambiar la rutina, comenzar el gimnasio. Te podes comprar una remera nueva, estrenar un estampado nuevo. Volverte fitness para estar a la moda. Desayunar una tostada con palta, tomate y orégano, aunque nunca en tu puta vida te haya gustado el orégano. Podes comenzar una nueva carrera: filosofía, higiene y seguridad, chef o peluquería. Y capaz, en el medio, te pinta el heavy metal y te haces uno o dos tatuajes. O capaz pensas que mudarte es la solución. Irte soberanamente a la mierda… sí eso es lo que necesito, mudarme de este lugar de mierda. Porque claro, la culpa de todo, nunca va a ser tuya. Siempre es tu jefe, la puta de tu amiga. De tu vieja que no te mandó a clases de canto cuando eras chiquito y ahora no podes ser un cantante famoso (cantas para la mierda, pero la culpa es de tu vieja).

Nos pasamos la vida cambiando de cosas. Buscamos llenar el vacío y en dónde no nos encontramos un poco más llenos que el lugar anterior, nos quejamos, culpamos y nos vamos a seguir quejando y culpando en otro lado.

Ojo, capaz que te sale bien. Te mudas, te compras un perro o adoptas un gato. Dejas el laburo y comenzas el emprendimiento de tu vida. Ya no te quejas de tu jefe de mierda, porque ya no tenes jefe. Ah, pero ¿cómo afecta el aumento del dolar no? Aún así no te rendís a la primera, no, esta vez no. Esta vez decís que le vas a poner pecho a las balas. Y suponete que duras, con el emprendimiento nuevo, un par de meses más que el laburo anterior. El perro comienza a crecer, ya no es bebito, ya tenes que sacarlo a pasear obvio, pero te da paja. No lo haces. Y caga y mea adentro de tu departamento. No le das bola. Conoces una mina que coge mejor que la anterior, y no sé, capaz es un poco más simpática. Te pones de novio. Y decís: ahora sí, todo va bien. Éste es mi año. La mina va a tu departamento. Obviamente el piso está cagado y meado por tu perro maleducado que no sabe cagar en el balcón. La ropa en tu pieza está tirada por todas partes. Tenes mezclados los boxers limpios con los sucios, por lo que cada vez que levantas uno lo oles para saber cuántos días de vida le quedan. Y de la cocina sale un olor rancio porque dejaste estancada, hace cinco días, una montaña de platos. Da miedo mirarla, pero da más miedo, lavarla.

Pero la culpa de todo jamás va a ser de las tres o siete cervezas que tomás antes de ir a dormir. De las cervezas que te revientan el estómago, que no te permiten levantar y sacar a pasear al perro para que cague afuera. De las cervezas que te amortiguan la lengua, las ganas, las ideas; el alma. De las cervezas o el licor, porque a estas alturas ya no recordas qué carajo es lo que tomaste anoche. Estas destruido tanto que no te podes mantener parado para levantar la ropa del suelo o lavar los platos. La culpa no es tuya, la culpa nunca va a ser tuya. Y para qué hablar de tu conducta insatisfactoria, para qué hablar de lo que no querés ver, de lo que no queres asumir. No queres responsabilizarte de tu accionar y por eso pensas que la culpa de todo es de tu vieja, que no te dejaba ni levantar los platos de la mesa. Y se lo decís a tu novia que se está tapando la nariz y abriendo la puerta de tu departamento para dejarte.

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