Aquella mañana a Manuela aún le quedaba un resquicio de luz dentro de su cabeza y como todos los días, mientras se cepillaba el pelo frente al espejo, emprendía la búsqueda de sus recuerdos antes de que «la mancha», como ella solía llamarla, arrasara su cerebro y se comiera todas sus vivencias… su identidad. Algo no iba bien, no conseguía recordar nada. Miró al espejo y no reconoció a la persona que la miraba.

—madre ¿qué hace ahí parada?—

—estoy consolando a esta mujer tan triste—.

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