La crónica de una venta cotidiana-Parte 1

La crónica de una venta cotidiana-Parte 1

Briam Segura

11/07/2018

El pasado martes fui testigo de una negociación que me dejó helado, sin pestañear, porque hasta entonces siempre creí que las cosas solo tenían un único valor; el precio del mercado. Jamás concebí la idea de que un objeto tuviera un valor mucho más profundo, un propósito más incisivo en el hábito de vivir. No obstante, pude comprender que el segundo valor de las cosas es tan diestro en las necesidades del corazón que puede crear lazos más encarnados que las costumbres, pues este valor es pura y física emoción.

Eran exactamente las cuatro de la tarde de un día despejado. Observaba cómo mi amigo Pedro se deleitaba en la pasión obsesiva de limpiar de su moto. Él lograba, con una cera especial y un trapo viejo, los brillos más refulgentes de la vanidad de un hombre. Su moto, una RX 115, se asemejaba a un diamante pulido. Su tanque azul turquí y sus piezas plateadas cegaban mis pupilas como los rayos del sol. El acto mismo de la limpieza era una ceremonia delirante que no dejaba a ninguna persona indiferente.

Sin previo aviso interrumpió Juan, un antiguo compañero de ventas. Juan es considerado por sus allegados como un gran vendedor. Juan, por quinta vez consecutiva, llegaba un día martes a las cuatro de la tarde, justo a la hora de aquella ceremonia nupcial de cera y trapos limpios. Desde la primera visita su objetivo fue claro; comprar la moto más codiciada del barrio, y tal vez de la ciudad. Pero hasta el momento mi antiguo compañero de ventas no había tenido éxito en su propósito, y yo, afortunadamente, había sido testigo del interminable intercambio de ideas, de la lucha coloquial donde ambas partes quieren vencer; el comprador con una ofensiva de cuantía irrechazable y el vendedor con una negativa inherente. Y fue Juan quien inició de nuevo:

Juan: “Está lista para ocupar la portada de una revista”.
Sus palabras exhalaban un aire de ambición. Su mirada propulsaba una seguridad innata, típica de un vendedor experimentado. Pedro se limitó a responder con una tímida sonrisa pero sin levantar la mirada por temor de confrontar la codicia de un hombre, y ante su intento de escapatoria, Juan añadió con determinación.
Juan: Quiero mejorar mi última oferta.
Pedro: Esta moto cuesta $ 5.000.000 de pesos. A este generoso precio debes aumentarle un poco más de $ 3.000.000 de pesos que invertí en la personalización para que luzca como una reina…

Pedro realizó una pequeña pausa para continuar con otra tímida sonrisa. Se levantó y por primera vez miró los ojos hambrientos de Juan solo para expresar que la moto no estaba en venta, que no tenía precio, que lo olvidará por completo. Después de haber dicho esto, Pedro me lanzó un gesto que significó su decisión final de oponerse a toda tentativa, sin importar los ceros, así que presagié las palabras que Pedro agregó segundos después.
Pedro: Para mejorar tu última oferta deberás superar los $ 9.000.000 de pesos, pero con esa cantidad podrías comprar una moto nueva… ¡Mi moto no está en venta! Y no me interesa el dinero.

Hasta ese momento era verdad que Pedro no sentía tentación alguna por las cuantiosas cifras y para demostrarlo levantó una muralla casi impenetrable; su resistencia no se rompería con simples objeciones materialistas. Y mientras tanto Juan, el gran vendedor, escuchaba impaciente y trataba de encontrar una pequeña fisura en aquella muralla. Nunca puso en duda la determinación de Pedro porque desde el primer día pudo entender que el dinero no tendría valor en una RX 115 que no era un objeto; era algo mucho más valioso que además dictaba las reglas de un estilo de vida.

Desde el primer día el gran vendedor entendió en el acto que aquel objeto era física emoción, que era un sentimiento capaz de brindar verdadero sentido a la vida.

Continuará… Espera la segunda parte.

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