La triste historia de P…

La triste historia de P…

Ramses Yair Ayala

08/07/2018

La habitación lucía adecuada a su mirada después de revisar por quinta vez todo el entorno y de haber cambiado todo aquello que no encajaba con el escenario de fantasía que se había formulado en la cabeza. Las ventanas abiertas para dejar entrar el aire, cortinas corridas que se movían de vez en cuando con el poco viento que soplaba, y que pretendía ocultarlos de la mirada morbosa de algún vecino que, por casualidad, se encontrara en el justo instante para presenciar tan peculiar escena. Colocó perfectamente los cojines de su sofá. Recorrió también la mesita que quedaba a un par de pasos para dejar un espacio considerable en la alfombra por si en el frenesí del acto decidían terminar en el piso. Subió a su sofá para ver si su cuerpo se reflejaba en el televisor apagado; vio su enorme y redondeado trasero. Pensó que había sido una locura haber tomado el teléfonoy llamar al amigo de la secundaria que no veía desde hace un par de meses para decirle que necesitaba verlo, para pedirle charlar e invitarle una cerveza en un bar cercano. Se sentía una mentirosa.

Había sido cuidadosa en cada detalle. Se reía mientras recordaba cómo se le había ocurrido la loca idea después de haber escuchado a uno de sus pacientes platicarle sobre su extraña teoría de que la abstinencia sexual lo acercaba a una inteligencia extraterrestre. ¿Abstinencia? Ella estaba desesperada por sentir algo introduciéndose en su delicada y bien formada vagina.

Recordó cuando miró discretamente el reloj de su muñeca, deseando que el tiempo transcurriera con mayor velocidad; cuando por fin terminó el tiempo de su paciente y lo despidió con una cordial sonrisa; cuando ordenó a su compañera que no le comunicara a nadie y cerró la puerta con seguro, cuando se desabotonó el pantalón, humedeció un par de sus dedos en la boca y haciendo a un lado las bragas, acarició su clítoris con suaves movimientos, para después introducir sus dedos. Se sintió limitada al no poder dejar escapar un solo gemido y fue cuando pensó en Carlos. -Carlos… pero ¿Si no le agrado? No seas tonta, la última vez que se vieron te abrazo tan fuerte que sentiste su miembro tan cerca de ti, que puedes jurar que lo que sentiste fue una erección-.se dijo.

Un mensaje de texto llegó a su teléfono y le hizo volver de sus recuerdos. Carlos estaba afuera de su edificio. Sintió su corazón palpitar rápidamente.

Abrió lentamente la puerta de su departamento. Le ofreció a Carlos un vaso con agua y sentarse en el sofá. Aprovechó para entrar en su habitación y cambiarse de playera con el pretexto de que hacía mucho calor.

Eligió unacamiseta escotada que dejaba ver parte de sus redondeados senos. Se paro frente a Carlos para ofrecerle otro vaso con agua y al percatarse que dirigía su miradahacia su escote, se sentó junto a él.

  • -Carlos,¿Quieres ir por la cerveza al bar o nos quedamos aquí y ponemos música a nuestro gusto? Te puedo ofrecer un buen vodka y me sigues platicando acerca de lo que has hecho en estos meses.- dijo Paola. Ya había lanzado el anzuelo y esperaba ansiosa la respuesta de Carlos.
  • -Me parece perfecto. Francamente prefiero estar aquí bebiendo contigo, sin unos tipillos que exigen su propina y sin estar rodeado de tanto idiota subnormal que se comportan como animales ebrios. Y bueno, con ese lindo escote, el vodka y nuestra charla, creo es más que suficiente.

Paola se sonrojó. A ratos era un tanto insegura por su figura. Encontraba a su rostro armonioso y bello, pero su cuerpo le era desagradable. Nunca había sido delgada. Había tenido que soportar burlas hasta que la naturaleza, en un acto piadoso, esculpió en sus formas unas curvas un poco más definidas que le otorgaron el calificativo de gordibuena.

Su conversación fue larga. Se quejaron de las mediocres relaciones en las que se habían visto involucrados. Se quejaron de sus fastidiosos trabajos. Del puto hartazgo de levantarse todos los días a la misma hora y recordaron lo que se imaginabanque serían de adultos. Eran patéticos y se lo decían el uno al otro mientras el alcohol les iba aflojando la lengua y calentando las hormonas.

Poco tiempo pasó para que Carlos atacara el escote de Paola. Pasó su ensalivada lengua por en medio de sus senos hasta llegar a su boca. Se frotaron con sus manos por encima de la ropa por varios minutos hasta que Paola decidió guiarlo por entre sus carnes.

Se encimó sobre él para despojarse mutuamente de sus prendas. Quedaron desnudos. Carlos iba a decirle algo importante y trató de detenerla, pero en un acto violento de frenesí, Paola introdujo el miembro erecto y lubricado de Carlos en su vagina. Dejó escapar un ligero gemido al sentirlo dentro y comenzó a cabalgar moviendo sus grandes caderas a un ritmo sensual, sintiendo las manos de Carlos aferrarse a ellas, luego acariciando sus senos, sus nalgas… Se miró en el espejo que había justo encima del sofá y se miró hermosa con una sonrisa de satisfacción mientras Carlos le mordía los pezones.

Minutos después llegó el momento final del acto. Ella gemía sin parar y él, extasiado con tal sinfonía en sus oídos, terminó por vaciarse dentro de ella.

Regresaron a la realidad. Carlos tomó sus prendas y se vistió rápido sin dar ninguna explicación. Salió del departamento. Paola no se sintió mal ni utilizada. Ella sabía que su plan había salido a la perfección. Al final de cuentas, ella lo había utilizado y su único error podía remediarse con una pastilla del día siguiente.

Hubiera sido increíble si su problema se resolviera con una simple pastilla. Pero el error era más grande, desde ese día hasta el resto de sus días, Paola tendrá que vivir con sida. Pero eso lo sabrá dentro de unos meses, cuando Carlos se atreva a decírselo. Mientras tanto, continuará con su trabajo, escuchando a sus pacientes, trabajando doce horas y viajando por las calles y el subterráneo de una ciudad como ésta.

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