Vuelo con la imaginación hacia un futuro prometedor. Tengo catorce años y no recuerdo un día en el que no haya soñado con la libertad. Mi padre me dice que olvide todas esas cosas, que uno es de donde nace.

Mi familia sobrevive bajo el umbral de la pobreza. Soy la única niña de siete hermanos, no me han permitido ir al colegio, me educan para otro fin.

Hoy ha venido un hombre a casa, sonríe mientras me mira y habla con mis padres, debe tener más de cincuenta años, no me gustan sus ojos, me da miedo su forma de mirar. Creo que están hablando de mí, tengo que escapar de esta habitación porque el aire se hace espeso y huele a traición. Me tiemblan las piernas, pero logro ponerme en pie y salir erguida hacia la calle.

Una vez fuera empiezo a sentir la necesidad de salir corriendo y descalza comienzo la carrera sin mirar atrás, no siento el calor abrasador del suelo, ni cómo las piedras se clavan en las plantas de mis pies. Avanzo con la rapidez que me impulsa la angustia. Noto los ojos de ese hombre clavados en mi espalda y acelero el ritmo hasta que el agotamiento me obliga a pararme y respirar. No he comido nada en todo el día, mis fuerzas se debilitan, caigo al suelo de rodillas maldiciendo mi propia vida y el día en que nací.

El desierto es infinito y no hay salida para una niña como yo. Permanezco sentada durante horas, hasta que mi madre viene a buscarme y me obliga a regresar.

Me resigno a mi destino y de camino a casa decido dejar de luchar contra lo imposible. Mis padres tienen razón, soy de Niger, negra, mujer y pobre.

Por la noche, mi hermano pequeño se acerca a mi cama y acaricia mi cara mientras susurra en mi oído:

– No dejes que se salgan con la suya, huye, vete lejos – Me besa y lloro por él, por mí y por todas las niñas del mundo que no tienen la oportunidad de elegir.

Me quedo dormida y vuelvo a soñar con una puerta que se abre y me invita a viajar hacia un mundo mejor.

Han pasado siete meses, estoy embarazada. No recuerdo el día de mi boda, pero tengo clavado en el corazón esa noche. Las manos de un extraño acariciando mi piel, el peso de su cuerpo, el aliento rancio en mi oreja, su cara, su maldita cara y aquellos ojos negros y opacos.

Escucho a una vecina decir que hay posibilidad de salir de este infierno. Me presenta a un amigo que me promete un viaje seguro hacia Europa. No tengo tiempo de despedirme de nadie, me gustaría decirle a mi madre adiós, pero sé que no es buena idea, jamás lo entendería. Cojo mis pocas pertenencias y algo de dinero que he robado a mi esposo, me meto en un camión lleno de personas, que como yo, desean salir de esta miseria. Nos llevan a un lugar que llaman «casa de conexión» donde no hay agua ni electricidad, sólo un techo y una estancia vacía que huele a inmundicia y miedo. Permanezco en esas condiciones durante un par de semanas. No distingo si es mi bebé o el hambre el que se mueve en mi barriga. Lloro todas las noches porque no entiendo la vida. Lloro de miedo y rabia, en soledad. Lloro a escondidas.

Por fin llega el día de partir, vuelvo a subir a un camión, nos obligan a desprendernos de nuestros papeles de identificación y nos adentramos en el desierto. El acompañante del conductor no deja de sonreírme. Después de varias horas hacemos una parada para estirar las piernas. Nada más bajar él me sujeta y me lleva detrás de la furgoneta, con una mano agarra con fuerza mis brazos, con la otra tapa mi boca mientras pasa su lengua por mi cuello amenazando con matarme si me muevo o grito. Quita la mano que me asfixia y acaricia mi pecho, separa mis piernas y sonríe enseñando los pocos dientes amarillos que le quedan. No quiero que me bese, no quiero que me toque. Le suplico con mis ojos que me suelte. Se baja los pantalones, le digo muy bajito que estoy esperando un bebé, pero eso le resulta más excitante y sin darme tiempo a reaccionar, me viola. Duele, duele mucho, lloro sin hacer ruido, tragándome las lágrimas y la dignidad. Siento que mi corazón se parte en mil pedazos y sigue moviéndose como un perro sobre mí. El bebé grita en mis entrañas, se retuerce, cierro los ojos y le prometo que saldremos de allí. El odio se apodera de mi cuerpo. No me reconozco. Sólo pienso en la venganza.

Viajamos durante días en unas condiciones infrahumanas. El tipo sigue abusando de mi casi todas las noches. Todos saben lo que está sucediendo, pero miran hacia otro lado y consienten. Nos dicen que faltan pocas horas para llegar al siguiente destino, he conseguido una piedra afilada, pienso matarle en la siguiente parada, sé que sólo tendré unos segundos para hacerlo, salir corriendo y huir.

Cumplo la promesa que le he hecho a mi bebé, corro veloz con las manos manchadas de sangre. Una bala me alcanza en la cabeza, caigo al suelo. Sólo recuerdo cómo se va apagando mi sonrisa y el azul del cielo desaparece.

¡Somos libres al fin!

AB©

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