Blaze! Capítulo 32

Capítulo 32 – Pestis.

¿Qué demonios es esto? –se preguntó Bhasenomot, sacudiendo su brazo afectado–. Bueno, veo que tienen temas personales que tratar, esta cosa pica mortalmente, me retiraré por ahora.

¡Detente! –gritó Blaze, imponiendo la palma de su mano derecha a Bhasenomot, inmovilizándolo dentro del cuerpo humano con su Spiritual Chains–. Los dos me explicarán qué es lo que está sucediendo ahora mismo…

Te dije que esto me pica, libérame de estas cadenas, me desespera esta comezón… –gruño el demonio, hundiendo las uñas en el torso del desalmado cuerpo, haciéndolo sangrar, comenzando a carcajear tenebrosamente–. ¡Suéltame, Blaze!

¿Cuál es el tema con la vaca, Albert? –preguntó la hechicera al alicaído escudero, viendo a Bhasenomot retorcerse en el piso por la picazón de su infectado brazo, riendo de forma insana.

Yo… hice algo que sé que te molestaría y… bueno, fue para ayudarte… –divagó Albert, buscando las palabras correctas para responder a la consulta de su señora.

¡Sólo dilo! –gritó Blaze, haciendo que su escudero se protegiera con ambos brazos como reflejo.

Yo… invoqué a Bhasenomot para saber sus intenciones contigo y… utilicé sangre de vaca para hacerlo, vaca que fue cruelmente asesinada por él, aunque gracias a eso pudimos encontrar por primera vez un trozo de DSH –respondió el amilanado joven, sincerándose completamente con la maga, notando que la infección del brazo usado por el demonio continuaba avanzando al resto del cuerpo.

Son un par de tarados, tú arriesgando tu integridad física por intentar “ayudarme” y tú molestando a un niño haciéndole creer que me enojaré con él por hacer tonteras –dijo la muchacha, reprochándolos.

No le hice creer nada, no inventes –habló Bhasenomot con dificultad, rascándose todo el cuerpo con vehemencia, sangrando por todos lados, carcajeando a ratos, con el torso ennegrecido y lleno de bubones–. Blaze, libérame de este sufrimiento…

¿No estás enojada entonces? –preguntó Albert, con ojos de cachorro.

¡Claro que estoy enojada, con ambos! –gritó Blaze, girándose hacia el demonio–. Vuela, sé libre.

Blaze liberó a Bhasenomot de las Spiritual Chains, pero este no pudo escapar del cuerpo que estaba habitando.

No puedo salirme, tienes que matarlo, quema este cuerpo –dijo el demonio, añadiendo algunas palabras a su petición al ver el rostro de enojo de la joven–. Por favor…

Blaze lanzó una Fire Ball al cuerpo poseído por el demonio, incinerándolo lentamente, dándole tiempo para decir unas últimas palabras.

Que acogedora y apasionada hoguera, deberías sentirla también, Albert –comentó Bhasenomot, restregándose las llamas con los brazos, viendo caer sus carbonizados dedos al piso–. Deberían tener cuidado, esto no es una simple enfermedad…

El cuerpo poseído se convirtió completamente en una pila de ardientes cenizas, dejando a los dos muchachos humanos solos nuevamente.

Eso fue tétrico –dijo Albert, con piel de gallina, evitando mirar a los ojos de la mujer.

Blaze tocó el hombro de Albert, rodeándolo con un Air Barrier, procediendo a cubrirse con el mismo hechizo.

Vamos, hay que avanzar y salir pronto de este lugar, no podemos pegarnos esa infección, moriríamos irremediablemente en unos pocos minutos –dijo Blaze, caminando hacia el interior de una pequeña villa que se encontraba frente a ellos.

Es… ¡Espérame! –gritó Albert, avanzando torpemente, con su cabello y ropajes en movimiento producto del actuar del hechizo de aire.

La hechicera caminaba varios pasos delante de su escudero, revisando el camino, procurando evitar zonas evidentemente sucias u oscuras, lugares donde pudiese ocultarse restos de la enfermedad que atacó a Bhasenomot.

Blaze –dijo Albert–. ¡Blaze! No me has dicho nada desde que el demonio se fue, sé que estás enojada, pero debes comprender que…

¿Qué?, ¿qué debo comprender? –preguntó la maga–. ¿Pensaste acaso en lo que podría haber pasado?, ¡Ya intentó matarte una vez y te atreviste a hacer esa estupidez! Habíamos quedado de acuerdo en que no lo invocaría, pero precipitaste las cosas, ¿y así me dices que no estoy siendo precavida al abordar este tema? No vuelvas a hacer imbecilidades, no necesito que me cuiden la espalda. Vuelves a hacerlo y te vas de vuelta por el mismo camino por el cual llegamos.

Perdón –gimoteó el escudero, lamentando haber abierto la caja de pandora.

Sigamos o de verdad no podré asegurar nuestra protección, sólo te pido que no te metas con fuerzas que no eres capaz de enfrentar –solicitó Blaze, agarrando a Albert de un brazo, uniendo las barreras de aire que los envolvían.

La ciudad por la que transitaban estaba completamente destruida, con diversos cadáveres arrumbados en las calles, hinchados y putrefactos, cubiertos de bubones desde la cabeza hasta los pies, deformados y ennegrecidos, como si hubiesen sido calcinados sólo a nivel de la piel.

No vayas a tocar nada, mientras estemos dentro del Air Barrier no debería pasarnos nada, en caso de ocurrir algo nos iremos volando inmediatamente –comunicó la mujer, mirando hacia todos los lados, como si intentase hallar algo.

Si es tan peligroso estar aquí, ¿por qué no nos hemos largado? –preguntó el joven, mirando en las mismas direcciones que su señora, intentando vislumbrar lo que ella parecía examinar.

No me digas que no lo has sentido hasta ahora, no estamos solos –susurró Blaze, deteniendo su caminar, posando su mano en el pecho de Albert para frenarlo.

Efectivamente, Albert no había notado la sutil presencia que se manifestó después de que Bhasenomot abandonó la pequeña ciudad, insensibilizándose sus sentidos al encontrarse rodeado por el hechizo que Blaze puso sobre él para protegerlo. Sin embargo, con cada paso que daban, más fuerte y evidente se volvía el hecho de que algo estaba habitando en el interior de la destruida villa. Los jóvenes caminaron por unos minutos, llegando a la plaza central de la ciudad, lugar donde se encontraba una figura humanoide sentada en el borde de una fuente de agua, tan negra como los cadáveres que la rodeaban.

Creo que encontramos al culpable de todo esto –dijo Blaze, mirando como los muertos se agolpaban rodeando al oscuro ser.

¿Quiénes son ustedes? –consultó la figura con voz masculina, con piel profundamente negra, capaz de absorber toda la luz, no produciendo reflejos de ningún tipo, con heridas supurantes de las cuales fluía constantemente un líquido espeso y amarillento, sacudiendo su cuerpo para lanzarlo a los muertos que le rodeaban.

Yo soy Albert, ella es… –dijo el muchacho, deteniendo su presentación por un coscorrón de Blaze.

¡Cállate, Albert! –gritó la mujer–. Más importante es tu identidad y la razón por la cual destruiste esta villa, ¡identifícate!

La figura abrió sus ojos, dejando ver una esclerótica de vivo y palpitante color rojo, con iris amarillo brillante, penetrantes como la luz del sol.

Sólo son unos muchachos, extranjeros, no tienen nada que ver con los despojos que habitaban esta ciudad –respondió la negra figura, observando a Albert y Blaze.

Identifícate y dinos el porqué de esta destrucción –inquirió nuevamente la maga, desenvainando su espada, apuntando al hombre.

Mi nombre no tiene importancia, mas estos malolientes fiambres se lo tenían merecido… Márchense, déjenme regodearme con las hambrientas moscas que depositan sus crías sobre mis despreciables víctimas –respondió el hombre, sin intenciones de interactuar con los extranjeros.

¿Quizá tendrá que ver con esta niña? –preguntó una voz femenina que salió de detrás de la maga y su escudero.

¡¿Cómo te atreves a profanar su santo reposo?! –preguntó el hombre, levantándose con furia desde su descanso, abalanzándose hacia la mujer.

Blaze y Albert miraron hacia atrás, encontrándose con una mujer rubia muy bien proporcionada que cargaba el cadáver de una niña, sosteniéndolo rudamente desde su cabello, como si se tratara de una bolsa.

Es Bhasenomot –dijo Blaze, poniéndose en guardia para enfrentar al furibundo ser, saltando hacia la posición del demonio–. ¿Qué te sucede, Albert? ¡Acércate si no quieres morir!

Sacia tu sed con mi odio, drena mi vida hasta que mis huesos se vuelvan polvo, resquebraja mi alma para tu eterno y turbio regocijo, pero permíteme aniquilar a mis enemigos, ¡Oh, Chained God, proporcióname nuevamente tu desgarradora y desoladora fortaleza! –rezó el hombre, incendiándosele los ojos al ver como el cuerpo de la niña colgaba desde su cabello en las manos de Bhasenomot, cruzando los antebrazos con firmeza, ocultando su ojo izquierdo detrás del punto de unión de las extremidades–. ¡Pestis!

Repentinamente, olas negras parecidas a un flujo de hollín afloraron desde el piso, elevándose a considerable altura, ondeando, movilizándose como alargadas lenguas pútridas, lanzándose sobre los dos jóvenes y el demonio, cayendo sobre estos como afiladas lanzas.

No, no, no, no, no. No lo harás nuevamente, no después de haber conseguido este cuerpo para no intimidar al muchacho Albert –dijo Bhasenomot, cubriéndose con una esfera de energía protectora, bloqueando el ataque del colérico hombre, mientras que Blaze atinó a lanzar Fire Balls para interceptar la ofensiva.

¿Y yo qué tengo que ver con ese cuerpo? –consultó Albert, huyendo a duras penas de las oscuras e infecciosas lenguas, siendo arrastrado por su señora.

¿Tenías que hacerlo enojar de ese modo? –consultó Blaze al demonio, examinando el poseído y voluptuoso cuerpo femenino dispuesto frente a ella, protegiendo a Albert de los múltiples ataques provenientes de todas las direcciones posibles, optando por rodearse de una enorme bola de fuego que incineró unos cuantos metros a la redonda tras expandirse y explotar, reduciendo a cenizas varias construcciones y cuerpos putrefactos que se encontraban cerca de ellos.

¡¡¡Pestis!!! –bramó el amo de la peste, atacando sin piedad a sus contrincantes, llorando lágrimas de sangre, recordando cómo llegó a obtener su poder.

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¡Ayuda, ayuda, por favor! –gritó un hombre, cargando a su pequeña hija en brazos, dirigiéndose a un grupo de personas que se encontraba agolpada a las afueras de una villa–. Necesito agua para calmar su fiebre…

El grupo de personas vio con desdén y alarma la presencia de los extranjeros, alejándose de ellos, agarrando azadones para intimidarle y alejarlos de su ciudad, lanzándoles improperios para que abandonasen el lugar.

¡No es mi intención traerles desdicha, sólo les pido un poco de ayuda para seguir nuestro camino, dadme un poco de agua o mi niña morirá! –gimió el hombre, sintiendo como las fuerzas de su hija mermaban ante la enfermedad que la afectaba–. ¡Se los imploro!

Las personas del grupo le dijeron al extranjero que su hija estaba condenada, que nada podía hacer por ella, que la peste que la aquejaba le robaría sin remedio su vida. El preocupado padre insistió en su petición, acercándose al conjunto a pesar de las amenazas, siendo apaleado con los azadones hasta dejarle inconsciente, dejándolo tirado en el piso, huyendo del lugar después de haberlo agredido.

¿Qué… qué ha pasado? –se preguntó el extranjero, despertando después de la paliza recibida, tocando la sangre seca que horas atrás había fluido desde su cabeza–. ¡Mika, Mika…!

La hija del hombre yacía también en el piso, inmóvil. Cuando su padre llegó a su lado, notó que ya no tenía fiebre, mas su temperatura era anormalmente fría, casi cadavérica.

¡Mika, Mika, resiste! –exclamó el padre, cargando a la niña en su espalda, corriendo hacia la pequeña ciudad con ella a cuestas, avanzando lentamente debido a golpes recibidos horas atrás.

Mika no respondía a ningún estímulo externo, agotando su débil fortaleza sobre su padre, exhalando con dolor sus últimas palabras.

Papá, gra…cias… –dijo Mika, dejando de respirar, perdiendo todo tono muscular, muriendo sobre su progenitor.

¡Mika! –sollozó el hombre, gritando hacia el cielo, llorando la pérdida de su única hija, abrazando sus restos, dejándose caer al piso, golpeando la tierra con su puño, sintiendo un rencor infinito por los hombres que le negaron ayuda y le golpearon sin contemplación.

El desolado padre veló por horas a su fallecida hija, enterrándola en las cercanías de un bosque, en un terreno plagado de hermosas flores blancas, cavando su tumba con sus infectadas manos, hinchadas y purulentas por la enfermedad que le quitó la vida a Mika.

Creo que también me toca morir –dijo el hombre, sintiéndose desfallecer, intentando caminar con sus últimas fuerzas hasta la villa en que habitaban los desgraciados que lo golpearon, con la intención de apestar todo el lugar a modo de venganza, logrando solamente arrastrarse por el piso.

¿Tanta es tu sed de venganza que te arrastras por el piso cual animal rastrero? –preguntó una voz al agonizante hombre, llamando su atención.

¿Quién eres? No te burles de mí o te juro que terminarás igual o peor que yo… –amenazó el hombre, incorporándose del piso, quedando sentado, observando a todos lados, buscando al dueño de la voz.

¿Burlarme? Sólo deseo saber si realmente deseas vengarte –respondió la voz.

Si que lo deseo, pero ya no me quedan fuerzas –contestó el hombre, cerrando fuertemente sus párpados, llorando de rabia.

Si deseas poder, puedo dártelo –respondió la voz, insuflando poder en el moribundo ser humano–. Pero tienes que asegurarme algo a cambio…

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Blaze protegía a Albert con todas sus fuerzas, pero se estaba volviendo una molestia el sólo poder defenderse, mirando seriamente a Bhasenomot, invitándolo a atacar.

¡Oye, ubres de vaca, haz lo tuyo! –gritó Blaze al demonio, retrocediendo con Albert a rastras, buscando un lugar seguro para dejarlo y poder atacar adecuadamente.

¡Se suponía que el chico se fijara en estos inmensos orbes, no tú! –respondió Bhasenomot, haciendo desaparecer en un vórtice de vacío el cuerpo de la hija del ser que los atacaba–. Se acabo el juego, apestoso, ahora me toca ganar… ¡Gigantesque Pressure!

El amo de la negra infección fue machacado por la presión del demonio, desparramándolo por los alrededores, reintegrándose completamente después del ataque, como si nada hubiese sucedido.

¡¿Dónde está Mika?! –gritó el enfurecido hombre, consultando por el cuerpo de su hija.

¡No esperaba que sobrevivieses a mi ataque! –gritó el demonio al oscuro ser, enojado por el fallo.

Era de esperarse de uno de los esbirros del Chained God –dijo la maga, acercándose al demonio, quedando en frente del oscuro contrincante.

¿Y quién es ese? –consultó el demonio con femenina voz, descolocando a la joven.

Pero… ¡Tú deberías saber quién es él! Es el que no puede ser invocado, que sólo se presenta ante seres con los más profundos y corrosivos sentimientos, buscador de la ira infinita, un demonio que se autodenomina dios… –narró Blaze con rápidas palabras, perdiendo el aliento.

¡Ah! No lo conocía –respondió el demonio, mostrando ni una gota de interés ni respeto.

Que despreocupado… creo que debemos hacer un plan de ataque conjunto para poder vencerlo, antes de que los dos nos quedemos sin energía mágica –cuchicheó la joven sin dejar de mirar a su contrincante, quien se encontraba detenido y a la defensiva–. Parece que tu ataque le dolió, pero está lejos de eliminarlo completamente, su energía no ha disminuido nada; de hecho, aumentó cuando se rehízo.

Albert se encontraba envuelto aún con el Air Barrier, escondido bajo unos escombros que juntos formaban un pequeño receptáculo rectangular, sentado en el piso, abrazándose a sus propias piernas, observando unos ennegrecidos cadáveres que estaban próximos a su ubicación. Repentinamente, algunos de los cuerpos comenzaron a crujir, convulsionando lentamente, tiritando, levantando levemente las extremidades, para luego erigirse completamente, marchando hacia la posición de Blaze y Bhasenomot.

¡Pestis! –gritó el destructor de la ciudad–. ¡Mis víctimas, acudan a mi llamado, sacudan sus tullidas extremidades y acaben con estos profanadores!

El demonio y la hechicera se vieron rodeados, atacando a los cadáveres reanimados, debiendo apañárselas entremedio contra los ataques del secuaz del dios encadenado.

¡Debemos acabar pronto con esto o realmente estaremos en problemas! –gritó la mujer, desmembrando muertos con el filo de su espada, quemándolos posteriormente.

Eso no es problema para mí, si abandono este lugar, esta señorita será la que corra peligro –respondió el demonio, tocando lascivamente el cuerpo que estaba poseyendo.

¿No te comiste su alma? –preguntó Blaze, elevándose por los aires con un salto y subsiguiente vuelo, bombardeando el piso con Fire Balls para acabar con varios enemigos.

¡No, me di cuenta de que, al conservar el alma, mi poder se estabiliza y puedo gastar todo mi poder sin que el cuerpo se incendie o explote en llamas! –contestó Bhase, gritando a la maga que se alejaba de él–. ¡No me animes a abandonar, o tendrás que proteger a dos personas!

Maldito demonio –pensó la joven, girándose al escuchar un chillido de su escudero.

Albert fue capturado por uno de los purulentos y putrefactos cuerpos, occiso que se introdujo a la fuerza dentro del Air Barrier, dejando al oráculo en contacto directo con la infección, cubriéndosele la piel del rostro con una capa negra de peste potenciada con magia, siendo arrastrado por el cadáver lejos del lugar de batalla.

¡Albert! –gritó la señora del oráculo, empuñando cinco flechas de fuego en una mano, disparándolas todas al mismo tiempo–. ¡Fire Arrows!

El cadáver cayó abatido ante las saetas de fuego, soltando del agarre al muchacho, cayendo también al piso, viendo como avanzaba la peste por sobre la superficie de su cuerpo, cubriéndole toda la cabeza y parte del torso, deslizándose todo hacia el brazo izquierdo, abandonando su cuerpo por completo, reptando por el piso.

¿Qué… qué sucedió? –se preguntó Albert, viendo como la peste se alejaba de él, revisando su cuerpo en búsqueda de trazas de la infección, sin encontrar rastro alguno de esta–. ¿Por qué no me infectó?

No lo sé –respondió la joven, llegando al lado de su escudero, revisándolo también–, lo único que sé es que tienes mucha suerte.

El joven es como un niño de corazón puro –intervino el señor de la peste–. No podría ponerle el dedo encima a un niño, simplemente no podría hacerles daño.

Blaze dio un respingo al escuchar tales palabras, mirando con urgencia a su acompañante.

Albert, recorre cada una de estas viviendas, debe haber niñas y niños ocultos, no podemos seguir peleando con ellos en medio o… –dijo Blaze, siendo interrumpida por el escudero.

Sí, entiendo, no digas más –dijo Albert, levantándose del piso, corriendo hacia la casa más cercana, perdiéndose del campo de batalla.

Blaze observó cómo se alejaba su escudero, cuidando su retaguardia, arrimándose al lado de Bhasenomot con la intención de hacerle una pregunta.

¿Sabes la razón de mi nombre? –consultó Blaze.

¿A tus padres les gustaba y lo eligieron para ti? –contestó a modo de pregunta el demonio.

No, eso… Me refiero a mi “seudónimo”, no a mi nombre real –aclaró la maga–. Ahora verás por qué lo elegí…

Blaze se puso frente al hombre peste, a varios metros de distancia, adoptando una postura con la que aseguraba su estabilidad, separando ambas piernas y flectando sus rodillas, creando una gran bola de fuego entre sus extendidos brazos.

¡No hay nada que no pueda ser incinerado…! –dijo Blaze, dirigiéndose a su contrincante, juntando trabajosamente sus brazos, presionando la esfera ígnea con estos, descendiendo su tamaño y aumentando su luminosidad.

¡No puedes incinerar mi odio y rabia contra los estúpidos que maté, se lo tenían merecido! –bramó el hombre, bajando después el volumen de sus palabras, elevando a su alrededor las negras lenguas infecciosas, disponiéndose a atacar–. Si no fuera por ellos, quizá Mika…

¡¿Y también se lo merecían aquellos que no te hicieron daño?!, ¡¿Acaso pensaste en los pobres niños y niñas que ya no volverán a ver a sus padres, hermanos, amigos?!, ¡¿Quién se hará cargo de ellos ahora?! ¡Los masacraste a todos! –gritó Blaze, juntando aún más sus brazos, comprimiendo la bola de fuego a un tamaño ínfimo, haciendo de esta una especie de fluido condensado de altísima temperatura.

¿Qué es esto? Ella no debería ser capaz de realizar este tipo de hechizos… ¿Acaso esta es la razón del interés de la sombra por esta muchacha? –se cuestionó Bhasenomot, observando con real asombro el ataque que Blaze estaba a punto lanzar al hombre peste.

¡Blazing…! –gritó la maga, juntando sus manos al mismo tiempo que las hacía retroceder, para darle impulso a su ataque.

El amo de la infección se abalanzó contra la maga, flanqueado por las lenguas negras, saltando sobre la mujer que se aprestaba a soltar su máximo y más poderoso hechizo de fuego, siendo atravesado en el aire por una flecha disparada desde muy lejos, cayendo aparatosamente en el suelo. Blaze vio como caía su contrincante, cancelando su ataque para ahorrar energías, mirando en todas direcciones en búsqueda del guerrero que disparó la saeta.

Bhase, ¿fuiste tú el que disparó la flecha? –preguntó Blaze, apoyando su espalda contra un trozo de pared para guarecerse.

No, no suelo utilizar ataques de agua –contestó el demonio, denotando la composición del proyectil que abatió al hombre peste.

¿Agua? –preguntó Blaze, acercándose al hombre flechado, mirando la saeta–. No puede ser…

¿Conoces la procedencia? –preguntó el demonio.

Blaze estaba en silencio, mirando como el hombre peste agonizaba quejosamente por el ataque recibido, recordando la manufactura de aquella flecha.

¿Encontraste al fin lo que estabas buscando, Hänä? –pensó la maga, recordando días pasados.

¿Quién es Hänä?, ¿encontrará Albert a los niños y niñas de la ciudad?, ¿qué pasó con el hombre peste? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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