Que dolor mas punzante, aquel de la impotencia. Saber de los hechos, aquellos que se acercan inexorables, y no tener el mas mínimo poder para intervenir. Hoy te observo, débil, lánguida, con la mirada perdida, tan diferente a aquella que solía tener que retar para que salieras de encima mío, porque vos, con tu tan habitual energía y calidez, solías verme llegar y venir hacia mi con esa locura que siempre te caracterizó, y no parar de querer jugar a tal punto que ya me hartabas y debía retarte para que te calmaras. Hoy estoy tan arrepentido, nunca pensé que todo tiene su vida, y vos estas tan cerca del final de la tuya, que debí aprovechar mas tu tiempo. Hoy te observo, al pie de mi silla y decido apartar la vista cuando me miras, para no ver como de aquellos grandes ojos que alguna vez irradiaron tanta vida, de a poco se escapa esa luz. Decido apartar la vista, porque soy cobarde; no quiero que me veas llorar, ni que veas en mi rostro la impotencia de no poder hacer nada por vos, de no tener una solución para todo lo que estas viviendo, ni quiero que veas que aun poseo algo de esperanza, no quiero ilusionarte vanamente. Quisiera saber, que de alguna forma sabes, que desde que estuviste conmigo, fuiste muy importante, que al irte vas a arrancar un pedazo de mi alma, que eres irremplazable y me juro a mi mismo, que nadie jamás habría podido amarte tal cual lo hice yo.
Creo firmemente que al final de todo, volveremos a encontrarnos. Volveremos a estar juntos, porque nacimos para eso. Porque provenimos del mismo polvo, y al mismo polvo volveremos. Pero se que allí, jamás nadie podrá movernos.

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