CAMINO DE SANGRE Y…ROSAS (4 parte)

CAMINO DE SANGRE Y…ROSAS (4 parte)

Haydee Papp

09/06/2018

CAPÍTULO 28

«Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar». Antonio Machado

En San Pedro, fray Cayetano los recibió jubiloso. Amigo de Victoria Reynafé, supo por ella como esos dos jóvenes desafiaban con temeridad a un poder oscuro y abusivo.
Luego de acomodar a Lourdes en una de las celdas que ocupaban los monjes, fray Cayetano conversó largo y tendido con Rafael.
Entre copa y copa de un vino tinto de buen cuerpo, Rafael le confesó todas sus tropelías. Le urjía expiarlas. El remordimiento por haber asesinado a tantos hombres lo asolaba día y noche.
Su único consuelo era Lourdes, su remanso. Ella lo amaba aceptando el monstruo que había sido.
_Tengo miedo, padrecito, que la locura se apodere nuevamente de mí y pueda cometer un disparate. Soy un hombre violento, lo sé y lucho con todas mis fuerzas para sofocar la ira que por momentos me domina. Quiero cambiar, fray Cayetano, por Lourdes quiero cambiar.
_ Confía en el Señor, El todo lo puede. Créeme, el cordero dominará al lobo.
A la mañana siguiente, luego de un desayuno abundante, continuaron su viaje con bríos renovados.

Fueron cinco días de intensa cabalgata por la extensa llanura. Sólo se detuvieron en dos postas para dormir unas pocas horas. La palidez de Lourdes preocupó a Rafael. «Debo aminorar la marcha, ella no se queja pero la fatiga la está consumiendo».
Al atardecer llegaron a Córdoba. En una de las esquinas del pintoresco pueblo se toparon con un malhumorado aguatero que renegaba con su mula.
_ Buen hombre, ¿podría indicarnos la casa de la familia Oliva? _ preguntó ansioso Rafael. Lourdes debía descansar.

_ Derechito, bajando por este camino la va a encontrar, amigo. Está pintada de amarillo, no se van a conjundir.
Agradecidos, siguieron su indicación hasta dar con la casa. Era una edificación sencilla, pero elegante. Tenía una sola planta en forma de U, con un patio central en el que se destacaba una pequeña fuente. Luminosas galerías flanqueaban el cuerpo principal de la edificación.
Los recibió Clara Oliva, bella y de mirada taciturna. Los recibió con generosidad, ordenando a los criados que les prepararan un refrigerio y un baño caliente. Lourdes suspiró entusiasmada.
_ Clara, mi mayor deseo es recostarme en una cama. Hace días que no me despego de la silla de montar _ bromeó Lourdes.
_ ¡Pobrecita!, Candela, acompaña a los señores hasta el dormitorio que hemos dispuesto para ellos _ una negra rolliza, dueña de una gran sonrisa, los condujo balanceando sus enormes caderas.
Lourdes cayó rendida sobre la cama aspirando encantada la fragancia a lavanda que emanaban las sábanas.
_ ¡Que delicia!_ dicho esto se desmoronó en un profundo sueño.
Rafael la observó complacido. ¡Cuánto la amaba! Se tumbó a su lado abrazándola. «Yo te protegeré siempre, nadie te dañará», y con esa letanía en los labios, se adormeció.
Lourdes despertó primero. Con sumo cuidado apartó el brazo protector que con ternura la encadenaba. Sonrió al escuchar los ronquidos de aquel hombre por el que era capaz de renunciar a su seguridad y a sus afectos. Él lo era todo para ella.
Con cautela salió en puntillas de la habitación, no deseaba interrumpir su descanso.
Deambuló por el jardín, jardín que la cautivó. Colores, fragancias y texturas que se combinaban para conjurar un encantamiento a sus sentidos.
Se sentó en un banco de piedra junto a una fuente. El melodioso murmullo del agua la sumergió en un futuro mágico, lleno de luz, donde el peligro no tenía cabida. Tan inmersa estaba en sus pensamientos que no reparó en la persona que con timidez se le acercó. Se sobresaltó cuando Clara le tocó suavemente el hombro.

_ Lourdes, deberías estar descansando. Te esperan jornadas durísimas.
Clara estaba muy atractiva con su vestido ocre y el cabello oscuro recogido en un rodete descontracturado.
_ Me siento inquieta y aquí saboreo la paz. Adoro las flores, la abuela Mercedes cultiva una gran variedad, sin embargo no conozco aquellas de color naranja que se asoman entre los helechos._ afirmó señalando un cantero que se extendía a lo largo de la pared que tenían frente a ellas.

_ Son «clivias», se parecen a los lirios, ¿no te parece?
_ Sí, es verdad. Me encantan los colores fuertes, llamativos, que expresan un canto a la vida. Recordaré mencionárselas a mi abuela.
_ ¿Extrañas a tu abuela, verdad?
_ Muchísimo.
_ Te comprendo. Estar alejada de las personas a las que se ama es terrible._ la nostalgia la embargó.
_ Lo dices por tu prometido, por Francisco. Lamento ponerte triste.
_ No te aflijas. Francisco está dentro mío. Fue y será el gran amor, no creo que alguien pueda reemplazarlo jamás. El día que murió, yo morí con él. La vida ya no tiene sentido para mí; todos nuestros planes destrozados por una lucha política egoísta y nefasta. Poco me interesa el bien de la Patria si me quitan al hombre que amo.
_ Lo que dices es una gran verdad. Los hombres luchan, se matan entre sí en pos de una Patria libre, y no se dan cuenta que lo único que hacen es generar más violencia y un tremendo desasosiego en sus mujeres.
_ ¡Cuantas han ofrecido a sus hijos a esta contienda inicua! ¿Cómo se los han devuelto? ¡Cadáveres!_ Clara se exasperó.
_ ¿Qué nos traerá esta guerra civil, de hermanos…¿acaso la paz? _ reflexionó contrariada Lourdes.
_ No confío en ello. Hay muchos intereses políticos y económicos en juego. ¡Ay Lourdes! ¡cuanto te envidio!
_ ¿A mí? _ se sorprendió.

_ A tí, porque tienes las agallas. Has abandonado afectos y comodidades para seguir a tu hombre. Yo no lo hice. Me quedé esperándolo, encerrada en mi seguridad. ¡Que cobarde he sido!

_ Clarita, Victoria me contó que él te amaba profundamente y que estaba decidido a mantenerte a resguardo. Temía por ti. La sombra de la horca pendía sobre él. Se negaba a ofrecerte una vida de fugitiva.
_ Todo eso lo sé. Francisco prometió buscarme cuando la persecución se detuviera, pero eso nunca ocurrió. Fran ya no está y yo continuó llorándolo. En cambio tú le haces frente al peligro, por eso te envidio Louredes, por tu coraje.
Un abrazo tibio de comprensión y consuelo las unió bajo un cielo estrellado.


CAPÍTULO 29

«Y voy por la senda voceando el encanto
y de dicha alterno sonrisa con llanto
y bajo el milagro de mi encantamiento
se aroman de rosas las alas del viento». Juana de Ibarborou

Sinsacate, al norte de Córdoba, era su próximo destino. Su estancia en la casa de los Oliva les insufló optimismo. Cuando se despidieron, Clara y Lourdes, se consideraban amigas unidas por el eslabón del amor incondicional. Ambas amaban a hombres valientes e intrépidos, capaces de morir por sus ideales.
Lourdes todavía no se animaba confesar su embarazo a Rafael. Temía que la dejara en casa de alguna de las familias conocidas durante su travesía hasta Bolivia. Ella no lo permitiría. «Lo más acertado es que siga guardando mi dulce secreto».
Por el «Camino Real» arribaron a su destino sin inconvenientes.
Lourdes estaba agotada, tenía náuseas y el calor la agobiaba. «Agua fría, helada», se repetía soñando alcanzar la propiedad de María Teresa, hermana de Victoria Reynafé.
Agradeció al Cielo la brisa fresca que se levantó de repente. Tomaron por un bosque de algarrobos, quebrachos y talas. Las breas florecidas imprimían al paisaje una sensación mágica que la conmovió.
Rafael le señaló entusiasmado el pueblo que se divisaba frente a ellos, escondido entre unas pequeñas sierras que cortaban irrespetuosamente la llanura que hasta entonces habían recorrido.
«Dios mío, quiero llegar, la fuerza me abandona», pensó desfalleciente.
Las campanas de la iglesia los recibieron dando el angelus. Cabalgaron con precaución por las estrechas callecitas, tratando de localizar el gran portón de rejas en forma de arco.
Para alegría de Lourdes, no tardaron en ubicarlo.
Un negro corpulento de sonrisa franca los recibió amablemente. Los guió hasta una sala amplia y soleada, allí los esperaba María Teresa.
Luego de una hospitalaria bienvenida y un breve relato de lo acontecido en el viaje, la dueña de casa ordenó a una mulata que lucía una pollera vaporosa de colores estridentes, que los acompañara hasta la habitación para que pudieran descansar.
_ Algo anda mal Lourdes. ¿Qué sucede? ¿Te arrepientes de este viaje? _ se preocupó.
_ Estoy embarazada…_ lo dijo abruptamente.
_ ¿De cuánto tiempo? _ él lo había sospechado, los cambios en el cuerpo de Lourdes se lo habían revelado.

_ Tres meses. No quise decírtelo por temor a que renunciaras al viaje y bien sabes que era nuestra única opción para escapar de «La Mazorca» y sus amenazas. ¿Estás enojado? _ se angustió.
_ ¡Claro que no amor! Me haces inmensamente feliz._ la abrazó haciéndola girar. Lourdes reía y Rafael pensaba, «Un hijo de ella y mío…no existe felicidad mayor».
Ni la fatiga ni el malestar de Lourdes, pudieron contra la tempestad de pasión que se desató entre ellos.
Con María Teresa y su marido Froilán, pasaron más días de los previstos. A pesar de los rezongos de Lourdes, Rafael se impuso, «Debes reponerte. Es por tu bien y el de nuestro hijo».
Enterada María Teresa del embarazo, atiborró a la joven de quesillos de cabra y miel de caña. «Eres puro hueso, criatura. ¿De que se alimentará tu hijo? Come,come». El color volvió a las mejillas de Lourdes y poco apoco las molestas náuseas matutinas fueron desapareciendo.
Lamentablemente debían volver al camino, si permanecían mucho tiempo en un mismo lugar no sólo corrían el riesgo de ser aprehendidos sino que también ponían en peligro a las personas que los acogían.
Se despidieron con la promesa de un pronto reencuentro. Reencuentro que suponía el cese de tanto baño de sangre.

Continuaron su trayecto hacia el norte del país. Tomaron por la Cuesta del Portezuelo, siendo obligatorio escalar la sierra de Ancasti. Bellos panoramas los escoltaron hasta llegar al pueblo de Ipizca, en la provincia de Catamarca. Allí los aguardaba Eulalia de Vildoza.
En una de las postas, cambiaron la yegua de Lourdes por una mula. «Estos animales son más aptos para escalar», les aconsejó un gaucho entendido.
A medida que subían , el camino se estrechaba. Rafael montaba delante de Lourdes. De tanto en tanto, giraba encontrándose con la sonrisa deslumbrante de Lourdes. Rafael se perdía en los ojos de su mujer, tan verdes como el follaje que los envolvía.
Las mulas se movían seguras a través del sendero serpenteante, aunque lentas y con paso desparejo.
Moro, el caballo de Rafael, las precedía altanero.
En un momento, el camino los obsequió con curvas cada vez más cerradas. Al bajar la temperatura, Lourdes se abrigó con un colorido poncho de lana de vicuña, presente de Clara Oliva.
Cordones de autóctonos molles, algarrobos y lapachos matizaban el paisaje con tonos ocres y rosados.
Luego de un arduo ascenso por fin llegaron a Ipizca. El viento, molesto, soplaba constantemente.
Un changuito rezagado que conducía un rebaño de cabras, los guió encantado de haberse encontrado con forasteros, hasta el campo de Eulalia.
La casa vetusta, poseía una galería que daba a un jardín en el que abundaban árboles frutales. A lo lejos se levantaban algunos corrales de piedra negra. Una vertiente del río del Valle, rica en pejerreyes y percas, bañaba la propiedad de Eulalia.
Los anfitriones los esperaban. Eulalia se acercó con elegancia a la pareja y los saludó cariñosamente. Lo mismo hizo Domingo, el marido de Eulalia. Todos juntos se dirigieron al comedor, donde los esperaba una exquisita cena.
Disfrutaron de un delicioso guiso de cabrito acompañado por un crujiente pan de maíz. Una fuente de naranjas dulces y jugosas, completó el placentero festín.

_ ¿Cómo anda Mercedes? Supongo que más tranquila ahora que Lorenzo está a salvo en Montevideo – se interesó Eulalia.
_ Así es. La verdad es que pasamos tiempos de muchos sobresaltos.
_ Rafael, usted se jugó la vida al rescatar a Lorenzo del cuartel de Santos Lugares _ expresó admirado Domingo.
_ Estoy preocupado por un amigo, sin su ayuda no lo hubiera logrado_ suspiró afligido.
_ Tranquilo muchacho, seguramente su amigo estará a buen resguardo. Ahora lo importante es que puedan llegar cuanto antes a Bolivia. La cerca se cierra, Rosas está furioso con todos los que se oponen a sus órdenes. No sé si sabrán que una joven de Buenos Aires, Camila O’Gorman, huyó con el cura párroco de la iglesia que frecuentaba…
_ Sí, ¿los encontraron? _ se alarmó Lourdes.
_ No, pero Rosas desplegó un rastrillaje riguroso para dar con el paradero de los prófugos. Dicen que la aristocrática sociedad porteña está escandalizada con este hecho, los tildan de herejes.
El corazón de Lourdes se aceleró. «¿Qué será de ellos?, ¿qué será de nosotros?», reflexionó consternada.
Tres días después partieron al amanecer cargados de provisiones y buenos augurios. San Miguel de Tucumán era su próxima meta.

Un bosquecillo de chañares les ofreció un buen refugio para hacer noche. Sobre un acolchado de hojas secas, extendieron los quillangos. Lourdes se durmió enseguida, en cambio Rafael permaneció vigilante. Algo lo molestaba y lo mantenía inquieto.
Pasos sigilosos, respiración contenida y de repente…¡Santa Coloma! No estaba solo, tres más lo observaban con fiereza. Rafael se alarmó, pero al fijar su vista en Lourdes que dormía serenamente, la sangre le hirvió de ira.
«¡Malditos bastardos!No permitiré que nos hagan daño», pensó desafiante.
_ Santa Coloma _ escupió el nombre.
_ ¡Ajá! Nuevamente se cruzan nuestros caminos y esta vez no te me vas a escapar.
_ ¿El padrino te ordenó espiarnos?_ dijo con la voz quebrada.
_ El mesmo, lástima que me haiga pedido que no lo mate. Sí…es una gran lástima. Me salgo de la vaina por clavar mi facón en tus tripas, aunque pesándolo bien… sobre ella no me dijo nada._ se rió con malicia y con la punta de la bota le pateó la pierna a Lourdes, que despertó con un grito de horror.
_ A ella ¡no!, ¡mierda!_ ahí mismo desenfundó el facón dispuesto a dar pelea.
Santa Coloma era un experto «visteador», es decir, de vista y reflejos rápidos; dueño de un buen acopio de mañas y de un gran dominio de emociones.
Rafael, por su parte, no se quedaba atrás en la pericia de la esgrima criolla. Con las piernas bien afirmadas y el torso algo quebrado, trataba de llevar a Santa Coloma hacia las imperfecciones del terreno para que al trastabillar le pudiera «entrar».
Comenzaron a danzar al compás de la muerte. Unos puntazos se atajaban; otros se desviaban, ya sea con el facón o con el brazo cubierto con un poncho.
Lourdes, expectante, rezaba.
Gracias a un descuido, Santa Coloma, se tropezó con una raíz de chañar y cayó al suelo. Rafael aprovechó la situación y se le tiró encima. Con una mano le aplastó el brazo armado y con la otra le apoyó la punta del facón en la garganta.

Los otros mazorqueros, testigos de la riña, apuntaron con sus trabucos a Rafael.
_ ¡Retírense!¡No se metan, carajo! Esto es entre esta mierda y yo _ les ordenó Santa Coloma.
_ Se acabó hijo de puta. Volvetepara Buenos Aires y decile al padrino que nos deje en paz.
_ Yo no soy tu mandadero, imbécil. Soltame, me voy pero antes… Te dejo este recuerdito _ con una habilidad increíble liberó el brazo y con agilidad le clavó el facón entre las costillas. De un empujón se lo quitó de encima, dejando a Rafael tirado en el barro.
_ Dale mis saludos a San Pedro…¡Ah! y también a tu amiguito Santibañez que estará ardiendo en el infierno por traidor._ con una carcajada siniestra desapareció entre las sombras de la noche junto a sus secuaces.
Lourdes corrió desesperada hasta Rafael. Al tocarlo, su mano quedó cubierta de sangre, caliente y pegajosa. Gritó impotente. ¿Qué hacer? Sola y en la oscuridad.


CAPÍTULO 30

«Algún día te escribiré un poema
que se limite a pasar los dedos
por tu piel y que convierta
en palabras tu mirada». Darío Jaramillo

Un centenar de agujas le perforaban la cabeza. «¿A qué nueva tortura me están sometiendo?¿Es que mi padrino ha logrado capturarnos al fin?». Rafael abrió lentamente los ojos. Le pareció ver entre brumas una vela solitaria que arrojaba una tenue luz sobre una habitación desconocida.
«¿Dónde estoy?…¡Lourdes!», se desesperó.
_ ¡Lourdes! _ la llamó angustiado. Cada vez que emitía una palabra, su cabeza estallaba. Al intentar incorporarse, un fuego abrasador lo quemó por dentro. Con suma cautela se recostó nuevamente. El dolor era insoportable. «¿Qué me sucede?», entonces recordó, «¡Santa Coloma, hijo de puta!»
_ ¡Lourdes!_ repitió casi con delirio.
La puerta del dormitorio se abrió de repente y Lourdes corrió a abrazarlo.
_ ¡Rafa!, ¡despertaste! _ sus manos volaron hacia la frente del convaleciente. Sin fiebre, respiró aliviada.
_ ¿Dónde estamos?¿Cómo llegamos a este lugar?_ se inquietó.
_ Si me prometes tranquilizarte, te lo cuento todo _ lo besó en los labios, un beso que a pesar de ellos mismos se profundizó encendiendo sus sentidos. Lourdes se forzó a separase, él se lo impidió.
_ La debilidad que siento no me impide desearte _ Lourdes sonrió complacida ante la declaración de su hombre._ Vamos, cuéntame que sucedió.
Lourdes ubicó la mecedora de algarrobo cerca de la cabecera de la cama. Una cálida pesadez se apoderó de su cuerpo, vapuleado por el trajín del viaje y de los malestares propios del embarazo. A pesar de las angustias sufridas, era inmensamente feliz. Rafael se estaba recuperando y en su vientre, acunaba al hijo de ambos.
Con cierto reparo rememoró las últimas vivencias…»Aún se me hiela la sangre al recordar aquella trágica noche. Rafael, estabas tirado en el barro y desangrándote. Creí morir, no sabía como ayudarte. Sola en medio de la nada. Y cuando toda esperanza se desvanecía, aparecieron esos cuatro hombres…cuatro peones de una finca cercana que estaban persiguiendo a un puma que hacía desmanes en el ganado. Al principio puse reparos a su solidaridad, todavía temblaba pensando en el encuentro con Santa Coloma, pero luego al darme cuenta de la sinceridad de su preocupación, permití que te subieran a una carreta. Lo hicieron con tanta delicadeza que me sorprendió. Te acomodaron sobre un colchón de pieles de oveja. Luego de un corto trayecto llegamos a «El Vizcacheral», nombre de esta finca. Sus propietarios se apellidan Roca. Tomamos por un sendero custodiado por frondosos nogales y cedros cubiertos de orquídeas. Al llegar al portón principal, los peones te apearon, y a través de una larga galería te ubicaron en esta habitación. Ni bien lo hicieron apareció una mujer de mediana edad, delgada, de ojos oscuros al igual que su cabello. Su tono de voz reveló inquietud al verme desolada. Se me acercó y me abrazó.
_ Soy Agustina Paz y mi marido es el coronel Segundo Roca. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que tu marido se recupere.
_ Se lo agradezco inmensamente señora. Mi nombre es Lourdes Aguirrezabala y mi marido es Rafael Cuitiño._ conseguí explicar.
_ Cuéntame que les ocurrió_ se la notaba preocupada y curiosa.
_ Rafael desertó de La Mazorca. Somos prófugos, señora. Uno de los principales oficiales Rosas nos halló en un paraje cercano. Se trabaron en una pelea y el mazorquero lo hirió salvajemente.
Doña Agustina me serenó con ternura de madre y mandó a llamar al doctor Balbuena.
Sabes Rafa, su apariencia física me alarmó. Calvo, obeso, bizco, desaliñado. Cuando entró en el dormitorio no saludó. Se dedicó exclusivamente a ti, retiró las vendas y evaluó la gravedad de la herida.
Lo asiste una india, vieja y bajita, que llenó de agua una jofaina, donde el doctor se lavó concienzudamente las manos antes de revisarte.

_ ¡Usted! _ me llamó de forma antipática _ Dele de beber este jugo de moras que preparó Chaya. Es anestésico. Lo ayudará a soportar el dolor cuando lo suture.
_ ¿Quién es Chaya? _ la interrumpió Rafael.
_ La india. Te juro que lo odié cuando me ordenó de mala manera que te diere ese líquido oscuro. Por ti no le conteste y obedecí. Con gran esfuerzo logré que te tomaras el jugo.
Rafael rió divertido.
_ A mi no me causó ninguna gracia y menos cuando presencié como te suturaba con una aguja delgada. Tú estabas adormilado y en ningún momento te quejaste, en cambio yo…
_ ¿Qué te ocurrió Lourdes?_ se perturbó.
_ Casi me desmayo_ susurró.
_ ¡Dios mío, Lourdes! Y yo aquí postrado _ se lamentó.

_ ¡Por favor Rafa! Es normal en las embarazadas desmayarse y más, cuando presencian como cosen a su marido_ intentó dar un toque de humor a la situación aunque no convenció a Rafael.
Tomados de la mano, Lourdes continuó:
_Cuando terminó de suturar te dejó la herida abierta para que drenara el pus, eso me explicó después. Chaya te aplicó una cataplasma que preparó con yema de huevo, aceite de rosas y teberinto. Finalmente el doctor te vendó y ordenó a la india que te vigilara. «Chaya, le dijo, mantén la herida limpia. Realiza la cura cada tres días y cuando despierte que beba el depurativo de la sangre. Si levanta fiebre, una cucharadita de esencia de sauce llorón. Bueno, no sé para que te explico si tú sabes que hacer mejor que yo.» Parece que Chaya es una curandera muy afamada entre los suyos.
Para mi sorpresa, el ogro se transformó en ángel guardián. El doctor Balbuena, con una gentileza extrema me dijo: «No llore mujer, su marido se pondrá bien. No ha sido una herida profunda». Me tomó el pulso y le pidió a Chaya que me preparara una tisana de tilo.
Eso fue todo lo que ocurrió mi amor. Ahora estamos a salvo y lo único que importa es que descanses y te recuperes. Duerme querido, duerme. No me apartaré de tu lado. Duerme.
Bajo el hechizo de la melodiosa voz de su mujer, Rafael concilió un sueño profundo y sereno.


CAPÍTULO 31

«¿Cómo decir este deseo del alma?
Un deseo divino me devora;
pretendo hablar, pero se rompe y llora
esto que llevo adentro y no se calma». Alfonsina Storni

Rafael abrió lentamente los ojos. Allí estaba Lourdes, dormida a su lado, más bella que nunca.
Extendió el brazo y con delicadeza enredó en sus dedos los caprichosos rizos dorados de su mujer.
«Adoro tu cabello rebelde, tu piel…suave y lustrosa. ¡Que bien hueles, amor! Tu fragancia a rosas me embriaga y no hay para mi mejor refugio en el mundo que tu cuerpo».
Con un movimiento rápido, que le costó una ligera puntada de dolor en la herida, se apropió de la boca carnosa de la joven. Un beso profundo, anhelante, calmó su sed.
Lourdes despertó feliz, respondiendo con igual pasión.
_ Rafa, debemos tener cuidado. La herida se puede abrir.
Con otro beso, ahogó sus protestas. El sonido de un golpe los interrumpió.
_ Debe ser Chaya con tu medicina _ Lourdes se apresuró en abrir la puerta.
Bajita, de cabellos plateados sujetos en una sola trenza que le llegaba más allá de la cintura. La expresión de su rostro ajado por los años, transmitía una sensación de bienestar contagioso.
Rafael intentó agradecer sus atenciones, pero ella se llevó el dedo índice a los labios indicándole silencio. Sus manos pequeñas, callosas y diestras, lo trataron con dulzura. Con sumo cuidado lavó la herida con agua de cola de caballo, cubriéndola luego con hojas molidas de llantén y miel de abejas.
Al concluir, le dirigió una mirada penetrante y sagaz ; luego les sonrió y desapareció.
_ Extraña mujer _ reflexionó Rafael.
_ Cierto, pero muy sabia. Gracias a sus tónicos la fiebre ha desaparecido y ya no existe peligro de infección.
Al rato hizo su aparición doña Agustina.
_ Me acaba de comentar Chaya que se siente mucho mejor don Rafael.
_ Así es. Doña Agustina no tengo palabras para agradecer lo que ha hecho por nosotros.
_ Por favor, ¿ acaso no dicen los Evangelios que se debe auxiliar al prójimo que está en dificultades?
_ Sí, pero pocos lo hacen _ replicó Lourdes.
_ Lo importante es que se está recuperando. El doctor Balbuena se alegrará con la noticia. Probablemente esta noche pase a visitarlos. Mi marido tuvo que salir de urgencia debido a unos inconvenientes que surgieron en la venta del ganado, pero me dejo dicho que se sintieran como en su propia casa. Sólo espero que el bochinche de mis hijos no les moleste demasiado. _ se excusó.
_ Rafa, doña Agustina es madre de seis muchachitos adorables _ le informó Lourdes _ Mi preferido es Julito, tan dulce e inteligente…y sólo tiene tres años.
_ Julio es un amor. Con Segundo, mi marido, lo apodamos «zorrito» por su astucia. Siempre sale airoso de sus travesuras _ afirmó orgullosa.
_ La otra tarde se colgó de mi cuello y me estampó un pegajoso beso de chocolate _ se rió Lourdes.
_ ¡Uy!, el chocolate es su golosina preferida…Bueno no los aburro más hablando de mis hijos. Ya mismo les traigo la cena. Supongo que querrán comer a solas o me equivoco…_con picardía les guiñó un ojo, perdiéndose en un frufrú de sedas.
Alrededor de las diez de la noche, el doctor Balbuena pasó a controlar al convaleciente.
_ Muchacho, me alegra verlo rozagante.
_ Gracias doctor, sin su intervención ya estaría del otro lado.
_ Y gracias a Chaya. No se olvide de Chaya. Aunque le sorprenda, yo aprendí mucho de ella. Me enseñó el poder curativo de las plantas y eso es sumamente valioso. Le parecerá extraño, pero Chaya y el doctor Pasteur son mis dos grandes referentes. Rara combinación, ¿no?

_ No me sorprende, estoy admirada de su sapiencia en el arte de curar.
_ Lourdes es una fiel admiradora de Chaya, doctor.
_ Hace bien en serlo señora. Conocí a Chaya en esta casa hace veinte años, y desde entonces siempre le pido consejo cuando estoy perdido en el tratamiento de algún paciente.
_ Doctor, ¿cuándo podemos partir? El tiempo nos apremia, nos urge llegar a Bolivia y además, no deseamos poner en peligro a esta familia generosa _ se preocupó Rafael.
_ Estoy al tanto de la situación. Doña Agustina me lo ha comentado. La herida debe cicatrizar, debemos evitar cualquier complicación. Deberán esperar una semana aproximadamente._ les recomendó.
_ ¿Tanto? _ se impacientó Rafael.
_ Sí, piense en su mujer, ella también necesita descansar. El tremendo susto que ha vivido la ha agotado. Súmele a eso el embarazo…¡de ninguna manera!, nada de adelantar la partida _ con firmeza
dio por finalizada la discusión.
La convalecencia resultó un recreo de mimos y atenciones. Lourdes y Chaya se esmeraron en alimentarlo para que recobrara las fuerzas, Esa india arisca, que por momentos le recordaba a su mamita Pancha, terminó robándole el corazón.
Chaya, siempre silenciosa, el día de la despedida se mostró tierna y cariñosa con la pareja que cuidó como si hubiesen sido sus hijos más queridos.

_ Lourdes, esta pomada es pa’ que se la apliqués por las noches sobre la cicatriz, así se evitará la tirantez de la piel. Y este presente es pa’ vos _ le entregó una pequeña luna de plata
que pendía de un cordel de cuero _ Es Killa, la luna, un talismán que protegerá tu embarazo. Inti, el sol, y Killa, los amantes unidos a pesar de la adversidad. Nunca te separes de él, te librará de todo mal.
Lourdes la abrazó emocionada.
Doña Agustina los acompañó hasta la tranquera y desde allí los despidió llorosa, escoltada por su numerosa prole.


CAPÍTULO 32

«Dame la mano y danzaremos
dame la mano y me amarás.
Como una sola flor seremos
como una flor y nada más». Alfonsina Storni.

«¡Salta, que maravilla Señor!», pensó embelesada Lourdes olvidándose por un instante del temor a ser sorprendidos nuevamente por los espías de Cuitiño.
Espectaculares valles de verdes intensos, turbulentos ríos, quebradas talladas por la erosión del viento desde tiempos inmemoriales…En Salta la Naturaleza era un canto a la belleza en su máxima expresión.
Las mulas, tercas pero tenaces, los condujeron por laderas, atravesando densos bosques de algarrobos y pasando por numerosos pueblitos seductores de costumbres milenarias. Los habitantes, afables y hospitalarios, les brindaron refugio y compañía.
Refugiados en una simple choza de ladrillos de barro rojizo, sentían como si estuvieran en el más espléndido castillo medieval.
El melodioso canto de los grillos estimulado por la sensual luz de la luna, los sumergió en una anhelada danza de placer desprovista de inhibiciones. Se amaron con desesperación.
_ Lourdes, tu cuerpo me enciende, trastorna mis sentidos. Deslizarme sobre tu piel de plata es mi mayor deleite _ se lo murmuró al oído mientras sus manos inquietas la recorrían buscando el néctar que amaba beber.
El Paraíso duró poco, el tiempo tirano les impelía a continuar la marcha. No debían retrasarse, sus vidas estaban en juego. En Bolivia hallarían la paz y la seguridad.
Continuaron su marcha atravesando cerros y cañadas. Los cardones, como fantasmas se alzaban altos y erguidos en las laderas, impresionado a Lourdes.
_ No temas mi amor, son sólo cactus gigantes _ la animó con ternura Rafael.
Cuando por fin avistaron la ciudad de Cochabamba, un grito de dolor le heló la sangre a Rafael. Desmontó apabullado de Moro, que corcoveó asustado debido a la frenada intempestiva. Se acercó a Lourdes tomando las riendas de la mula que la cargaba.
_ ¿Qué sucede querida?
Ella, con la frente perlada de sudor apenas pudo responder.
_ Una…una puntada…me atravesó el vientre. ¡Ay, otra vez! _ lo que había comenzado como una molestia terminó convirtiéndose en suplicio.
_ Tranquila, ya casi llegamos.
Tomaron por la calle Santa Teresa que desembocaba directamente en la casa de Margarita Arce, amiga de la abuela de Lourdes. La edificación, de típica influencia hispana, se situaba frente a la Plaza Mayor.
Con sumo cuidado bajó a Lourdes de la mula y la cargó hasta la entrada de la casa. No fue necesario llamar, una morenita quinceañera estaba en la puerta y con con cara de susto los hizo pasar sin preguntas.
Rafael vociferó pidiendo un médico. Margarita, alertada por el revuelo, abandonó el bordado y se asomó al zaguán.

_ ¿Por qué tanto barullo? _ protestó.
_ Soy Rafael, doña Margarita. Perdone mi falta de modales, pero mi esposa no se encuentra bien. _ expresó con la voz estrangulada por la angustia.
_ ¡Mi buen Dios! ¡Lourdes, pequeña! Adelante, adelante. Llévala al dormitorio que está al fondo del pasillo. ¡Vamos!¡Sígueme!_ corrió delante de ellos tan asustada como Rafael. «¡Mi buen Dios, si está en estado de buena esperanza!», pensó con preocupación.
Una vez acomodada Lourdes, Rafael controlando sus nervios, se presentó como correspondía..
_ Perdón por la forma en que irrumpimos en su casa doña Margarita, es que estoy desesperado _ dijo mesándose el cabello.
_ Calma hijo, hace días que los esperamos. Mecha no me comentó sobre el embarazo _ afirmó desconcertada.
_ Ella todavía no lo sabe.
_ Bueno, ahora urge enviar por el doctor. ¡Dorotea! _ llamó a la negrita _ Corre hasta la casa del doctor Orondo y dile que venga lo antes posible.
Dorotea, ni lerda ni perezosa, salió disparada.
Lourdes dormía, las contracciones se habían detenido, pero continuaba pálida como la cera.
Rafael, sentado a su lado, humedecía la frente con paños perfumados.
Margarita caminaba de un lado a otro de la galería esperando al médico. «¡Cuanto demora, mi buen Dios!»
Sintió tremenda ganas de zamarrearlo cuando lo vio llegar con paso cansino. Lo hizo entrar a los empujones. Rafael los observaba boquiabierto.
_ Siempre apurada doña Margarita…_ se quejó el médico.
_ Y usted siempre lerdo mi estimado doctor Orondo. Esta señora reclama su atención con urgencia.¡Apúrese, mi buen Dios!.
_ Si ambos pudiera retirarse, me harían un grandísimo favor _ los miró con recelo.
Rafael se retiró refunfuñando, Margarita lo siguió pisándole los talones.
_ Rafael, no te asustes por el trato que mantenemos con el doctor, es que nos conocemos de niños, nos agrada buscar gresca. Te aseguro que es un profesional eficiente.
El diagnóstico del doctor no se hizo esperar y fue alentador. El corazón de Rafael comenzó a latir nuevamente.
_ El cansancio y el esfuerzo realizado en su estado en este viaje agobiante, permitame decirle, ha sido una imprudencia garrafal. El malestar sufrido por la señora, fue la consecuencia de ese desatino _ dijo molesto.
_ Lo sé doctor. No tuvimos opción, nuestras vidas estaban en juego. Debíamos huir de Argentina. La Mazorca nos tenía en la mira, aún hoy corremos peligro.
_ Lo entiendo hijo, lo entiendo. La señora necesita descansar y alimentarse adecuadamente, recobrar energía. No hay hemorragia y el niño se mueve. Ahora ocúpese de usted, coma y descanse, ella lo requiere fuerte y optimista. La señora dormirá un buen rato. Le di de beber una infusión de manzanilla y flores de azahar, eso la relajará. Mañana volveré. Buenas noches.
Rafael, obediente, siguió al pie de la letra los consejos del doctor Orondo.
Luego de una semana de reposo, Lourdes comenzó a pasear durante las mañanas por el vecindario, siempre acompañada por Rafael.
Acostumbraban tomar por la calle principal y caminaban hasta el templo San Juan de Dios. Se aventuraban por la zona de pulperías y establecimiento comerciales, donde curioseaban los variopintos productos que ofrecían a la clientela: velas, carbón, remedios, bebidas…

Las calles empedradas y alumbradas por faroles a querosén, los invitaban a descubrir un nuevo mundo, tan distinto a su querido Buenos Aires al que añoraban hasta las lágrimas.
Una tarde, queriendo sorprender a Lourdes con un obsequio, Rafael recorrió la avenida del Quitasol por indicación de Margarita. Allí podía encontrar sombrillas, que por su belleza y elegancia, dejaban sin aliento a cualquier mujer. Le compró una de encaje blanco que Lourdes lució encantada bajo el sol bolivariano.
Cierta noche, Rafael la sorprendió entonando una melodía dulce y amorosa mientras acariciaba su vientre abultado. «Esta nana me la cantaba de pequeña mi abuela para que me durmiera», le dijo sonriendo al verse descubierta.
_ Sabes, Rafa, así como mi madre tenía la certeza que tendría una niña, yo estoy segura que será un niño fuerte y hermoso, parecido a su padre, ¿verdad que no estoy equivocada, tesorito? _ como respuesta obtuvo unas cuantas «pataditas» que les provocó risa.
Parecía que la felicidad se había instalado definitivamente entre ellos.


CAPÍTULO 33

«Y voy por la senda voceando el encanto
y de dicha alterno sonrisa con el llanto
y bajo el milagro de mi encantamiento
se aroman de rosas las alas del viento». Juana de Ibarbourou

El verano se despedía y Margarita contuvo el llanto, que rebelde, pugnaba por manifestarse. Se había acostumbrado a la presencia de la joven pareja, siempre felices a pesar de estar signados por la persecución.
Ese día, durante la cena, celebrarían la compra de la casa de Lourdes y Rafael, la casa que sería testigo de un nuevo despertar preñado de esperanza y anhelos.
Sentados bajo el parral, disfrutando de un delicioso zumo de naranjas y guayaba, Margarita por primera vez les contó su historia. Se sentía ligada a ellos, el sufrimiento y la abnegación, también la habían acompañado a lo largo de su vida. Por eso mismo, no se resistió a la curiosidad de Lourdes.
_ Doña Margarita, ¿nunca se casó?_ le intrigaba que una mujer bella y de espíritu generoso estuviera sola.
_ Nunca. Amo mi independencia. Las mujeres vivimos sometidas, primero a nuestro padre y luego al marido. Si deseamos realizar cualquier emprendimiento, necesitamos la autorización de nuestro marido por escrito y ante un escribano. No querida, así estoy muy bien. Mis hermanos intentaron mandonearme y les aseguro, les fue terrible. A mí nadie me da órdenes, soy mi ama y señora. Me parezco a mi madre, frontal y de voluntad firme. Los hombres están acostumbrados a que nosotras agachemos la cabeza y digamos sí en todo momento.Eso no va conmigo. Yo tengo cerebro y lo uso.
_ Su madre es una leyenda. Debe estar muy orgullosa de ella, ¿verdad? _ Rafael, cohibido por el discurso vehemente de la mujer, intentó pasar a un tema menos espinoso.

_ ¡Ay Rafael! Cuando menciono a mi madre se me hace un nudo en la garganta. La noche que falleció, dormimos tomadas de la mano. Ustedes dirán que estoy loca, pero esa madrugada algo me despertó, la miré y ya no respiraba. Creo que ella me despertó con un beso de despedida. Mi madre, tan valiente y honorable. Siempre siguió de cerca a mi padre en la Guerra de la Independencia. Cosió uniformes, abrió la despensa para alimentar a los combatientes…introdujo secretamente en la ciudad pasquines y proclamas revolucionarias. ¡Pobrecita, cuantas penalidades sufrió!
_ La abuela me contó que por milagro se salvó de ser víctima del holocausto de Coronilla.
_ Mi madre, sí, pero las otra doce mujeres ¡no! Doce valerosas mujeres lideradas por Manuela Gandarillas, ciega ella.
_ ¿Ciega? _ gritaron indignados.
_Manuela era ciega pero arrojada como ninguna. «Si no hay hombres para defender a la Patria, acá estamos nosotras», no se cansaba de arengar a sus compañeras. Doce mujeres audaces ejecutadas en la horca.
_ ¡Cuánta injusticia!_ maldijo Lourdes.
_ Las mártires de la Coronilla son mi ejemplo _ afirmó severamente Margarita.
_ Señoras, propongo un brindis por las mujeres de gran entereza que luchan por sus propósitos sin amedrentarse… Y por ustedes dos que son sin lugar a dudas, la prolongación de tanta intrepidez y coraje _ sentenció orgulloso Rafael.
_ Y por ti mi amor, que has renegado de todo afecto por ser fiel a tus ideales…
_ Y a este sentimiento profundo que tú despiertas en mí y que me cala los huesos _la abrazó besándola con ardor.
Margarita, sin intimidarse, selló el brindis diciendo:
_ Y yo brindo por ustedes, que en este bendito país puedan vivir en paz y en abundancia, junto a todos los hijos que el Señor tenga planeado regalarles.
Entre sonrisas y lágrimas, chocaron las copas deseosos de un futuro fecundo y luminoso.
_ Bueno, bueno, basta ya de tanto sentimentalismo _ dijo disimulando su emoción Margarita _ Rafael, ¿aceptó el puesto de maestro que le ofreció don Teofilo? _ se refería al intendente de Cochabamba.
_ Efectivamente, y esa es otra razón por la que le estaré eternamente agradecido doña Margarita. Sé que fue usted la que intercedió por mí ante el señor intendente.

_ Tonterías, usted esta capacitado para el puesto y eso es todo….Y la casa que han comprado…
_ Me encantó y no está lejos de aquí. Así que me tendrá fastidiándola por las tardes – agregó eufórica Lourdes.
_ Será un placer para mí jovencita _ dijo aliviada Margarita.
Más tarde, ya en el dormitorio, Lourdes se desnudó lentamente extasiando a Rafael. El, hipnotizado por el erotismo de su mujer, tomó aceite esencial de lavanda de un frasco de cristal y comenzó a deslizar sus manos por la piel amada. Caricias aromáticas y besos de néctar, los transportaron a un paraíso de placer mágico.


CAPÍTULO 34

Montevideo, 3 de Marzo de 1848

Estimado Rafael:

¡Que alegría saber que están sanos y salvos bajo el amparo de un país hermano.

Mercedes me mantuvo al tanto del arriesgado itinerario que emprendieron.

También estoy notificado de la grata novedad, el embarazo de Lourdes. ¡Cuánto me gustaría abrazarla como cuando era una niñita rebelde y traviesa!, aunque debo admitir, que muy simpática y compradora. ¡Mi dulce Lourdes!

Uno de los motivos por el cual le escribo, es para agradecerle la manera en que puso en riesgo su vida por salvar la mía. Perdone la parquedad y la desconfianza con que lo traté por ese entonces, es que venía atrozmente golpeado por el destino, y usted, mi amigo, era el ahijado de mi peor enemigo. Espero me entienda y disculpe.

El otro motivo es una propuesta. Estoy trabajando en el periódico «El Nacional» de Montevideo, donde colabora Echeverría, otro de los tantos exiliados.

Sería para mí un honor que se uniera a nosotros para vapulear desde aquí la gestión infame de Juan Manuel de Rosas.

El país está viviendo una macabra pesadilla que debe terminar de una vez por todas. Un nuevo partido debe germinar en medio de semejante caos para hallar una solución pacífica a nuestros problemas sociales. Este nuevo partido debe ser representado por las jóvenes generaciones y cuya única fórmula sea: «Mayo, Progreso y Democracia».

Este es el pensamiento unánime de los que hemos sido exiliados y aspiramos a retornar a una Patria limpia de réprobos.

Usted, Rafael, es parte de esa sangre nueva que tiene en las manos la posibilidad de este cambio radical.

Únase a Echeverría, a Mármol y a un servidor en esta gesta. Sarmiento, desde Chile, hace lo suyo.

Este es el momento oportuno para presionar desde el exterior, alentando a Urquiza para que tome la decisión de enfrentarse al gobierno de Buenos Aires. Sus desavenencias con Rosas se van acumulando desde 1842. Nos hemos enterado que ha comenzado a pertrecharse con el fin de enfrentar a las fuerzas oficialistas.

Conociendo su espíritu indómito, presumo que si el enfrentamiento se cristaliza, usted querrá ser uno de los ejes en las líneas del ejército de Urquiza, Gobernador de Entre Ríos,

Si opta por aceptar mi proposición, me permito aconsejarle que no lo comente con Lourdes. Ya sabemos como son las mujeres, se angustian por todo y lejos de mí provocar sufrimiento alguno a mi sobrina.

Me imagino que para usted será un engorro lanzarse a una nueva travesía estando Lourdes con un embarazo adelantado. Sin embargo, son tantas las ansias que tengo de tenerlos junto a mí…

Le sugiero navegar por el río Uruguay hasta Montevideo. El viaje será tedioso, pero cómodo.

Le confieso, Urquiza ya lo considera su aliado.

Adjunto a esta misiva, otra para Lourdes, obviando por supuesto, mi propuesta a su participación activa en la revolución para derrocar a Rosas. De enterarse, pondría el grito en el cielo y a ninguno de los dos nos conviene. Ella está en contra del derramamiento de sangre. Lamentablemente, nosotros sabemos que el país está en un encrucijada y el combate es la única opción para lograr nuestros objetivos.

Espero cuanto antes su respuesta. Vea la forma de convencer a mi sobrina para emprender un nuevo viaje, quizá tentándola con la presencia de Mercedes en el momento del parto. Mi hermana no tiene impedimentos para cruzar el Plata. Como se dará cuenta estoy ansioso por reunirme con ustedes, mi familia. Aquí, aunque rodeado de buenos amigos, me siento muy solo. Un abrazo.

Lorenzo Escalante.

P.D.: Hay novedades acerca del escandalete de la O’Gorman y el cura con el que huyó. Los encontraron en Corrientes. Un sacerdote irlandés los denunció y los arrestaron. Según dicen los chismosos, ella negó haber sido violada y afirmó descaradamente haber sido la iniciadora del romance y la ideóloga de la fuga. Están detenidos en Santos Lugares. De sólo pronunciar el nombre se me eriza la piel, malos recuerdos. Se rumorea que serán fusilados, y …¡Camila está embarazada! Otro grano de arena que contribuirá a la caída del tirano.


Cochabamba, 10 de Marzo de 1948

Queridísima abuela:
Estoy feliz por las buenas nuevas que tengo que comunicarte. Ekupiñan unos días partimos para Montevideo. ¡Sí!, has leído bien.
Ya sé que hace poco nos hemos instalado en esta bella ciudad, pero si la virgencita de Urkupiña, de la que me hice devota, lo permite, podré abrazarla después de tanto tiempo. Tío Lorenzo me ha prometido que hará todo lo posible para que usted pueda cruzar el plata y estar presente en el nacimiento de mi hijito. Ese es mi mayor deseo.
Debo confesar que cuando Rafael me comentó la proposición del tío de trasladarnos a Montevideo para trabajar en un periódico, la idea me provocó resquemor. Otra mudanza justo cuando comenzábamos a organizarnos bajo nuestro propio techo, me causó desazón y entusiasmo a la vez.
¡La extraño tanto abuela! Creo que ya se lo mencioné un millón de veces, pero no voy a dejar de repetirlo.
No se preocupe por mí, soy vigorosa y este niño se mueve como un potrillo desbocado. El doctor Orondo nos dio su visto bueno para el viaje. No le puedo negar que al principio se escandalizó, ¡lo trató de loco a Rafa! Luego, más tranquilo cuando le contamos que navegaríamos la mayor parte del trayecto, aprobó nuestra decisión. «Si toman hasta el más mínimo recaudo, les doy mi bendición», nos dijo con cara seria. Siento un cariño especial por él, abuela. Siempre atento y cordial. Todas las tardes pasa por nuestra casa para asegurarse que me encuentre bien.
Este viaje a Bolivia me ha hecho madurar. Conocí mujeres increíbles que arriesgaron afectos y seguridades en pos de sus convicciones.
Pero mi gran orgullo es usted, abuela. A usted le debo la vida, respaldó mi amor por Rafael, no me abandonó en mi peor momento. Siempre dándome fuerza, protegiéndome, animándome.
¡Gracias abuelita Mercedes, gracias por ocupar el lugar de mi madre!
Ojalá podamos reunirnos muy pronto. Deseo compartir con usted la alegría del nacimiento de este hijo que llevo en mis entrañas, y que sin dudas, después de este camino de sangre que hemos sufrido
traerá vientos de esperanza para todos.
Con amor. Lourdes.

EPÍLOGO

«Soldados: Si el Tirano y sus soldados esperan,
enseñad al mundo que sois invencibles…
en el campo de batalla tenemos todos que vencer o morir». Justo J. de Urquiza

Buenos Aires, 27 de diciembre de 1853

Con paso decidido atravesó el pasillo umbrío de la prisión.
Debía cumplir con su promesa, nadie se lo impediría.
El corazón le galopaba como un potrillo desbocado, pero su espíritu permanecía sereno.
Se verían cara a cara por primera vez luego de tanta persecución, engaños y amenazas.
«Hay algo que debo reconocer de él, jamás quebró su lealtad a Rosas, jamás elevó un insulto contra el Tirano que cobardemente huyó a Inglaterra, abandonando a sus seguidores», pensó mientras se acercaba a la celda de Ciriaco Cuitiño.

En dos días sería ajusticiado junto al mazorquero Leandro Alén, el único amigo que le quedó de tantos que en los buenos tiempos lo sobaron.
El soldado abrió la celda. Lo encontró sentado sobre un camastro desvencijado. Se asombró al descubrir que cosía, ¿un pantalón?. «¿Qué nueva locura estará tramando?», se preguntó ante el insólito espectáculo. Cuitiño dejó de pegar puntadas y levantó la vista al escuchar: «Tiene visita Coronel».
_ ¡Usted!, ¿qué quiere?, ¿qué mira?…Coso mi pantalón a la camisa, no quiero que cuando me cuelguen se me caigan los pantalones.¡Aun federal ni de muerto se le caen los pantalones, carajo! ¿Se va a reír de mí? ¡Adelante, hágalo de una buena vez! _ alardeó.
Después de fusilarlo, la condena se completaba con la horca.
_ Vine a cumplir una promesa _ la voz melodiosa de Lourdes se abrió paso entre las sombras de la celda.
_ Y Rafael, ¿dónde está?, ¿por qué no vino él? Me disprecia tanto que manda a su perra pa’ que se burle de mi desgracia.
Lourdes permanecía en silencio, los ojos cargados de lágrimas.
_ Dígale que pa’ mí es un honor morir contra el paredón. Siempre le jui fiel a su Excelencia que se comportó como un padre conmigo. Nunca actué en forma artera, siempre jui frontal en mis procederes _ a medida que avanzaba su monólogo, la ira iba menguando _ Dígale…dígale que a pesar de su traición lo sigo queriendo como al hijo que no tuve…
Y ese hombre, duro, temido, violento, déspota, se derrumbó en un llanto amargo.
Lourdes, olvidándose de todo rencor, se arrodilló a su lado y lo abrazó sin remilgos. Ciriaco pegó un salto al sentir el calor de Lourdes, pero no se resistió al contacto.
_ Rafael no pudo venir, don Ciriaco, porque murió en la batalla de Casesros _ lo dijo en un susurro.
_ ¡Como!¿Qué me está diciendo? ¡No puede ser! Más salvaje que mi Rfa en la lucha cuerpo a cuerpo no conozco. Nadie como él en el manejo del jusil y del facón…Cuando Santa Coloma me informó que lo había herido, casi lo mato a trompadas. «Asustálos», le dije y el muy hijo de puta casi me lo manda pa’ el otro lado. Estuvo como loco hasta tener la certeza que estaba fuera de peligro. Siempre tuvo mis informantes, ¿sabe?…Y ahora esto…¡No, no, no, no puede ser, mi Rafael no, maldita sea! Se murió y no pude pedirle perdón,,,_ Cuitiño estaba desesperado.
_ Rafa lo perdonó. Siempre se refería a usted con cariño, justificando su conducta. Soñaba con tener la oportunidad de reencontrarse sin odios ni reproches.
_ ¿Cómo sucedió? Cuénteme por favor. _ la lágrimas continuaban cayendo, imposible detenerlas.
_ En plena batalla le clavaron una bayoneta por la espalda que le atravesó el corazón._ la voz quebrada por el dolor, un dolor agudo y profundo que no cicatrizaba.
Ya había pasado un año de la muerte de Rafael. Cuando el oficial unitario, un extraño para ella, con una calma siniestra le comunicó lo sucedido, creyó que un mar turbulento la tragaba. Como explicar la terrible herida que le perforó el alma, imposible.
_ Cuando me notificaron, me desvanecí. Estuve inconsciente varias horas. No deseaba despertar.
_ Perdoneme usted también Lourdes. El resentimiento y las ansias de venganza consumen al hombre y yo sucumbí a esos sentimientos dañinos.
«Las vueltas de la vida. ¡Como imaginar que la muerte de mi amor, me reconciliaría con el protagonista de todas mis pesadillas!, reflexionó golpeada por la pena. Se despidió besándolo en la frente.
Él se quedó allí, devastado, anhelando la hora de su ejecución.
«¡Cosa de locos! Hace un momento saqué cagando al cura que quiso confesarme. Vida eterna, ¿qué carajos significa eso? le escupí…y ahora ansío con todos mis huesos que esa vida eterna exista para volver a abrazar a mi ahijado, a mi Rafa, el huérfano que me hizo conocer el significado de tener una familia».
Lourdes, al regresar a su casa de la calle de la Santísima Trinidad, lloró sobre el hombro de Tina, otra mujer traspasada el sufrimiento.
_ Cumplí la promesa que le hice a Rafael antes de que se marchara a luchar en Caseros _ Tina con un pañuelo de seda blanco le secaba las lágrimas compulsivas.
_ ¿Qué aspecto tenía? _ sonó resentida.
_ La muerte de Rafa lo desmoronó. Ya no quedan rastros de aquel hombre virulento. Quería muchísimo a Rafa, muchísimo.
_ Doña Mercedes y los niños están en el jardín. Te están esperando _ Tina siguió su camino hasta la cocina sin revelar ningún sentimiento hacia Cuitiño. La muerte de su hijo la mató en vida. No reía, hablaba lo indispensable, su rostro se volvió amargo. «Mi vida ya no tiene sentido», le confesó una tarde a Lourdes.
_¡Abuela!
_ ¿Todo bien? _ se volvió sonriéndole.
«Gracias abuelita por tus sonrisas que me dan valor», suspiró con nuevos bríos.
_ Todo bien _ respondió distendida_ ¡Alba!, ten cuidado…si se rompe esa rama te lastimarás, hija.
Una niña de tres años, de cabello azabache y ensortijado con unos pícaros ojos verdes, le contestó con insolencia.

_ ¡Mamita!, ¿no te das cuenta que soy una trapecista? _ el día anterior un circo itinerante llegó a la ciudad y la pequeña Alba quedó fascinada con el muchacho que desafiaba las alturas.
_ Esta bien, pero no maltrates al pobre naranjo. Abuela, ¿y Miguelito? _ se extrañó al no ver a su hijo mayor acompañando en el juego a su hermana. Eran inseparables.
_ En la biblioteca, leyendo el libro de cuentos que le regaló Lorenzo. Ese niño es una luz, cinco años y lee. Estoy segura que será escritor _ profetizó orgullosa.
_ ¡Abuela, que cosas dices! _ rió Lourdes.
_ Ven Lourdes, sentémonos bajo el naranjo. Dime, ¿cómo estás de ánimo? _ se preocupó al verla ojerosa.
_ El encuentro ha sido terrible, me removió tantos horribles recuerdos…tanto dolor.
Sin Rafa me siento morir…
_ Lourdes debes ser fuerte por tus hijos, ellos necesitan una madre alegre, cariñosa, que les enseñe el valor de los afectos
_ Abuela lo que más deseo es reír con ellos, cantar con ellos y recordar junto a ellos esa persona inigualable que fue su padre. ¿Podré hacerlo abuela?
_ Mi adorada niña, claro que serás capaz.
_ Rafael fue mi hombre, lo es y lo será por siempre. Sé que continúa a mi lado. Me siento plena porque conocí la felicidad. Fue un largo y penoso camino de sangre, pero perfumado por un amor incondicional y eterno; y por dos rosas, mis hijos…





URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS