Observé un reflejo sobre una bañera, lo dudé, pero era yo más rubia y cadavérica, con el rostro pálido y al mismo tiempo excitado; enfurecidos mis ojos no dejaban de inyectarse en mi yo espectador. Estaba de rodillas en el centro de la tina donde se contenían aguas negras; la inquietante silueta deslizaba los dedos sobre el rostro, los arrastraba hasta el cuello, y mientras tanto, de sus mejillas se desprendía un líquido igual de escandaloso que la sangre, pero aún más viscoso y frío.

No me asustó el escenario autolesivo ; pero mis manos temblaron al reproducirse el video una y otra vez. Necesitaba interpretar los sonidos, tanto nivel de crueldad genera morbo.

“Quiero hacerlo contigo – quiero hacerlo contigo”, me detenía nuevamente pero su petición seguía siendo la misma. No desperté con miedo y taquicardia, solo era un sueño sádico.

Cerré de nuevo los ojos, esta vez estaba en una orilla a centímetros de la inmensidad del océano, hacía un día claro y un sol perfecto. Observé una mujer a mi lado con dudas de sí sumergirse, yo le insistí que lo hiciera, que dejara el miedo, parece que me escuchó porque segundos después la vi disfrutando. No sé porque razón asumí que a mi alrededor la gente deducía mi desconocimiento del nado, eso me tranquilizó, pero en mi fondo desde niña había superado ese temor. Busqué escusas de peso y terminé por reconocer que estaba de nuevo soñando. La idea del sueño se hizo más mía y ahora mis dedos entraban en contacto con la superficie del agua, mientras observaba las ondas que se originaban, mis huesos paralizados, fríos, entraban en aguas más profundas.

Sin detenerme continúe hasta desaparecerme por completo, me di cuenta que aun en el fondo podía respirar, que no necesitaba salir a la superficie, pero me venció el miedo y se esfumó tan grandiosa habilidad.

Ahora estando despierta todo aquello me ha puesto en un lugar incomodo. Reflexionar sobre mi actuar tan instintivo.

Yessenia García P.

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