Coma

I

No hay atajos a la sanación, y sin embargo, ¿cuántas veces se olvida esto?

La ira, la tristeza y la melancolía solían servir para brotar palabras por los dedos y, sin embargo, ahora es tan intenso cada sentimiento que ellos se agarrotaron. Pero no les pasa nada, simplemente: algo cobró el suficiente sentido como para darse cuenta de que era mejor no volver a decir nada. No escribir más para seguir teniendo esperanza. No escribir más para seguir creyendo que escribir aún podía sanar cuando, a decir verdad, ya no había curación posible. Por más y más palabras que surgieran, éstas iban a parecer un atropello en cuestión de segundos: nada dice lo que no se puede decir.

II

Me estoy desgarrando por dentro y no hay motivo. O no hay un sólo motivo. Nunca es uno. La ociosidad me aborrece y la obligación me somete, no me puedo quedar con nada porque nada queda salvo cansancio y hastío.

Tenía grandes metas. Creía que iba a poder contarlo todo sin decir nada: que la ficción se apoderara de mí, que el sufrimiento me hiciera redimir, que la repetición me hiciera redescubrir.

Y, sin embargo: fui acumulando momentos, postergando ejercicios. Pensé que era por pereza y ahora, en cambio, sé que fue por no perder la fe. La fe en que aún tenía la capacidad de transformarlo todo, que nada se podría resistir, que todo eran palabras y que yo con ellas podría hacer lo que me propusiera.

III

El único problema de que “no hay dos sin tres”, es que en realidad nunca vemos más que uno. Y si no hay dos, nunca habrá tres. No hay uno, pero es lo que vemos. Y lo que vemos es lo que hay, pues ya no escuchamos, ni olemos, ni palpamos. Y aún así, algún poso parece quedar: pero sé que durará poco.

Tendré que volver: una y otra vez. Para consumir una pequeña dosis, algo que me permita respirar cinco segundos de tranquilidad, una breve suspensión en la angustia. Para retomarla como se retoma el amor: con el “nunca y el “siempre” más que presentes.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS