Él lo sabe. Lo sabe porque se lo digo yo, cada mañana.

Se le cierran los ojos, la señora que se sienta enfrente de mí no puede evitarlo, entre cabezada y cabezada se le cierran los ojos.

¿Lo sabrá ella?

¿Por qué les cuesta tanto aprender?

Yo lo he aprendido en el colegio y Marta lo aprendió de mí. Tuve que enseñárselo. ¡La muy tonta!

–Próxima estación Cuatro caminos’…

Se ha dormido, es que este vaivén acuna y la señora que se sienta enfrente de mí al fin se ha dormido. ¡Parece tan cansada! Cómo si la vida no le diese ocasión para tomarse un respiro. Espero que no se pase de estación. ¡Yo tengo que tener cuidado y estar atenta! Aunque aún me quedan cuatro estaciones. Sin contar esta, claro.

Me puse muy triste porque la mamá de Marta era como si fuese mi mamá y verla llorar me rompió el corazón.

Como Él también me lo rompió esta mañana.

Yo era la ‘rarita’, en el colegio me refiero, esa que cuando los niños forman equipos para jugar, se queda siempre de mirona. Y se metían conmigo. Y claro, tuve que aprender a defenderme. ¡Me daba una rabia! Y me aburría tanto. En el patio del recreo había unas jardineras muy grandes, con unas plantas mustias. Si escarbabas un poco, sobre todo si acababa de llover, encontrabas lombrices. Yo las desenterraba y las ponía al sol, para que las fuera matando poco a poco. A veces se retorcían un buen rato antes de morir y también a veces tenía tantas ganas de que los niños me dejasen jugar a sus juegos que cerraba los ojos y deseaba, muy fuerte, muy fuerte, que las lombrices fueran ellos. Pero no pasaba nada. Solo otro recreo sola.

Lo peor fue verlas llorar, a la mamá de Marta y a su yaya, la yaya de Marta ¡tan dulce!, como me querían. Y claro yo no podía explicárselo. Y era muy triste verlas llorar, me abrazaban y sus lágrimas me mojaban el pelo.

Hoy no voy a llorar, aunque también esté triste.

Marta era muy tímida y eso es malo cuando eres ‘la nueva’. Por eso nos hicimos amigas, porque yo la defendía. Tuve que aprender ¡Qué remedio! Pero yo no soy mala. De eso estoy segura.

–Atención, estación en curva. Tengan cuidado…

Y Él lo sabe, ya me conoce y sabe que mi carácter, en realidad, se queda en nada en el mismo momento que me dice que me quiere.

Yo se lo digo a Él cada mañana. Te quiero. Como otras personas se dicen ‘buenos días’.

¡Qué buenas amigas fuimos Marta y yo! Las mejores, porque solo nos teníamos la una a la otra. Pero les cuesta tanto aprender lo importante que es la amistad.

La señora que se sienta enfrente de mí ha abierto los ojos. Debe ser que tiene que bajarse en esta estación, porque prepara, medio adormilada la pobre, la bolsa que está entre sus pies, en el suelo, una de esas grandotas que te venden en los grandes supermercados. De las reutilizables, aunque a mí la mitad de las veces se me olvida en casa y tengo que comprar otra. ¡Menuda colección he reunido!

También era la ‘rarita’, después, en el instituto. Era la chica a la que los chicos solo miran una vez, esa de la que, en una época de hormonas revolucionadas, no les cuesta nada hacerse amigos porque no les atrae de ninguna otra manera. La verdad es que lloré unas cuantas veces. ¡Menos mal que tenía a Marta!

Mi tía, cuando se dignaba, que era casi nunca, a darse cuenta de mi existencia, me echaba mí la culpa, ‘con tu carácter lo raro es que alguien se te acerque a más de dos metros’, me decía. Pero yo no soy mala, a lo mejor un poquito arisca, pero es que he tenido que defenderme ¡tantas veces! Para que no me hicieran daño. Pero yo puedo querer con mucha más fuerza que la mayoría. ¡Que iba a saber mi tía!

–Próxima estación Estrecho…

Entre amigas no se habla de esas cosas y ella, me refiero a Marta, no podía saberlo como lo sabe Él. Y él lo sabe porque yo se lo demuestro todos los días.

¿Lo sabrá la señora que ya no se sienta enfrente de mí?

Antes de levantarse me ha mirado. Una de esas miradas sin objeto, sin destino. Iba a sonreírle pero no lo he hecho al ver el desagrado, yo diría que casi el miedo en su cara, ¿Por qué? ¿Por qué me ha mirado así si no me conoce? Claro que a saber cómo miramos las caras que comparten un vagón con nosotros, un breve tramo de nuestras vidas, entre dos estaciones. Ahora arrastra los pies (se la ve tan cansada, tan sin esperanza) repentinamente apresurada hacia la puerta abierta del vagón, no sin echarme otra mirada, de reojo. Una casi espera que deje tras ella, por el suelo, un rastro de ilusiones rotas.

‘Son cosas de niños’. Me gusta pensar que papá y mamá dirían eso. ‘No son más que niños que no saben medir el daño que hacen. Que no quieren hacer daño de ese modo.’ ¡Que poco saben! Creen que lo saben todo sobre los niños pero no saben nada.

¿No lo he dicho? Marta era preciosa. A ella sí que la miraban los chicos. Y a ella le gustaba que la mirasen así. ¡Vaya que si le gustaba! La muy tonta no supo distinguir entre lo que es y no es importante.

¿Tan difícil es entender que cuando das tu amistad ya no tienes derecho a arrebatarla? Y, sobre todo, cuando Marta era lo único que yo tenía.

–Próxima estación…

El helado que no se me olvide el helado para Él.

Él sí lo entiende, o por lo menos lo entendía hasta hace muy poco. Yo se lo he dicho muchas veces. Y ahora…

Mamá y papá habrían comprendido. Pero mi tía. Qué iba a comprender ella. Claro que sé que no me porté bien. Mi tía tras la expulsión del último colegio, me amenazó con internarme en una institución (así lo dijo, muy enfadada) donde supieran que hacer conmigo. Sé que no me porté bien. Pero aquella niña era ¡tan odiosa!

Lo hice para defender a Marta, pero a ver quién se lo explicaba a mi tía.

Menos mal que conocí a Marta.

Éramos amigas, las mejores amigas y sin embargo, con qué facilidad me abandonó, cómo se tira algo hasta ese momento tan útil que no podríamos vivir sin ello y que se vuelve inútil de repente. Pero claro en ella si se fijaban los chicos y a la muy tonta eso le gustaba tanto como para irse detrás de aquel tan alto y con cara de algún actor que ahora no recuerdo.

Me dio ¡tanta rabia! Y mucha pena, casi tanta como ver llorar al papá de Marta, que también, así lo sentía yo, era un poco mi papá. Fue muy duro, porque estuvo un buen rato gritando. Y yo sentía como, no sé, como unas cosquillas en el vientre, cuando Marta gritaba.

No me gusta la cara que me devuelve el cristal que antes tapaba la señora, la que se sentaba enfrente de mí. No me gusta porque yo no soy así. Por lo menos la mayor parte del tiempo.

Conocer a Marta y conocerlo a Él han sido las mejores cosas que me han pasado. Los dos me han cambiado.

Es una suerte esa manía que tiene Él de no abandonar su barrio, porque por ese motivo vivimos solos en el edificio.

He estado atenta y no me he pasado de mi estación. Ahora tengo que estar atenta para no pasarme de largo la tienda.

¡Qué contento se va a poner!

Puedo poner las muestras de medicamento en el helado que voy a comprarle. Él siempre dice que es en esos pequeños detalles donde se ve cuanto quieres a alguien. Podría poner el sedante en el helado, con cuidado de no pasarme, claro. Una dosis excesiva podría producir un paro cardíaco y yo le quiero tanto ¡Vaya si le quiero!

Si no llega a ser por Engracia y Ramón me paso la tienda. Menos mal que salían por la puerta cuando yo pasaba por delante. Y claro me he tenido que parar a saludarles.

Pensándolo bien lo del sedante en el helado no es buena idea. Él tiene un paladar tan exquisito para los helados que es capaz de notarlo.

La amistad es muy importante.

El sexo está bien, pero la amistad es lo más importante en una pareja. Él lo sabe, porque se lo he dicho yo, muchas veces. Ahora me estará esperando, ‘Hola, cariño’, me dirá, como si tal cosa y me ayudará a preparar nuestra cena y cenaremos y después, en nuestra cama, me hará el amor y me dirá ‘buenas noches’ y se quedará dormido abrazándome (yo soy muy poquita cosa y desde afuera debe parecer que me pierdo entre sus brazos) y nos dormiremos, como cada día, como si tal cosa. Él siempre se duerme antes, además esta noche…

¿Dónde? En el cigarrillo de después. Sí, será lo mejor. Tiene gracia lo fácil que será hacer lo que tengo pensado. Claro, como Él no sabe nada.

Que contenta estoy solo de pensar en la sorpresa del helado. En lo contento que se va aponer. La verdad es que es un cielo, tan delicado y agradecido.

Solo pensarlo y me ha cambiado la cara (la de ese escaparate, al pasar) la verdad es que no podía volver a casa con la cara que se me ha puesto cuando he recordado lo que he visto esta mañana. Yo no soy la de esa cara, es solo que la amistad…ya lo he dicho y no hace falta que lo repita. Además Él lo sabe.

¡Cómo se asustaron los mayores! Mi tía no me dejó salir sola durante no sé cuánto tiempo. No es extraño después de lo que le hicieron a Marta. Y la policía no encontró a quien lo hizo, con lo que el miedo no desapareció fácilmente. Durante mucho tiempo todo el mundo evitaba las naves industriales abandonadas donde la encontraron, sobre todo cuando anochecía.

Fue una suerte guardar unas muestras cuando retiraron el sedante. En la clínica todos confían en mí. No lo he dicho, pero desde que vivo con Él mi carácter ha cambiado. Ya no soy la ‘rarita’ a la que todos temían, de la que todos se apartaban. El vivir con él ha cambiado mi carácter. Por eso me llevo tan bien con todos en la clínica y como cumplo con mi trabajo mis jefes me aprecian y me tienen confianza.

Aunque físicamente parezco poca cosa, engaño.

Él, por supuesto es mucho más fuerte que yo. Por eso es una suerte lo de las muestras. Mi tía achacaba mi fuerza a mi mala naturaleza y a los malos instintos, a saber que querría decir, heredado todo de mi madre, su hermana. A mí me dolía que hablase así de mamá. Las hermanas tienen que ser las mejores amigas.

¿Por qué les costará tanto aprender?

En todo caso sea por lo que sea siempre fui más fuerte que Marta.

La verdad es que el sedante es ideal.

Lo retiraron porque tenía efectos secundarios. Pero no si lo usas solo una vez. Yo no me hubiera quedado con las muestras si no fuera porque iban a deshacerse de ellas. Es un sedante muy fuerte. Si se aumenta la dosis el efecto es que no puedes moverte y lo curioso es que no pierdes la sensibilidad. Es decir que tu cuerpo sigue sintiendo el mismo placer o dolor que si no estuvieras sedado. Por eso es ideal.

Marta, la muy tonta, esa tarde quería hablar conmigo de algún problema que tenía con ese chico, con ese que se parecía a un actor de cuyo nombre no me acuerdo. Así que buscamos un sitio tranquilo para hablar.

¿Por qué no se darán cuenta de lo importante que es la amistad? En fin, al final, Marta lo aprendió. A mi tía le costó más.

Me río porque se me ha ocurrido, mientras voy llegando a casa, que lo de guardarme unas muestras del sedante retirado pudo ser una premonición, como una jugada del destino. Vaya tontería, ¡como si yo hubiera podido prever que iban a servirme de algo!

Engracia y Ramón son nuestros únicos vecinos en la calle, dos puertas antes de llegar a la nuestra, pero son tan viejitos y están tan sordos que aunque se descolgase la luna no la oirían caer.

Esta noche Él se dormirá como si tal cosa, feliz, porque hay algo que no sabe. No sabe que los he visto. Cuando he salido un momento de la clínica. La verdad es que Él no ha tenido ningún cuidado, claro cómo se supone que yo estaba trabajando. A saber cuántas veces habrán pasado por allí, sin preocuparse porque pudiera verlos.

¡Qué bien huele! Ya está preparando la cena y ¡qué hambre tengo!

La dichosa puerta siempre se atranca. Hay que tirar de ella hacia afuera y levantarla un poco.

Viene por el pasillo porque me ha oído trastear con la puerta. La verdad es que Él es un cielo.

¿Qué hago con el sedante que sobre? Mi tía decía que el que guarda siempre halla. Sí, será mejor guardarlo. ¿Quién sabe? ¡Hay tanta gente que no aprende!

La ventaja de vivir solos en el edificio, y casi en toda la callecita (prácticamente un callejón) donde vivimos, es que no te molestan los vecinos.

– ¡Hola, cariño!

Y tú tampoco los molestas a ellos con ruidos a medianoche o con gritos.

Como los de Él esta noche.

¿Por qué les costará tanto aprender?

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