¿Dónde se oculta la Luna?

¿Dónde se oculta la Luna?

Para Fernando Fernández Reverte.

In memoriam.

Gracias, amigo.

El gozoso viaje a Ítaca, no hubiera sido sin ti.



Ananké, así nombraban los griegos al destino, indiferente a los actos humanos, indiferente, por tanto, a que yo hubiera o no estado allí, con Ella.

¿Qué me queda de Ella?

Me quedaría lo inefable.

El calor de su cuerpo en cada punto cardinal de la que fue nuestra cama; el sabor del café, amargo de despedida, endulzado por el tacto de su mano en la mía, en el rincón del bistró que hicimos hogar durante un rato. El penúltimo roce de su piel antes de…

…Sí, sobre todo, eso me queda de Ella: el último tacto mórbido, un girón de piel muerta adherido para siempre a las yemas de mis dedos; por más que pretenda que el tiempo todo lo tape, todo lo cure.

Me queda el libro con que quise conjurarla.

‘Nunca he sabido esperar.

Y ahora…

La última señal de llamada y una vez más solo el eco.

–Soy Alicia. Ahora no puedo atenderte. Deja tu mensaje y te llamaré.

–Llámame…dime que estás viva –un susurro inaudible ¿Se ha grabado?

…soy Aurora, tu Feúcha, quiero decirte, y no tengo fuerzas.

Es el olor del miedo…desde esta mañana, cubre, impregna, llena, mi piel, mi ropa, mi habitación; mi VIDA: un pingajo colgado de una secuencia de números, de una serie de promesas, rotas por esas cuatro frases, esas doce palabras que no disipan el olor del miedo a no oír NUNCA tu voz.’

El olor del miedo.

El eco de la voz de Ella. Esas cuatro frases, esas doce palabras.

A pesar del tiempo, la voz de Aurora y el eco de Ella resuenan en carne viva.



‘¿Sabes, Andrés?…a veces una vida es el precio a pagar por otra vida. Un canje justo.’

‘¿Qué te parece “Confesiones de Alicia, una niña mala”, como título? Bueno, titúlalo tú como quieras. Yo voy a contártelo todo. A nadie se lo he contado, pero se me acaba el tiempo. No es cierto. Se lo conté a Cris. Y huyó, asqueada, de mi fealdad. No importa. Ya no. Rosaura me ha hablado mucho de ti. Por ella sé que eres un hombre bueno. Justo. No te equivoques, no busco tu perdón. Voy a contártelo en la esperanza de que tal vez tú se lo cuentes a ella. Yo no he sido capaz; por miedo a perderla. Y, quizá un poco también, o eso quiero pensar, por no hacerle soportar un peso que solo a mí corresponde. Pero ya no importa. Confío en saber mostrarme ante ti en lo bello y en lo horrible ¿Cerrarás los ojos con asco? ¿Me mirarás con lástima? ¿Me odiareis?’



‘–Espera, déjame a mí.

Cada parpadeo aumenta la irritación en mi ojo; das un manotazo a mi mano impaciente (tus ojos, tan cerca,tienen tamaño de horizonte.)

¿Cómo he dudado de saber reconocerte?

La palabra “Feúcha” (he creído leerla en tus labios) cruza el ancho costurón de nueve años y detrás, tú, cruzas el Paseo de la Florida con pasos impacientes. Besos y abrazos van y vienen, como olas entre dos playas que se desconocen y se saben tan bien. Alas gráciles, vidriera de escamas en la habitación cálida, familiar, acogedora de tus brazos, ingrávida, sin alterar apenas el aire, una mariposa se deja caer sobre el engranaje que va a aplastarla. Soplas sobre mi ojo para que salga la mota de tierra. Un aleteo inútil, a destiempo. Sutiles escamas flotan en un rayo de luz aguamarina y por un instante te reconozco, ojos de gata, curiosos y crueles y acechan y huelen la debilidad. La mariposa muere aplastada y me reconozco (en el fondo verde del iris, en el rojo coral, precioso, de los sentimientos) vestida con la piel, más tierna, más vulnerable, nueva, que sazonó a la sombra de tu ternura exigente. La Feúcha soy yo y no me pertenezco.

– ¡Estás hecha una vieja!

– ¡Pues anda que tú!

Me gusta así, fuerte, firme y posesivo, alrededor de la cintura que ya no es solo mía. Y ya voy atando a Aurora, que protesta y me golpea y me insulta, pero que debe quedar inmovilizada y oculta para que Alicia me haga un hueco a su lado. Y me dejo empujar, atrapada, entre la gente, hacia la mesa, en tus manos y tus labios que devanan la madeja de tus recuerdos.



–Durante un tiempo tú también oliste a muerte.

Palabras duras y certeras. Una jaula. Una esfera. Un maldito huevo de paredes líquidas, turbias. Cubrir el ojo sin parpado, la conciencia insomne, con un manto negro de compasión: ¡Pobre Rosaura! Falso polvo de hadas. Disolver la conciencia. Borrarla.

–Ahora hueles a ti.

Pero no soy yo.

No aún.

Aún no sé y debo saber cómo termina la historia.



‘ ¡RISSS!

La cuchilla pasa suavemente sobre tu piel. Los rizos caen al suelo, sobre un colchón de espuma, entre risas. Cada vez es más extensa la superficie de tu vientre libre de la sombra acogedora (ayer encaje de seda negra, hoy efervescencia dorada.)

(Mantener el equilibrio. Cada vez más precario. En la placita, en el centro, sobre el balancín rojo, desnudo de risas y voces infantiles, cae hacia un lado, hacia el otro, cada vez más rápido. La niña dobla ora una rodilla, ora otra, se inclina hacia delante y hacia atrás, mueve los brazos y cuando siente que va a caer, se asoma a la placita, por la ventana.)

–Tu coñito ya está tan calvo como el mío.

Hago que te gires de frente al espejo para mostrártelo.’

‘Y el espejo fue la ventana, Andrés, y en el espejo, a través de la ventana, aquel día, en el pequeño parque, entre dos catalpas desnudas: la réplica de mi mirada. Sus ojos: rejuvenecidos por el espejo, misericordioso, que me oculta las finas arrugas, tan bellas, alrededor, tan amadas. Dos dardos, que el espejo, cruel, clava, acusadores, homicidas, en los míos hasta que me duelen de remordimiento; hasta que me sangran. Y el grito, dentro, hondo, irreprimible:

Mamá…no fui yo…

Mamá…tuve que hacerlo…

Abro la boca para que el grito no me ahogue y un grumo negro de sangre resbala por la barbilla. Siento su viscosidad y en el espejo –cómo aquel día, por primera vez la sangre– a través de la ventana: ven conmigo, salta. Cómo aquel día en que la sangre –lívida, blanda babosa de sangre que se deshace en sangre hacia el desagüe– comenzó a corrompérseme –dentro– donde siento el grito crecer a borbotones y sus dedos –duendes sobre el marfil y el ébano: la niña corría por el pasillo, tan largo, tan alto, tan cobijada por su música– ahora son garfios tendidos hacia mí. Y su voz asustada: la que araña furiosa, a través del espejo –desde dentro– las paredes de mi cráneo, me suplicaba por su vida…’

‘–Solo te falta la rosa.’

‘…y en el bajo vientre la punzada del poder de concedérsela o quitársela y, por un momento, el vacío – ¡Sola, Andrés!– y después la sádica alegría de ver el miedo en esa mirada –una réplica de la mía madurada de finas arrugas, tan amadas– que al fin comprende…’

‘–Cariño ¿estás bien?’

‘…y el vértigo y la caída, donde estuvo la sádica alegría de ver sufrir a la propia carne, entre la vida y la muerte, suplicante, aterrorizada; ahora solo disolución a medida que fluye la sangre que le da volumen –negra, ponzoñosa, la sangre, corrompida– fluye por los oídos –lo veo, me veo, desde dentro y desde afuera a un tiempo, su cuerpo se arruga, desinflado: una garrapata que pierde la sangre de vida– que fluye por la nariz, en lágrimas rojas por los ojos y llena la boca, rebosados, los labios no pueden contenerlo y brota el grito –dentro, hondo, irreprimible–.’

‘– ¿Qué te pasa cariño?

– ¡La sangre! ¿No ves la sangre?’



‘–Carlos Amador Alberola.

–Parece un buen nombre para un compositor de boleros o valses criollos.’

De los que tanto te gustan, papá, porqué te traen a la abuela. Los que escuchábamos juntos, antes de que cerrases tu puerta: Feúcha algún día iremos juntos (yo a añorar, tú a conocer) a Lima.

‘–Pues lo he desperdiciado, porque no he compuesto una línea de música en mi vida.

Me sorprendo encaramada a este islote mínimo, improbable entre olas de pánico…Aún colgada en la cara la sonrisa triste que me ha dejado esta navidad contigo.

Y, sin embargo…

…Con que naturalidad penetraste los caminos de mi cuerpo, como si hubiese sido ayer mismo cuando los recorriste por última vez…con que naturalidad reconocí tus besos, tus manos…tu boca me trajo el aire de nuestro jardín de Redmon, tus manos las caricias que dejamos olvidadas por los rincones…Y te miro rendido al sueño que duermes indefenso a mi lado –tú abandonado de la pasión retrasada, yo abandonada de temores– y sé que no voy a hablarte de nuestro verano –yo y ella , ellay yo–, por la intuición de un temor nuevo a que algo no vivido por los dos, algo que solo me pertenece a mí, pudiera,pueda descentrar el eje alrededor del que gira nuestra amistad.



‘–Si… adivina quién cena con nosotras.

El aliento en la piel de la cara y el inconfundible aroma y el peso de los brazos sobre los hombros y las manos en la nuca y la presión de los labios contra los labios y el cosquilleo de la llamada de la punta de su lengua y la gata es ratón que gime y la lengua atropella y las manos arrebatan entre el derrumbe (sin sonar de trompetas) de la muralla de tela y lamidos y succionados pezones y voluntad que deserta en pos de su boca y apartada la seda inútil y las yemas de caricias que queman sin quemar ¡tan demoradas! de los dedos frenéticos en un chapaleo como de pisar charcos y morosos otra vez en los labios de la vulva ¡tan sensible por la larga espera! en el clítoris que sale de su escondite y se abraza a ella y la otra mano (no ociosa, impúdica, violenta) violenta cómplice, sincronizada, y su sonrisa está diciendo (estoy segura)“parece mentira Cris, que poca confianza, eres mi invitada y si hubiese sabido que eras tan zorra y estabas tan salida te habría follado mucho antes”…Zorra salida, viciosa ¿Qué importa?, pero, por favor…Lo lees en los ojos de tu representada amante amiga un momento antes de perderlos de vista…un momento antes del presentimiento estremecido de su lengua…y ya te anticipas y te derramas sobre su cara pero el contacto no llega y te deja con aquel fuego…incontenible…mi niña…y comienzas a apagarlo con furia creciente mirándola y deseándola y reprochándole la sonrisa traviesa colgada ahí donde debieran gotear tus jugos y el orgasmo se asoma con la timidez de quien duda de llegar en buen momento y una blanca camiseta cubre su pecho y sube animado por la llamada y un pantalón vaquero la aprisiona…y se agacharía para besarte en el coño ¿una palmadita, una suave presión? y te derramarías contra su mano y tu grito se deshilacharía en las espinas de su risa.

–Créeme es mejor para ti: tienes que reservar tu coñito para Germán. Recuerda que tienes que serle fiel. Es el único hombre al que has aguantado más de quince días. ¿Es él quien cena con nosotras?



‘ –Chache, ¿no te acuerdas de Vero?

Te apeas del taburete para poder observarla. Huele a rosas y te hipnotiza y no puedes liberar tus ojos de los de ella y te hundes en lo negro y no sabes salir hasta que ella inclina la cabeza y tu mirada, al fin libre, puede caer a lo largo de la nariz hasta la boca ¿cómo has sabido vivir sin esos labios? y te sonríen desde su carnosidad bien dibujada y te detienes en la fresca sombra que el labio inferior proyecta sobre la barbilla, hecha para ser llenada de caricias y cuando te alejas de esta tierra prometida, como a vista de pájaro, descubres las tres playas, de la arena más limpia, de su frente y sus mejillas, donde rompe un mar de ondas castaño oscuro, cuya pleamar alcanza a cubrir sus senos y, ahora que la luz alumbra de lleno su cara, lo que surge de ella , rebosándola, son los ojos, con un brillo travieso bajo las cejas. Una de ellas se levanta y te interroga. No la reconoces, pero ya no podrías, de querer hacerlo, alejarte de ella. Ana se ríe de ti y no te importa mientras puedas seguir mirándola.



Vero duerme.

La siente a su lado piel con piel, mientras, al trasluz de la confusión dulce entre sueño y vigilia, entrevé el cielo aguamarina de los ojos de ella y siente, sobre su vientre, la sólida levedad de su cuerpo, y, en la piel el vaivén de sus caderas: suave en el sedoso roce de su vello (con algo de negro gato mimoso) a la vera de un sexo fundido con el suyo en comunión perfecta; y el cuerpo de ella se desvanece en motas de polvo atrapadas en un rayo de luna, cuando los aguijonazos del remordimiento y del deseo (en el costado: breve y afilado; en la entrepierna: calientes, imperativos, tercos) ahuyentan su fantasma cálido y a él le expulsan del sueño.



Te sobresaltas cuando el sol, espejado en el movimiento del cristal de una ventana, corre delante de ti por la pared de la fachada.

Llegar hasta la esquina. La doblas y enfilas la calleja. Una cuesta corta y empinada, al final de la cual, coronándola, esta la placita a la que abre sus puertas el bistró que buscas.

Entre yo y tú, su silueta. Un vértigo cae sobre ti desde el suelo. No es una cuesta, es el borde de una sima y vas a caer. La figura menguante del hombre va desapareciendo. Golpes de bastón contra el adoquinado. Terror animal. Primero las piernas. Grito degollado. Pasos graves y secos, firmes y crueles. Temblores. Tragado por la tierra: ahora hasta la cintura. Llanto. Vacilación de caída (otra vez no) Tu rostro: pánico moldeado en cera (socorro) Humedad bajando por tus muslos. ¿Huir? Tu cuerpo: un guiñapo sin alma: te sorprende de que el viento no lo arrastre. ¡No! Nadie para ayudarte. Nadie para defenderte del terror que en cualquier momento podría volver la cabeza y verte: que no lo haga (volverte invisible) el monstruo se ha detenido un instante. Retrocedes dos pasos sin poder apartar la vista. El hombre reanuda su camino: solo sus hombros y su cabeza se ven. Te giras y corres.Gritas al tropezar con una pareja que doblaba la esquina (corre) mientras tragas lágrimas, mocos, babas y vuelves la cabeza temiendo (cómo te estremece la simple posibilidad) que él te siga y maldices los bordes del capote que te estorban la carrera, y a la traición de tus esfínteres y corres sobre un tiempo sin consistencia, por el borde de un mundo sin referencias.

“…Me mataría antes de dejar que me atrape otra vez.”



(Crees que si me pegas me marcharé. Dolorida. Resignada a abandonar (dejar libre para ella) el hueco que me corresponde. Resignada a lamerme las heridas. ¿Eso crees? Entonces, no has entendido nada. No has entendido que solo hay vida para mí en ese hueco que ahora me niegas. No has entendido que soy tu perra (acurrucada a tu lado o a tus pies.) No has entendido que solo si me matas ¿Eres capaz de matarme, cariño? podrás echarme de tu lado.)

Llueve de la manera que más le gusta a la tierra: pausada, continuadamente; sin la violencia de las tormentas veraniegas.

(Yo seré lo que tú quieras: tu putita o la más dulce niña falta de protección y sobrada de cariño para dar; eso, si tú quieres, yo lo seré para ti.)

Solitaria, recién lavada la cara, la calle rejuvenece. Sus pasos, no demasiado seguros, se unen a los otros pasos. A los que han ido dejando sus huellas en un tejido tan enmarañado que ningún ojo hallaría los cabos de las idas y venidas de los pasos que fueron, atrapados para siempre en la calle solitaria.

(No te pido que me quieras sino que me dejes quedarme por aquí, a tu alrededor. Así algún día, a lo mejor, quien sabe si llegas a quererme un poquito. Y ¿sabes por qué? Porque no puedo vivir sin ti.)

Salvo alguna bordada sin control, su rumbo se mantiene más o menos recto, gracias a un acto de voluntad concentrada, de borracho. Él se lo niega y el alcohol cómplice, le ayuda a convencerse de que no ha bebido tanto como para colmar el límite, que está seguro de conocer bien. Pero su paso es tan incierto como su equilibrio, parado ante la puerta. Está borracho y es un cobarde.

Por la rendija entreabierta, un ojo de cristal, apagado bajo un párpado azul oscuro, siempre abierto, mira como la lluvia se estrella contra el suelo. Le mira a él y con un guiño se burla de su postizo paso decidido…el faro de su Kia azul oscuro…y ella, parada en el vestíbulo, le espera (algún día cuando sea incapaz de arrancársela de la cabeza recordará los fragmentos de su cuerpo desnudo, en el espejo) (ahora) sirve dos copas con pulso poco fiable y la oscura premonición de que cuando sus dos cuerpos se encuentren él quedará en sus manos.

Aquel día, el del encuentro, ella se quedó en el centro del salón contemplando el retrato de su madre.

–Mi madre. Se empeñó en colgarlo.

Ya no estaba Vero para recordarle que lo devolviese al trastero.

Le miró con ojos de un profundo vacío triste. Desde algún lugar al que él no podía llegar, Nina regresó vacilante.

–Una madre…ella impide…impide que te hagan daño (la última parte de la frase cayó, rota, al suelo.)

La vio hacer un esfuerzo por regresar del todo a la realidad (sin comprender el significado, su reflexión le había conmovido, por el tono en que fue pronunciada) sonreía aunque sus ojos estaban acuosos.

–Pero ahora tú estás aquí…ellos no volverán a hacerme daño y ella no me llamara. Ahora no tengo miedo

Sin solución de continuidad regresó la mujer seductora que él conocía.

–Te deseo y te necesito (en sus ojos, de nuevo, destellos verdes flotando en el mar) tomó el vaso de su mano y dejo los dos sobre la mesa. Se giró hacia él y con un suave tirón deshizo el lazo tras su nuca.

El vestido, con un leve revoleo, cayó al suelo.

(Desnuda. Por primera vez la vio desnuda; y, un instante antes de que la pasión se lo llevase todo por delante tuvo la certeza: una vez que la haga suya ya nunca más volverá a pertenecerse del todo.)

Cerró los ojos y ella se apretó contra su cuerpo.

Está decidido a hablarle con la cobarde valentía impuesta por el miedo a perder, esta vez para siempre, a Vero (atrincherado tras la cortina de humo de un carácter impostado que le cae grande) tendrá que hacerlo con rapidez porque sabe lo débil (por falsa) que es su decisión y con qué facilidad se disipará el humo con el mínimo empuje de una simple brisa; cuanto más con el vendaval que aquella mujer puede desatar (que va a desatarse) solo con mostrar ante sus ojos las promesas de un cuerpo, que ya mientras introduce la llave en la cerradura, está deseando.

–Así damos tiempo a que arreglen el aire (nos damos tiempo a arreglar nuestra vida) al fin y al cabo es una reunión de dos flamantes socios, puede considerarse una reunión de trabajo (Vero estaba radiante aquella mañana) (¿Sabes que he considerado la posibilidad de abandonar el trabajo para no tener que verte a diario?)

Tan cerca, la fragancia de rosas, el pelo suelto sobre el pecho.

¡Qué importante sigues siendo en mi vida!

Ante los desayunos, agradecidos por el alivio del aire acondicionado del pub.

–Dos veces en un mes ya es demasiado. ¿Conseguirán dos flamantes socios que cambien la instalación del aire acondicionado?

– ¿Cómo es ella?

La sorpresa por la pregunta, la mirada de burla por la sorpresa.

(Con esa risa tuya que me desarma. ¿Nos vieron juntos aquel viernes? ¿O alguien…? ¿Manu…? no, Manu no ¿Ana?)

– ¿Es mejor que yo en la cama?

Preciosa, sentada enfrente.

–Vaya, veo que dudas. Debe ser muy buena

Los ojos desmienten el desenfado de la voz.

No sabes lo importante que es para mí tu respuesta.

–Nadie será nunca como tú.

Sin meditar, sin dudar. Con Vero siempre es así.

–Gracias. Yo también suscribo lo mismo en lo que a ti respecta

(Te estrecharía entre mis brazos para beberme el único aliento que sé que deseo respirar.)

La mano aprieta la mano sobre la mesa y los ojos leen en de los ojos lo que pasa en el interior (siempre lo ha hecho: como si apareciera anunciado en grandes rótulos de neón.)

– ¿Sabes?, ha sido un error romper lo nuestro. La más estúpida decisión que he tomado y pago por ello.

La mirada, decidida y profunda (quien no la conoce la supone una mujer fría) con un brillo acuoso y la voz sin la firmeza habitual.

–Ahora otra mujer ocupa el lugar que yo nunca debí abandonar, y no tengo derecho a reclamar lo que desprecié

La voz recupera algo de firmeza, pero con un tono triste.

–Ninguna otra mujer puede ocupar tu lugar; no podría soportar perderte otra vez.

–Yo tampoco.

Llega atraída por el sonido del giro de la llave en el bombín de la cerradura (su aroma inunda el vestíbulo) para provocarle una inmediata erección. ¿Está loco? El imbécil encoñado no se da cuenta de que puede perder a Vero, pero ¿de veras va a renunciar a aquel sueño aprisionado en una piel de mujer? Y el desasosiego (el roce de su colega contra la tela) y la decisión (su cama, inmensa, deshabitada de Vero.) Su compadre también quiere asomarse para ver como se acerca por el pasillo ¿va tener los huevos suficientes como para renunciar a todo esto? Piensa en lo que obtendrá a cambio (una bruma en tonos sepia, que se funde en gris.) Ven a beber de mi miel; déjame que de ti saque los jugos que ya están pidiendo escaparse de tu cuerpo. Ella le echa los brazos al cuello y le besa como si su deseo no fuera a extinguirse nunca (se alimenta de cada nuevo beso) y saluda con la mano y una sonrisa (irónica, complacida y complaciente) a su conspicua erección; apartarla, no mirarla, alejarla de él o no podrá hacer otra cosa que amarla. Las manos se mueven, pero, o interpretan mal lo que se quiere de ellas, o deciden ignorarlo. Se alzan no para apartar, sino para apoderarse; y quieren apartar de él pero abrazan, oprimen vientre contra vientre. Como puede tener tan poco carácter se reprocha mientras ella frota su cuerpo contra el tuyo. Va a perder a Vero, y ya sabe lo que es vivir sin ella, pero su boca produce ahora un remolino en el que él se limita dejarse ir, girando por su periferia para hundirse más y más cada giro, hasta su vórtice.

Pero… Vero.

–Soy tu putita

–Sí…

Pero ¿qué está diciendo? No puede pensar solo con la polla, la perderá solo por debilidad…

–Soy tuya, hazme daño…

y ella te lo ofrece y tú ya has elegido y sabes que es Vero…se dice mientras amasa la carne que se le ofrece y sus dedos palpan la oquedad por la que se le escapa la voluntad –imbécil, se dice, voy a follarte como nunca te han follado, se oye decir– mientras la acomete con una furia alcohólica de deseo y frustración; de culpa y fuego y de fuego de culpa; y el grito le sobresalta, como le ocurre siempre; yo la quiero a ella, se dice, no pares ahora sigue así, se oye decir. Y tras el flujo derramado colgando de sus labios como el humo de un cigarrillo ve su cara de sorpresa y descubre sorprendido, que es él el que grita, el que a voces le dice que es a Vero a quien quiere; el que descubre ahora que en los insultos encuentra la fuerza necesaria para enfrentarla; y la llama puta y es su mano la que le obliga a levantarse tirando de los rizos del pelo que acaba de acariciar; y es la cara de ella la que le mira bañada ahora en lágrimas verdaderas, y es su voz la que interroga, la que suplica, la que le pregunta por qué, que qué es lo que ha hecho, que en qué no lo ha complacido; y la abofetea para no tener que mirarse en sus ojos, y siente en su mejilla la bofetada y en su mano restos de lágrimas y semen y por sus maravillosos ojos ve cruzar la ira, que atribuye al golpe, no al pensamiento de que es por culpa de aquella zorra que lo está perdiendo, y que con él se le escapa la esperanza, y queda un miedo primigenio, un miedo tan irracional como solo lo puede sentir un niño, el que se asoma a sus ojos, y que él interpreta como miedo a volver a ser golpeada y piensa que no podrá resistirlo más y en la violencia encuentra el remedio a su debilidad y la coge con fuerza por el brazo, y el grito de dolor y rabia de ella le hace tambalearse, y se aferra con más fuerza a su furia falsa para empujarla hacia la escalera; y por ella la arrastra hasta el dormitorio ensayando una sordera imposible ante sus gritos, ante sus súplicas, ante el aterrador miedo infantil que se trasluce en su voz; y la arroja sobre la cama mientras hace que los batientes del armario se estrellen contra la madera y saca, en un batiburrillo indigno su ropa, y la arroja sobre los sollozos y los gritos desgarradores queriendo acallarlos mientras saca de debajo de la cama la bolsa que Nina trajo aquel día en que le abrió la puerta de su casa, y mete lanzándola en el desorden del interior, su ropa, y del baño saca sus cosas que van a acompañar a la ropa y cierra la cremallera al límite de sus fuerzas y le grita que se vista deprisa, y tiene que jalarla hasta ponerla de pie y acercarle su ropa y vestirla como a una muñeca trágica. Y ahora a rastras la obliga a bajar la escalera, y la empuja sin dejar de escupirle unos insultos que a él mismo le están hiriendo, pero de los que sabe que no puede prescindir para que no se diluya su falsa voluntad y de un último empujón la arroja por la puerta abierta; que cierra con un portazo de impotencia.

Y se aleja de los gritos y los golpes en la madera; y pone música intentando acallarlos; hasta que, al fin, cesan.

E ignora sus mensajes en su móvil.

Y días más tarde, también cesan.

(¿Serías capaz de matarme, cariño? Sí no es así tendrás que resignarte a que viva contigo ¿sabes? quizá sí sepas, que echarme de tu lado equivale (literalmente) a matarme.)



¡CHOP!…

…muchas gotas han estallado desde que se acuclillara, inmóvil, al acecho, en aquel rincón (el sol aún se aupaba donde ahora se columpia la luna.) En el umbral de la puerta que comunica con el dormitorio un felpudo de plata azulada recibe a las risas, despedidas y felicitaciones que suben por la escalera. De espaldas a la ventana su cara es un paisaje de sombras, roto en una mueca de dolor (las piernas acalambradas: si no las estira le fallaran cuando las necesite.)

Un solitario par de pasos ¿los suyos? desanda el vestíbulo.

¡¡¡CLINC!!!…

…una pierna de corcho cede y la ancha y larga vocación de muerte golpea contra la loza y el ruido cruza dormitorio, pasillo, rellano (la escalera no la baja porqué prefiere descolgarse desde el techo) y el oído oye y el cerebro decide obviar el presagio (como el suyo obvia los alfilerazos de las piernas, ocupado como está en separar las voces: las indiferentes, la odiada, la amada); todas caminan hacia la salida y se despiden y dos regresan (las intuye abrazadas) y su mano se crispa en torno al mango.



‘Me sé culpable…

y tengo miedo.

Me conducen a lo largo de un pasillo. El frío rezuma del esmalte de las paredes, pero el calor me sofoca más y más y cada paso es un estertor y un chirrido de suelas de goma y una punzada de dolor que se hace paso a paso más y más insoportable…aprieto los dientes hasta que me duelen las sienes…¿qué otra cosa puedo hacer? Adelanto un pie y el aire parece huir un paso por delante de mi nariz y de mi bocaaspirarlo es un silbido y un borboteo y retenerlo mil alfileres al rojo en los pulmones…clavados como mis uñas en las palmas de mis manos. Flexionar un pie y apoyar el otro y una nueva agonía que llega con otro ¡SCHHRIIIC! más…para uno por uno retorcerme los nervios…un pie tras otro…avanzar en la penumbra incierta de luces que se encienden a nuestro paso y se apagan a nuestra espalda y convierten el pasillo verde-esmeralda en algo lívido… vivo y contráctil…que acecha para devorarme…intento recobrar el control y pierdo pie en la arcada del asco…en el horror de gusanera…que está en mis labios y en mis parpados…en el frío roce blando de pieles viscosas y en mi piel…en el hedor de lobreguez húmeda…y en mi boca…en el sabor metálico del miedo y me veo correr hacia la salida, tras de mí el chirrido de pasos cada vez más rápidos, cada vez más cercanos…y el suelo no tiene consistencia bajo mis pies y me hundo y no avanzo y el dolor me taladra las sienes y me lacera las palmas de las manos y me hace regresar

y al instante siguiente sé qué es ya tarde para huir; lo sé en el momento mismo en que una puerta cerrada rompe la terca monotonía verde-esmeralda de la pared; y, en ese mismo momento, solo deseo que el tiempo se congele, que no se esfume en la corriente de aire que entra por aquella puerta abierta –no quiero cruzar el umbral; pero debo verte, convencerme con mis ojos, despedirme de ti, mi vida; pedirte perdón–.

Los tubos fluorescentes zumban y parpadean sobre nuestras cabezas: un aleteo de insectos que, al morir electrocutados, chisporrotean en la secuencia de visiones en luz y sombras de la habitación, y me estremece el estallido de sus pequeños cuerpos y, entre las sombras, me conmueve una sombra amada, que en la luz de un instante suplica compasión, acusa sin clemencia en la oscuridad del siguiente, y, en la penumbra, llora las ilusiones muertas; que estallan, como pequeños insectos, sobre mi cabeza. Por fin la penumbra se estabiliza en una luz blanca, sin calor de vida, estéril; que hiela, saquea, desamuebla el alma; y que se refleja en el acero de las dos mesas; sobre una de ellas, bajo una sábana, reposa un cuerpo. Él se coloca frente a mí, al otro lado de la mesa, a la altura de la cabeza del cadáver.’

Continuará…

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