“Sé que hay gente a la que se le pierden las cosas”

John Gómez

En esta casa suceden cosas extrañas. Mis objetos personales cambian de lugar sin aparente causa, sin que nadie los toque siquiera o pretenda cambiar el espacio que yo les dispongo a mi capricho.

Es diferente que yo me tienda horas en la cama a descansar luego de una ardua jornada en la oficina, después de poner todo al día, de rendir informes, obtener balances y hacer reuniones con los altos ejecutivos de la compañía, que me la pase recorriendo por toda la ciudad hablando con clientes o que salga y entre de los bancos como parte indispensable de mi oficio, y otra muy distinta que llegue yo exhausto y vea mis libros, por ejemplo, en el lugar que no les corresponde.

Anoche, para no ir más lejos, la novela 2666 de Roberto Bolaño estaba junto a la cesta de la basura del baño, y esta mañana, no obstante, palpitaba debajo de la cama susurrándome con las voces de los críticos literarios que se confabulan para que no escriba; aunque no puedo creer que puedan salir de la novela, desprenderse de las páginas y saltar a mi apartamento del centro de la ciudad para esconder mis lápices y mis bolígrafos y, quien lo creyera, hasta mi máquina de escribir en la que viajo a mis sueños tecleando hasta altas horas de la noche.

Hoy, recién despierto de mi siesta habitual para reparar mis fuerzas antes de volver a la jornada, observo que no solamente ha desaparecido mi máquina de escribir con la cual yo me comunico con los muertos sino que no es este mi apartamento, desconozco estas ventanas siquiátricas, estas puertas blancas no me pertenecen, ni los muros blancos que veo me sosiegan; parece incluso que este que habla y siente y escribe todas la noches no es el mismo, que mi cuerpo pertenece a otra voz y a otro cabello y a otro rostro distinto, a otro hombre diferente que es un enfermo que toma píldoras antidepresivas para sus nervios destruidos y que se refugia en una clínica para recuperarse de las preocupaciones habituales que lo postran.

Lo juro, apenas me incorpore del sueño, sin importar ser otro, por ahora, al menos temporalmente, trataré encontrar las cosas para retornarlas al lugar apropiado, vestido como otro, con otra voz y otro rostro que no es mío, me buscaré a mí mismo en cada esquina de esta casa que me refunde como en un hospital mental y de no estar entre estos muros iré por las calles a ver si me reconozco sentado en el banco de algún parque hablando con un cliente importante de la empresa donde trabajo todos los días, sí, aún fatigado por los medicamentos o las prescripciones médicas, no descansaré hasta encontrarme.

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