Cuando la poesía no hace de ibuprofeno,
ya no estás enfermo;
estás en coma.
Estás en coma
por el subidón de dudas y de hostias
que te ha dado la vida
y de una inseguridad que te ronda,
que choca con su mirada.
Ese muro tiene tatuados en su piel
los golpes de mis huesos,
yo lo único que quería, amor,
era ser el puto amor de tu vida.
El único
amor
de
tu
vida,
para qué andarme con rodeos.
A veces, me pregunto que para qué dar tanto,
y guardar mi rencor en un cajón,
si las balas de la duda que me han abierto el alma
no tienen arreglo por tus manos.
O al menos, eso es lo que dices.
Aceptar ser un kamikaze
es una putada
de las gordas.
La situación es como una botella de vozka
y mi sed como la de Amy Winehouse.
Quiero bebérmela,
acabar con ella,
y empezar otra nueva
para sentir por un desesperanzado instante
una puta gota de paz.
Tus manos me erizan la piel,
y tus labios me llevan al éxtasis,
al borde de la sobredosis
de la botella que te decía antes.
Pero ya no estás.
Porque no quieres.
Pero el día que decidas volver,
las que no querrán son mis letras,
porque habré pasado del vodka y del blues
al agua con gas y a la electrónica.
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