Piedrázuli Atemporal

Piedrázuli Atemporal

Betty Font

27/04/2018

PIEDRÁZULI ATEMPORAL

Ruido ensordecedor. Caos de luces. Sin embargo parecía sentirlos amortiguados, lejos dentro de la burbuja de recuerdos en que se había recluido. La multitud apretujada en la disco transpiraba miserias, desencantos y descoordinaciones de vida. Era muy hermosa, joven y de magnífica figura, cosa que los hombres no dejaban de notar. Había vivido sus diecinueve años de vida acordes a la época: descuidada y alocadamente. Miraba sin ver, al tiempo que acariciaba inconsciente el corazón azul que seis meses atrás había comprado para su cumpleaños.

Sin motivo alguno aquel soleado día en Viña del mar, Chile sus pasos la habían llevado a la feria artesanal del Muelle Vergara. Guiada por el aburrimiento, ya que sus amigas y un pseudo pretendiente se habían quedado en Reñaca, y anímicamente preparada en contra de aquella “gente rara”, no pudo mantener la pose superflua y casi despectiva ante el aroma a inciensos y música suave que venía de algún saxo. El puesto de piedras artesanales le provocó una indefinible sensación: un colgante destacaba por su tamaño y simpleza entre las demás artesanías. Era un corazón de unos tres centímetros de diámetro en su área mayor y pendía de una cadena de plata envejecida. Ante la fascinación con que lo veía el artesano le dijo claro y fuerte:

-Puede verlo de cerca si quiere, dama.

Ella así lo hizo. Su mente en blanco competía con un súbito calor en el centro de su pecho.

-Usualmente-comenzó el artesano- no permito que toquen las piedras; se cargan de energías complicadas. Pero esa pieza está hecha para usted.

Con su soberbia de mujer hermosa ella contestó con brusquedad:

-Entiendo que es su estilo para vender esto.

Una corta carcajada fue su respuesta. Como si en aquel gentío ellos estuvieran solos él comenzó su relato:

– El lapislázuli de ese corazón fue extraído de una piedra en la propiedad centenaria de mi abuelo. Esta es una cabaña cerca del mar y es llamada “Caleta Desesperación”…

Ella lo miraba escéptica.

-Es imposible hallar esa piedra en esa zona de la costa. Mi abuelo contaba que se ignora cuándo fue depositada en ese lugar. Se creía que lo hizo un hombre que vivió allí en el siglo pasado. Transido por la soledad se recluyó en ella. Poco tiempo antes de morir, también se cuenta que lo vieron escarbando cerca de la roca. Usted sabe cómo es la gente: penaron “escondiendo un tesoro”, de seguro. De niños nosotros mismos revolvimos hasta el cansancio todo alrededor de ella. Nunca se encontró más que la roca, enterrada frente al mar, entre los pinos de Quintero, aquí al norte. Lo anecdótico de esta piedra es que desde la antigüedad se la utiliza para combatir la soledad y la tristeza. En usted está el destino de este corazón.

Pagó un precio exorbitante por aquel colgante. Nunca dejó de llevarlo consigo, siempre a la altura exacta del corazón. No lo admitiría ante nadie pero a partir de ese día su vida había cambiado. Encontraba vacía su existencia. ¿Salir de fiesta todos los fines de semana con su antiguo grupo de amigos?. Fue dejando de hacerlo. Comenzó a mirar “hacia su interior”, buscando ¿Qué?…aún no lo sabía. Ya no portaba su belleza con soberbia. Empezó a escuchar a la gente, hasta hablaba con sus plantas y jugaba junto a su mascota. Dejó de tener galanes uno tras otro pues comenzó a aburrirse de sus intensiones huecas, sus chalas inexistentes. Aprendió a amar los atardeceres y hasta llorar con las películas románticas.

Meses después de su cumpleaños decidió alquilar por una semana la cabaña Caleta Desesperación. En el comienzo de la primavera, iría a Chile, a Quintero. Cuando llegó a ella no se arrepintió de su decisión: el pinar, el mar plagado de rocas y la cabaña de tablas parecían atemporales. La primera noche, sin poner atención en ello colocó el colgante-corazón debajo de su almohada.

Al despertar, el sueño que la había atribulado la llevó con la fuerza de un torbellino la impulsó con una necesidad apremiante a “buscar” algo cerca de esa roca mencionada. ¿Qué podría encontrar ella que no hubiesen intentado hallar antes todos? Con la vaguada marina del Pacífico enfriándole el cuerpo, comenzó a cavar alrededor de la roca con una vieja hacha. Tan profundo en la tierra y arena como sus fuerzas se lo permitían. Horas después, en el lado de la roca que miraba al mar encontró un cofrecillo de gruesa madera y oxidadas tachas que parecía haber sido construido para ganarle la batalla al paso del tiempo. Sentada en la roca rompió el cerrojo sin entender mucho el por qué del torrente de lágrimas, una vez libre su visión saco el papel amarillento que estaba dentro del cofre:

Caleta Desesperación, Quintero Abril de 1892

A mi Amada Atemporal:

Mi querida rosa de los tiempos. Le extrañará saber lo que la desesperación puede lograr, tanto como para reconocer que el hilo de mi vida está por cortarse. Sólo el viento, el mar y este bosque de pinos son testigos de que escribo con la sangre de mis lágrimas como tinta. Si. Sé que un hombre no lo es si deja que sus emociones lo desborden. ¡¿Pero qué importa ya?! Quiero que este escrito perdure en el tiempo así que después de protegerlo como me enseñaron los impresores de Valparaíso, creo que lo lograré. Es mi última esperanza. Sé que sus padres la obligaron a desposarse conmigo contra sus deseos. Comprendo y comprendí su rebeldía. Era joven, bella, fuerte y bravía para contenerse en un cuerpo de mujer de diecinueve años. Esa edad no engarzó con mis treinta y ocho. Deseo decir la verdad antes de morir: fue, es y será el único y verdadero amor de mi vida. Yo soy el suyo, sólo que no se dio cuenta de ello. Enceguecida por su belleza, sus amantes y la cruzada de rebeldía en mi contra… Soporté estoicamente el tormento y la vergüenza de ser juzgado por la sociedad el castigo que debería haberle infringido por su comportamiento. El saber lo que sé me ha dado fuerzas: nuestras Almas están unidas por el resto de la eternidad. Porque creo en las fuerzas misteriosas del amor sé que cuando lea esta carta, será porque “es” el tiempo para que ello ocurra. Y seguramente servirá para evitar que cometa los mismos errores. Soberbia. Fríos lechos. Una vida vacía de sueños y objetivos a lograr, sin amor, no le dará felicidad. No fue nuestro tiempo, la diferencia de nuestros años creó un abismo y los demás corrompieron el amor que hubiese sido nuestra gloria en esta tierra.

Mi reloj de arena tiene ya pocos granos. La desesperación no da vida, la quita, porque me ha robado la esperanza. Esta es mi última voluntad: encontrarnos nuevamente. Sino…seguiré esperándola el resto de mi eternidad”

¡¡¡Despierte y vuelva a mí!!

Suyo por Siempre

J de A”

La suave llovizna que había empezado a empaparla se convirtió en temporal en sus ojos. ¿Qué significaba todo esto? ¿Había provocado tanto dolor a un hombre…que nunca conoció? ¿A un hombre que hubiese sido su verdadero Amor? ¿Pero qué pasa con los tiempos que se desdoblan y rompen la conciencia de alguien como ella, una nativa del siglo veintiuno? Sabía lo cruel, soberbia e insensible que podía ser; hasta hacía poco tiempo lo había sido. El misterio de este descubrimiento la había abofeteado en el Alma. Había tenido en sus manos al amor y lo había perdido… para siempre. Jamás volvería a encontrarlo. Hay cosas que el ser humano no puede comprender ni manejar, aunque lo intente con todas sus fuerzas: el Tiempo y el Espacio. Fuerzas combinadas que lograron este encuentro. “Es el tiempo” decía él en la carta. No era coincidencia entonces que ella tuviera diecinueve años… No se quedó la semana pautada. Regresó a su cotidianeidad en el país vecino pero de manera diferente: comenzó a crecer su espíritu. Recorría librerías dejándose guiar en qué libros elegir, cuando una tarjeta de un exhibidor la conmovió hasta volver el llanto desbordante a sus ojos: “Podemos perder la luz…pero la Luz, si lo permitimos, volverá a encontrarnos”. Salió de prisa, pisó una baldosa floja cayendo al suelo, lastimándose el tobillo

A su grito de dolor un hombre se acercó a socorrerla:

-¿Cómo puedo ayudarla?-le preguntó una voz profunda, sin rostro aún por los restos de lágrimas en su mirada. Se tocó el pecho y volvió a emitir un grito: ¡ya no tenía su colgante!

-¡Mi corazón!-dijo ella.

-No se asuste señorita. ¿Qué siente en su corazón?-con preocupación el hombre.

-No, no… ¡mi colgante! ¡Si lo pierdo moriré!

El hombre de más que mediana edad reconoció los síntomas de un posible arrebato de drama juvenil, así que para evitar una posible crisis de nervios por tan sólo perder un colgante lo buscó para ella. Era imposible dejar de verlo. Y un milagro que los que por allí pasaban no se lo hubiesen llevado. Lo tomó entre sus curtidos dedos y no pudo quitarle la mirada de encima. Lo recorrió un escalofrío pese a ser cálido el día, traspasándolo de un sentimiento desconocido para él. Miró a la joven, luego al corazón. Se acercó a ella y levantándole el rostro dijo aquello que nunca llegó a descifrar:

-Aquí está tu corazón. No llores más por mí.

Rápida como un látigo preguntó la joven:

-¡¿Por qué dijo eso?!-aún con el tobillo dolorido se levantó, mirando por primera vez al hombre a la cara:

-¿Cuántos años tiene?.

Él casi sonrió por lo extraño de la pregunta:

-Treinta y ocho-dijo sin cuestionar.

-¿Y su nombre?

-José de Aljarvez.

-¡¡¡Gracias!!!¡A quién sea, gracias!-exclamó ella

Él estaba totalmente anonadado. No sólo por la reacción de la joven sino porque en él bullían emociones desconocidas

-Te entrego mi corazón, José. Tómalo, como debería habértelo dado tanto tiempo atrás…

-Pero… es un corazón de piedra.

Lo fue. Ahora late como comienzo de nuestro amor azul.

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