No voy a contarle nada

¿Por qué me pide, una vez más, que cuente la historia de mi vida? Sólo tuve un mal paso y un intento de apocalipsis, pero íntimo, suave, casi tranquilo. Ya está. No ha habido más y, para mí, todo eso ya está muy lejos. Mi vida no merece la pena, se lo aseguro.

Además, todos lo vieron. Lo compartieron en sus ordenadores, en sus móviles. Todo el mundo conoce mi cara y la profundidad de mis arrugas. Todo fue como se ve allí. No tengo nada que añadir. Tampoco puedo interpretar ni dar significado a aquello: fue lo que fue, insisto. Si hubiera sido una historia escrita, entendería que me buscasen para dar mi versión. Las letras se dan la mano unas a otras y formas figuras que cada uno interpreta como le viene en gana. Mi historia, de hecho, no merecía ni ser escrita ni ser llevada a la pantalla. Pero se conoció a través de millones de dispositivos y, luego, ustedes han escrito mil cosas no sobre mí, sino sobre esos diez, quince minutos. Eso me dice mi mujer, porque yo no los he leído. ¿Para qué, si yo bien sé lo que pasó?

Ya sé que todo el mundo quiere saber más y más. Mire, yo también era de esos. Me encantaba observar los huecos en la vida de la gente y hablar sobre ello. Yo era muy normal, lo que se dice una persona normal. Mi mujer y yo pasábamos muchas tardes haciendo precisamente eso. Pero, ahora, estoy al otro lado y me comporto como algunos de los que vi y le digo: Es suficiente, no hay más. Olvídenme.

¿Por qué insisten tanto? Le repito que no hay más detalles. Es más, los detalles no son importantes, ni para mí ni en ninguna historia. Ni siquiera en la fantasía. Tanto para la verdad como para la mentira lo único fundamental es la sensación que queda en el que ve, en el que escucha. Nada de lo que yo diga cambiará esa sensación para nadie. Si alguien quiere revivir lo que sintió al verme, que le dé otra vez al play, que reproduzca sin parar mis diez minutos, mi cuarto de hora. Podría contarle algunas mentiras que parecieran verdad. Controlar los latidos de mi corazón, alzar la mirada y decirle, muy serio, algunas falsedades, como que ya me había pasado antes, pero nunca delante de una cámara, que hubo momentos que me hicieron presentir que algo así me podría suceder. A pesar de todo, la verdad es que no. La verdad siempre se impone porque es simple, está ahí y convence por sí misma. No necesita ser verosímil. La mentira sí. En eso, veo ahora, era en lo que me fijaba en esas tardes en que curioseaba en los fracasos mínimos de los otros. Podría decirle que un gusano amarillo me fue creciendo por dentro y, un día, se hizo valiente y me mordió los pulmones hasta que no pude aguantarlo más porque era incapaz de tener aliento. ¿Le gusta eso? Pues no lo cuente, porque es mentira, aunque suene bien.

He pasado a ser analizado, troceado, explicado. Ven unos cuantos segundos de mi vida y hasta un puñado de académicos tiene algo que decir. Mi mujer me llamó cuando los vio en la televisión. Yo estaba en el trabajo (un trabajo decente, que no vale nada, duro, de esos que no importa mucho si no queda bien del todo, un trabajo nada más) y ella me llamó al móvil y la curiosidad me pudo. Me fui al bar más próximo y allí estaba ese trozo de mi vida en un bucle infinito, en un recuadro, en la parte superior derecha de la televisión. Y cuatro canosos muy serios construyendo hipótesis. Uno llegó a decir que lo mío reflejaba no sé qué característica profunda (sí, dijo profunda) de cómo funciona nuestro mundo actual. Pero si soy una persona normal a la que le pasan cosas que no tienen importancia. Nací, vivo, moriré. En medio, algún que otro altibajo. Sólo me ha pasado que uno de mis malos momentos ha quedado grabado. Ni siquiera había bebido, pero me metí en aquel callejón y lloré sin motivo, hasta que creí tener un momento de lucidez y pasó lo que todos han visto. Luego, poco a poco, me fui calmando y sentí que respiraba el aire sucio, que el suelo debajo de mí era duro y frío, que mi respiración seguía siendo mía. Tal vez, yo deseaba sentir todo eso, eso dijo uno de los expertos de la televisión, uno de esos cuatro sabios que le decía. Se apoyó ligeramente la barbilla en la mano al decirlo, así que debía de tener razón, ¿no?

¿Cómo iba a saber que alguien me estaba grabando? Sí, sé de sobra que todos los móviles son ojos dispuestos a dejar registro, que me miran desde lo alto de multitud de esquinas, que mis risas quedan fijadas en imágenes a blanco y negro cuando voy a comprar algo a una tienda, aunque sea la del barrio, la de gente que conozco desde que éramos pequeños. Todo eso anda por ahí y luego, de repente, un día, por algo que no es tan raro, queda enlazado y alguien compone una historia que parece tener sentido, que es verosímil. Pero ya se lo dije antes, eso no significa que sea verdad. Para miles, la verdad fue tan divertida que se rieron a más no poder, diciendo que yo era ridículo, digno de humillación. Para otros tantos, fue un momento triste y lloraron y quisieron ponerse en contacto conmigo para apoyarme, porque yo era digno de compasión. Risa y llanto: esas fueron sus interpretaciones, lo que ellos vieron de mí. Pero le digo una cosa: ninguno de ellos me vio realmente a mí, sino lo que ellos pensaban que me estaba sucediendo a mí.

Sí, ahora estoy bien, gracias por preguntar. Mi médico dice lo mismo: que ha sido algo que le sucede a mucha gente, aunque a ellos no les graben en un callejón. Me siento perfectamente, fue algo momentáneo (aunque en esos momentos me pareciera eterno), agrandado por ustedes y por los que son tan normales como yo, pero que están en el lado de los que miran, el lugar donde antes estaba yo. Si ellos cambiasen de lado, también dirían lo mismo que yo. Somos normales, predecibles, sensatos e insensatos. Somos reales. No les odio por querer saber más sobre mí. ¿No le acabo de decir que soy igual que ellos? Entiendo sus motivos, porque eran los míos. Tal vez, por eso me siento bien a pesar de todo. Agobiado, sin duda, pero estoy bien por dentro. Sólo había una persona que me importaba mantener a mi lado, que deseaba que me viese tal como soy. Sí, mi esposa, y ella está conmigo. Me sigue diciendo que me siente con ella por las tardes. Hablamos, vemos la televisión y, cuando nos parece que hay poca gente por la calle, salimos a pasear un rato.

Váyase, hágame el favor, no voy a contarle nada porque no hay nada más que añadir a lo que todo el mundo vio. Ni siquiera le pido que me olvide. Sólo quiero que me deje atrás, que ese trozo de mi vida no sea más que un delirio que todo el mundo compartió, uno de tantos.

[Este cuento se publicó en el número de octubre de 2017 del periódico «Salamanca al Día». Se puede leer la versión publicada en el siguiente enlace al archivo en formato pdf del periódico (el cuento está en la página 28): http://salamancartvaldia.es/adjuntos/fichero_472379_20171003.pdf#_blank ]

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