Capítulo 2: El Último Atardecer – Escena 1

Capítulo 2: El Último Atardecer – Escena 1

Nhabi Iturbide

05/11/2025

El balanceo constante del Entremares creaba un ritmo hipnótico sobre las aguas del mar. En el pequeño camarote que compartía con mi hermana menor, me observaba en el espejo de bronce mientras recogía mi cabello negro azabache en una coleta firme. Nuestro espacio era modesto pero seguro -dos literas de madera oscura, un baúl con nuestras pocas pertenencias, y una ventana circular que mostraba el cielo crepuscular. Tres semanas habían pasado desde que nuestro reino, Írhun, fuera asaltado, obligándonos a las cuatro hermanas reales a huir separándonos en tres grupos diferentes para aumentar nuestras posibilidades de supervivencia. Mi grupo, compuesto por Shimano y yo, había encontrado refugio en este barco mercante.

Al salir al pasillo, dos Guardianas Reales Aru nos custodiaban, sus armaduras oscuras grabadas con el símbolo de la Lanza sobre la Montaña -el emblema de nuestra familia real. Incliné la cabeza en respuesta a su saludo silencioso y continué mi camino hacia cubierta, pasando mis dedos sobre las compuertas de las balistas mágicas que protegían el barco. Estas estructuras masivas de madera y metal, adornadas con runas brillantes, representaban nuestra principal defensa contra los peligros del mar.

En la base de la escalera, la puerta del camarote del capitán se abrió justo enfrente del comedor principal. El capitán Muck emergió con su imponente figura -hombre rudo de pelo y barba castaña, pero con una sonrisa sorprendentemente afable que revelaba su corazón de bonachón.

«Lady Emaecilda», dijo con su voz grave, «justo en el momento justo para la cena. El estofado está especialmente bueno esta noche».

Al emerger a la cubierta principal, el espectáculo del atardecer me recibió con toda su intensidad. Marineros trajinaban por todas partes -ajustando velas, revisando cuerdas, limpiando la cubierta de madera bien mantenida. El aire olía a sal, madera húmeda y brea. Allí, en la popa, encontré a Shimano agarrada a la baranda, mirando el mar con una mezcla de inocencia y nerviosismo que me partía el corazón.

Mi hermana menor, con sus rasgos marcadamente orientales y su cabello negro azabache más largo que el mío, se volvió hacia mí. En su frente, la marca de la Lanza sobre la Montaña brillaba con un resplandor dorado que parecía intensificarse con la luz del crepúsculo. Las otras cuatro Guardianas Reales se distribuían estratégicamente por la cubierta, completando nuestro séquito de seis protectoras.

A su lado, Rein Ítsuka mantenía su vigilancia característica. La caballera de Írhun lucía su pelo castaño corto y su armadura práctica, sus ojos marrones escaneando el horizonte mientras sus manos enguantadas se abrían y cerraban rítmicamente. Aunque siempre actuaba como la guerrera dura, yo conocía su lado cariñoso que se manifestaba en pequeños gestos protectores hacia Shimano.

«Shimano», llamé suavemente, acercándome con un sentimiento de ternura infinita, «tu marca está demasiado visible, cariño».

Sus dedos volaron instintivamente a su frente, atenuando ligeramente el resplandor. «Lo siento, Ema», murmuró con esa voz frágil que siempre despertaba en mí una profunda preocupación, «es que el atardecer la hace brillar más».

El capitán Muck nos guió al comedor, donde dos criadas semi-humanas -mujeres-zorro de pelaje rojizo y orejas puntiagudas- servían silenciosamente el estofado en cuencos de madera.

«Según mis cálculos», anunció Muck mientras tomábamos asiento, «en tres días atracaremos en Ciudad Límite. Es una ciudad imponente, la más importante de la costa, situada justo en el límite entre la región Norte y Elea».

«Allí nos espera Vorlan», expliqué, sintiendo esa calma precaria que precede a la tormenta, «nuestro confidente, un comerciante de especias que ha sido leal a nuestra familia durante años. Desde Ciudad Límite partiremos hacia el Palacio Celeste, el gran palacio imperial donde finalmente estaremos seguras».

Rein asintió, partiendo pan con sus manos . «El Palacio Celeste nos ofrecerá la protección que necesitamos», dijo, mostrando ese lado protector que siempre intentaba ocultar bajo su actitud de guerrera dura.

Mientras la conversación derivaba hacia temas más ligeros -las constelaciones que empezaban a aparecer, anécdotas de viajes anteriores- no podía dejar de sentir que esta tranquilidad era efímera. Cada sonrisa inocente de Shimano, cada gesto amable de Muck, cada mirada protectora de Rein, todo me parecía un frágil tesoro a punto de desvanecerse. Observaba cómo la marca de mi hermana pulsaba suavemente, recordándome constantemente nuestra vulnerabilidad.

Más tarde, en la intimidad de nuestro camarote, me senté detrás de Shimano para ayudarla a desenredar su largo cabello con el peine de plata que habíamos logrado salvar de palacio.

«¿Crees que podremos volver a casa algún día, Ema?» preguntó con voz temblorosa, sus hombros arqueándose bajo mi tacto.

Mis dedos se detuvieron en su cabello por un momento, y respiré hondo antes de responder. «No lo sé, pequeña», mentí, sabiendo en mi corazón que probablemente nunca regresaríamos a Írhun. «Pero mientras estemos juntas, encontraremos un camino».

Cuando finalmente apagamos la lámpara y nos acostamos en nuestras literas, me quedé mirando en la oscuridad cómo la marca de Shimano seguía brillando con su luz tenue pero persistente. Cada pulso de luz dorada era un recordatorio de todo lo que habíamos perdido en el asalto a nuestro reino, de la separación de nuestras hermanas, y de la tormenta que intuía se acercaba, aunque en ese momento previo al sueño, el mundo pareciera estar en calma.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS