No me apetece hacer nada.
No me hace ilusión nada.
No me quiero mover.
No me quiero levantar de la cama.
No quiero ver la luz del sol entre esas cortinas que irónicamente, poco tapan.
No me apetece comer.
No quiero continuar…
¿Te suena? al menos ¿has oído hablar de esto?
Qué suerte poder decir que nunca lo has sentido, ese monstruo que te atrapa, que mete tu mente en una jaula.
Tu personalidad, de repente cambia, ahora no eres esa persona segura de si misma que es capaz de afrontar las cosas con calma, ya no eres esa persona que se veía bien frente al espejo, ya no eres esa persona, ahora te identificas con un cristal roto en mil pedazos que pincha y corta la piel cuando entra en contacto.
A veces me siento así y aunque es algo muy íntimo y personal, me atrevo a decirlo.
A veces me siento como ese cristal roto.
A veces me siento como un muñeco mal mantenido y olvidado en una caja para ser donado.
A veces siento que soy un puzle indescifrable que acumula polvo en una estantería porque está incompleto, porque algunas piezas se han perdido por el camino.
A veces me siento mal. Simplemente mal, esa es la palabra ¿verdad?
¿Qué hacemos? te preguntarás, dame soluciones no problemas.
Pues yo con certeza no lo sé, pero hay dos palabras que siempre llegan a mi cabeza: «perspectiva y fortaleza» como un planeta en el universo y la luz de una estrella en medio del infinito negro.
Ahora se ve muy fácil, pero déjame decirte que tuve que tatuármelo para recordarlo. Para recordar todos los días y especialmente en esos momentos que sí, que yo puedo.
Qué el mundo sigue girando y yo le doy la importancia que quiero porque es mi forma de tener un control entre tanto caos de emociones negativas y pensamientos de autodestrucción que me comen sin piedad.
Que yo puedo seguir brillando, que algún día esa luz se apagara porque llegó su momento y no porque algo o alguien la haya absorbido hasta dejarla sin energía.
Que me puedo levantar una vez más, con un hueso del pie roto, con muletas, con dolor y con cansancio.
Identifícate también con esto porque entiendo por lo que estás pasando.
Bueno y malo, un blanco y un negro siempre luchando.
Hay momentos de tanta fuerza y momentos de tanta pereza… pereza de seguir, seguir caminando por ese largo túnel mal asfaltado.
Creo que de todo esto y a la vez que estoy escribiendo, he aprendido que a veces seré ese negro o ese blanco, pasaré por ambos, de lado a lado cruzando una frontera alta y esquivando balas o simplemente aceptándolas, las suficientes para aprender que ahí no es y que me pondré de pie y no volveré a caer, al menos en un tiempo… porque creo que también tendré que aceptar ese color, el negro.
No hablo por nadie más, no se si alguien más lo sentirá, si es así yo te acompaño en el sentimiento y creo que esas «rachas» esos periodos sin color y cabizbajas volverán y lo tengo que aceptar.
No soy perfecta, nunca lo seré, tampoco soy feliz todo el rato, soy una persona con sus altos y sus bajos. ¿sabes qué? Lo admito, lo acepto y lo abrazo.
De todo se aprende y yo acabo de aprender que soy un conjunto de esos negros y blancos, al fin y al cabo no hay paz sin guerra ni aprendizajes sin decepciones.
Cuando practicas un deporte hay riesgo de lesiones.
Cuando haces un examen puedes no obtener el resultado esperado.
Cuando trabajas en algo hay riesgo de perder eso por lo que tanto has luchado.
Perspectiva y fortaleza.
Sé lo que soy y como soy por lo que he vivido y no por sabia o por edad sino por las veces que me he caído y me he levantado.
Creo que soy eso, esa constante lucha entre blanco y ese maravilloso color negro, que por cierto, me sienta muy bien en invierno.
AMB
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