Joseph llevaba más de doscientos años reencarnando y ya eran demasiados recuerdos para mantener, ese día su esposa, por cierto ya llevaban 98 años de casados le exigió que liberara espacio. Ella no entendía lo díficil que es deshacerse de un recuerdo, hasta los recuerdos más tristes se deben conservar así afirmaba siempre Joseph. Entraron a la biblioteca Joseph iba acompañado de su esposa Inés, se respiraba un ambiente acogedor, no había nada mejor que ese olor a libros, polvo y a tinta. Sí, olía a tinta porque todos los libros que habían eran manuscritos. Joseph con dolor comenzó a recoger cuadernos, tomó los que hablaban de guerras, de hambrunas, de epidemias y vergüenzas públicas. En poco tiempo tenía un montón considerable. Sintieron a un niño llamar, su nieto más pequeño gritaba que moría de hambre. Inés era una gran abuela así que le pidió a Joseph que dejara lo que estaba haciendo y lo continuara después, que merendarían todos juntos. Joseph dejó la biblioteca abierta aunque sus dos siglos de experiencia le habían enseñado que esto no se debía hacer. Joseph, Inés y sus dos nietos Raúl de 10 años y José de 8 años merendaron con mucho placer. Raúl preguntó cómo casi todos los días que cómo los abuelos habían vivido tantos años. Inés con orgullo como siempre explicó que todos los humanos reencarnamos y que nuestra vida es un ciclo que no termina con la muerte, pero de qué sirve reencarnar si no se recuerda nada. Ante esta explicación ya conocida y aprendida por José, y lo inminente del aburrimiento que le causaría ese discurso de la abuela; José decidió irse a jugar, cualquier lugar empolvado o limpio le serviría para divertirse a un niño de 8 años. Inés continuaba su explicación y se emocionaba siempre en esa parte donde decía que para qué serviría reencarnar una y otra vez si no se conservan los recuerdos, pobres esos hombres y mujeres que nacían y tenían que comenzar a construir recuerdos nuevos sin ninguna referencia. Entonces Raúl hizo la pregunta que nunca antes había hecho y que haría a la abuela decir algo que nunca antes le había contado. Raúl preguntó que por qu é los abuelos recordaban y los otros no y la abuela reveló un secreto que sólo la familia conocía. Los abuelos escribían todos sus recuerdos en papel y cuando volvían a nacer, buscaban su escritos, así lo recordaban todo con fecha exacta y lujo de detalles. Al menos así fueron los últimos 200 años. Joseph le preguntó a su esposa si recordaba cuando se casaron, Inés pensó un momento y salió corriendo a la biblioteca cuando notó que no se acordaba de su magnífica boda. Joseph la siguió y lloraron juntos cuando vieron a José con una caja de cerrillos en la mano y toda una biblioteca de magníficos recuerdos quemados. Como se te ocurre dejar la biblioteca abierta reclama Inés a su esposo mientras lo golpea y grita a toda voz, a lo que su marido le riñe por dejar una caja de cerrillos en la mesa. José solo ríe y Raúl anota todo, como hacían hasta ese día los abuelos. Con los años Raúl se fue, y José cuidó de sus abuelos. En la memoria infantil de José no había muchas cosas claras, los abuelos no recordaban nada debido al Alzheimer o a que se quemó su biblioteca Raúl se llevó el secreto a la tumba, el pobre José nunca supo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS