Me va a costar todo lo que voy a decirte. No porque no lo sienta, sino porque pronunciar estas palabras es como desgarrar algo en mí. No me duele por ti. Me duele por lo que significa para mí tener que decirlas. Porque es un trabajo de desidelización, te muestro cómo realmente eres, te muestro lo que ignore y dejo claro que no hay algo tuyo de lo que me haya enamorado que fuera real.
Cuando te conocí, sentí una conexión bonita. Pero mientras hablábamos, algo en mí ya sabía que no éramos compatibles. Aun así, decidí quedarme. Pensé que quizá estaba siendo demasiado cerrada, que no me estaba dando la oportunidad de conocer a alguien después de tanto tiempo sola. Hoy entiendo que no era eso. Era intuición. Y la ignoré.
Nuestros valores siempre fueron distintos. La primera muestra fue la palabra: cuando yo decía que estaría a cierta hora, cumplía. Cuando planeaba algo contigo, me comprometía. Tú, en cambio, vivías de disculpas. Llegabas tarde, posponías nuestros encuentros, priorizabas otras cosas. Jamás prometí algo que sabía que no iba a cumplir, para ti en cambio, tus palabras favoritas eran «te prometo» «No volverá a pasar» pero solo eran eso, palabras vacías.
La segunda muestra, el respeto. Cómo puedes querer ayudar a gente que no conoces pero no respetas en lo más mínimo a tu familia. Es cómo si tuvieras muchas máscaras porque no reconoces en lo más mínimo lo que eres, en casa eres uno, con tus amigos otro, en tu trabajo con tus compañeros otro y ni hablar de con tus estudiantes. Eres todo eso y al final, cuando estás en silencio sabes que no eres nada, por eso no puedes estar solo, por eso necesitas anestesia para no pensar. Le temes a la conciencia, te temes a ti mismo.
Nunca me voy a olvidar cuando robaste con tus amigos y dijiste que no importaba porque era una empresa grande. Yo jamás habría hecho algo así. No porque sea perfecta, sino porque para mí robar está mal, sin matices, sin excusas. Ese día supe que veíamos la vida desde lugares muy distintos.
También me dolía verte quejarte sin actuar, cómo alguien puede pasar la mitad de su vida haciendo lo mismo una y otra vez. Me decías que habías desperdiciado tu tiempo, pero seguías haciendo lo mismo: rodeado de vicios, de amistades vacías (algunas, a las que valían la pena las hacías a un lado) de una rutina que no te llevaba a ningún lado. Quise creer que podías encontrar un equilibrio. Me reflejé en ti. Vi algo de mí en ese caos. Pero con el tiempo entendí que yo cambié eso a mis 19 años, y tú, a tus casi 28, sigues estancado, culpando a todos e incluso a ti mismo, pero sin hacer nada. Lo único que has perfeccionado ha sido tu discurso.
Te gustaba hablar de nuestras discusiones con tus estudiantes. Me lo contabas como si nada. Y por dentro me preguntaba cómo era posible que pudieras exponer algo tan íntimo frente a personas que idealizan a su profesor. Entendí, después, que lo hacías porque ese trabajo era tu única fuente de validación (además de tus presentaciones con tu grupo, por eso no lo dejas). No lo hacías por pasión, ni por responsabilidad. Lo hacías por los elogios. Por sentirte querido, aunque no estuvieras dispuesto a ganártelo con integridad. Porque un buen profesor no falsifica notas. No huye de su rol. Enseñar no es solo hacer dinámicas chéveres. Es hacerse cargo. Y tú no sabes hacerte cargo.
Sí, me enoja haber estado contigo. Porque lo vi desde el principio y aun así me quedé. Quise “salvarte”, como si fuera mi misión. Como si yo pudiera darte la claridad que te negabas a encontrar. Y eso también es mío. Asumo esa parte. Pero no lo justifico.
Tuviste la oportunidad de construir algo diferente. Estabas con una pareja que quería un proyecto real contigo. Que apostaba. Que se quedaba. Pero no tuviste el valor. Te fuiste. Y aun así, sigues aferrado a una banda donde como tu mismo me lo dijiste, nadie crece, donde nadie da lo que sueñas, donde no hay más que evasión. Eso sí fuiste capaz de mantenerlo. A mí no.
Tus palabras cambiaban, pero tus acciones eran siempre las mismas. Promesas dulces. Realidades vacías. Me decías que me querías, pero me tratabas como a alguien prescindible. Me expusiste. Me ignoraste. Me hiciste sentir sola en una relación donde yo daba el 100%. Todo eso me duele. Y aunque no quiero verte con rabia, lo hago. Porque te amé sabiendo quién eras. Y me lastimaste igual.
Una vez me dijiste que no entendías por qué la gente te daba tanto amor. Yo tampoco lo entiendo. Pero yo también caí. Y ahora me quedo con todo este dolor, con todo este arrepentimiento, con este nudo en la garganta. Sí, te odio. Ojalá nunca te hubiera conocido. Y ojalá un día, aunque sea uno, sientas lo mismo que yo siento ahora.
Pero más que eso, deseo que te preguntes: ¿Cómo ella estuvo conmigo? Ojalá tengas que mirarte en el espejo de la manera en cómo tu tcon vergüenza. Porque yo también me haré esa pregunta, pero desde el desprecio.
OPINIONES Y COMENTARIOS