Semáforo difuso, rojo carmesí,
un faro apagado en el latir de la noche.
La mirada vaga, un eco errante,
pavimento húmedo, brillos turbios,
respiro lento, pesado, continuo.

La luna se desploma con cautela,
se recuesta en las sombras de mis párpados.
Entrecierro los ojos;
las luces, temblorosas y febriles,
me susurran huidas imposibles.
En tus labios descansa esa mentira dulce,
frágil refugio de un mundo que nos desconoce.

Tu voz explota en palabras disonantes,
se niega a salir de su propio eco,
se oculta en las grietas de tu alma,
y mientras lo hace,
desgaja tus sueños,
lacera tu realidad.

Si dejo que me escuches,
¿cesará la lluvia?
Esa lluvia inagotable
que nos cala hasta los huesos,
que ahoga nuestras alas,
que guarda murmullos de pensamientos vedados
tras bambalinas mentales.

No tengo opción,
sólo me queda habitar la oscuridad,
reposar junto a la jaula que construiste.
Mantén tu corazón aquí,
escúchalo,
siente el pulso que lo ata al ahora.
Respiro lento.
El mareo vuelve —inhalo, exhalo—,
no puedo dibujar tu mañana
ni rehacer el ayer.

Somos aves sin cielo,
encerrados en esta jaula,
como pájaros somnolientos,
esperando un vuelo, una partida, un cambio abrupto.

Algún día, la jaula se abrirá…
Algún día, tus manos rozarán la llave,
y, temblorosas, descubrirán que siempre estuvo ahí.

@Dcadenciarota

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