La bipolaridad aparente

En cualquier dirección que recorras el alma,

nunca tropezarás con sus límites. Sócrates

La bipolaridad aparente.

Cuento

Cuando el mago se detuvo a escuchar los ruidos del día que se iban opacando, la noche empezaba y todavía la luz del sol se arrebolaba perezosa entre las nubes. El sonido del viento lo confundía a ratos, pero sintió miedo, había un peligro que lo amenazaba. Llevó su mano derecha al corazón, se encomendó al universo, y una luz no visible de oscilaciones violetas cubrió su figura.

¡Estoy protegido! —Pensó— y comenzó a observar la realidad con el sexto chakra. Pero el mago era un hombre, y los humanos por naturaleza son confiados.

Después de aquella percepción de amenaza pasaron meses, y el conflicto llegó, apareció bajo el sello inconfundible de una amistad que traiciona, pero el hombre mago no se protegió.

Hay seres enfermos, cuya misión es falsear las realidades porque viven varados en un mundo que no es físico ni espiritual ─ Pero estos pensamientos le llegaron después del ataque.

Una tarde sintió ese olor fétido que mata el cariño y destruye afectos, estaba siendo embestido por la que consideraba hasta el momento su aliada. Quizás su amiga.

¡Es embaucadora! – Se dijo el hombre— y sin pensarlo, se convirtió en sombras. Solo la oscuridad podría protegerlo —razonó.

No quería ser visto por ella.

Inmediatamente se sintió absorbido, tragado por una garganta poderosa, y quedó cautivo en una cueva de profundidades insospechadas.

Había caído en la trampa. Al sentir el peligro se convirtió en oscuridad, y fue presa fácil; las sombras son las herramientas de trabajo de los seres morbosos.

Flotando entre brumas opacas y confusiones insospechadas, sabiendo que no podía volver a su representación humana, comprendió la equivocación. Tendría que convertirse en luz, pero debería de ser un potente surtidor de luz blanca, y estaba debilitado. La enemiga no tendría respeto por su persona. Lo había amenazado en presencia de su jefe, quería contar la “verdad”. “Una parte de la verdad”. Sin percatarse que la verdad era un campo sembrado de cariño que ella disfrutó y que ahora despedazaba como una bestia.

Quizás en tiempos medidos por los hombres transcurrieron meses, años, eones de maldición, o simplemente fueron segundos. Estaba preso por su propia torpeza, y su mente era un torbellino. Las emociones lo estaban perturbando. Su ego se aferraba al dolor que provoca la ingratitud, y no podía comprender que la traición y la lealtad son dos polos existentes.

Quiso atiborrar de luz la cueva, pero la luz atravesó las sombras y esos rayos fueron vistos y derrotados. Lanzó un relámpago de verdad lumínica de color blanco, y la negritud de la cueva se lo comió a pedazos; dolorosamente fueron mascadas todas las radiaciones de luz, como si un hueco negro se los llevara a su panza insaciable.

Pensó en maldecir a la mujer, y las maldiciones se oscurecieron de tal manera, que permaneció ciego por un tiempo.

Empezaron las bocas ajenas a reciclar la mediocridad que recibían, y las dudas de los hombres promovieron difusas suposiciones. Mientras él seguía flotado por el poder de la maldad, una energía que supera con creces la fuerza de la gravedad.

Pero el mago que vive en el hombre comenzó a girar, era sombra, se había convertido en sombra, las sombras dentro de las sombras no se ven, girar despacio era la clave, la negritud donde flotaba estaba quieta, tenía que moverse en el sentido de las agujas del reloj, pero sin que se notara la corriente de circulación. Su sombra adoptó la figura del punto geométrico, sin dimensiones. Girar y girar sobre su eje imaginario era un modo de meditación en movimiento. Giraba y repetía el mantra -¡girar!, ¡girar!, ¡girar! Las sombras de los alrededores captaron las señales de molinete, todas las oscuridades rotaron al unísono, y el mago se hizo uno con las sombras.

¡Había llegado el momento!

Se convirtió en luz, se convirtieron en luces las sombras, un fuego centelleante cayó sobre la mujer, la mente de la desequilibrada luchó, pero su idiosincrasia acostumbrada a lo irracional, no razonó. No quería hacerse una con la luminiscencia, y en medio de tanto resplandor su figura se presentó grotesca y opaca.

Fue juzgada por muchos, ¿Cómo podría esa imperfección aprisionar fotones?

El hombre mago recicló las sombras hacia el Sol, fue un acto magnánimo, ni odios ni rencores alimentó. Lanzó al viento, a los cuatro vientos, su amor sin matices.

Apenas susurró – ¡Conviértete en luz! – Y la maldad era ya traslucida y débil.

Después recobró su forma humana, regresó a sus faenas de a diario, y la vida siguió su curso de luz y de sombras, la bipolaridad aparente.

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