La Serendipiedad del reverendo Almotásim

La Serendipiedad del reverendo Almotásim

Martin Iron

05/05/2018

(Relato de humor)

Un incierto día del calendario gregoriano, el reverendo Almotásim, perteneciente a la Orden de los Santos de los Últimos Sombreros Azules de Prusia, quizás abducido por intensas lecturas detectivescas de un tal Isidro Parodi, comenzó a anotar en su libreta azul cobalto con espirales dorados, todos los hechos intrascendentes, nimios, imbéciles o casuales que le sucedían durante la mañana, tarde y noche.

Por ejemplo. Si al levantarse de su lecho, apoyaba primero el pie izquierdo antes que el derecho o si alguna casual paloma arrullaba en la ventana. Las veces que pronunciaba palabras esdrújulas u homónimas durante el día. Acertar la terminación del número en una matrícula de automóvil color rojo, por ejemplo. Las apariciones fugaces de un déjà vu. Y también los sueños tópicos y reiterativos.

Luego de extensas deliberaciones consigo mismo frente a un espejo, llegó a la conclusión que estos hechos formaban parte de una serie de operaciones generadas en el espacio tiempo, fuera de la órbita terrestre y ajenos a una voluntad creadora, de cuyo funcionamiento solo podríamos conocer por una desconocida y sincera «Serendipiedad».

Decidió escribir un ensayo largo y ornamental con su tesis y anti-tesis incluida, pero dichas conclusiones, herejes y blasfemas, de un alto contenido dialéctico científico iconoclasta, no fueron aceptadas por sus hermanos superiores de miradas aburridas, quienes le sometieron a preguntas, acusaciones y razones vanas que derivaron en un juicio express sagrado divino, condenándole inmediatamente a la hoguera. Sin embargo, en aquel espontáneo holocausto, la leña estaba húmeda y el reverendo Almotásim atribuyó dicha eventualidad, a la torpeza necesaria de su nueva creencia y, entre la confusión o asombro de sus verdugos, logró escapar de sus inquisidores afónicos.

Se refugió en un desierto cercano. Ayunó por veinte días, once minutos, cinco segundos y a cambio obtuvo epifanías multicolores. Experimentó Serendipiedad con sus hermanas lagartijas, víboras, alacranes, hormigas que luego del largo ayuno, terminó comiéndolos. Pernoctó bajo las constelaciones que memorizó una por una. Cantó en lenguas ajenas, bajo los rayos serenos de un sol atómico verde azulado. En los atardeceres, luchó con su sombra ensanchada y mal oliente. Cavó con sus manos diversos agujeros negros y sudó el néctar de los dioses. Muerto de cansancio, escaló una insignificante montaña y con las pupilas llenas de miedo, descubrió que sus sentidos estaban sincronizados con lo sobrenatural y que la Serendipiedad le obligó a llamarse a si mismo, entonces entabló un dialogo interior con el eco del desierto que duró varias noches. Desde el más allá, escuchó cantos bizantinos inéditos cuyas estrofas en latín «Etiam capillus unus habet ubram suan», (Hasta un cabello tiene su sombra) memorizó hasta caer desvanecido y sediento. Se recuperó pero al recordar que había soñado que comía bosta de búfalo mientras se purificaba, se rasgó las vestiduras hasta quedar completamente desnudo bailando entre las rocas como un epiléptico poseído por la Serendipiedad.

Fortalecido por la aguerrida experiencia religiosa, regresó a la civilización materialista. Llegó a una aldea rural donde lo confundieron con un ermitaño provinciano, salvaje y analfabeto, venido de una antigua jungla.

«¡No, no y no… Yo provengo del sagrado páramo sin retorno, donde van los anacoretas a orar! «, exclamó Almotásim con una voz horrible y musculosa.

Algunos se apiadaron de él, otros lo trataron como un loco permanente, otros le dieron limosna.

«¿Cómo has conseguido volver?¿Quién eres?», le preguntaron.

«Soy la herida abierta de las emociones. Soy adicto a la potencia de la pasión ajena. Soy un corazón que late con energía cósmica. Soy el águila feroz derrapante. Soy el que cierra las ventanas de las falsificaciones. Soy el martillo hidráulico de las tentaciones. ¿Qué más? A ver…puedo hablar con los muertos, hice un curso completo de espiritismo por correspondencia, tengo carnet de conducir y nivel medio de inglés, ah y también soy el elegido que navegó por el puñetero infinito»

«¿Y qué has visto allí?»

«He visto serendipiedades irresistibles. He visto un perro blanco con un cuerpo incorpóreo. He visto cocodrilos azules marinos nadando en un estanque de vidrio. He visto el azar flamígero y la sagrada avenida que conduce a la certeza impetuosa. He visto que el que ríe último hace llorar al primero. He visto que el que se pelea, mortifica los puños. He visto que hay principios que no se pueden pensar. He visto que el mundo explota de necedades. He visto que la fe es la poesía del comportamiento y, el descreimiento es la no poesía de la circunstancia!»

«¡Sí que has visto! pero… habla con parábolas, no entendemos bien lo que dices», le sugirió una anciana un poco molesta.

«Entonces, les explicaré que es la Serendipiedad. El que tenga orejas que oiga. El que tenga nariz que huela. Resulta que un padre y el hijo van a pescar a un río y luego de estar todo el día, ninguna criatura marina muerde los anzuelos. Vuelven silenciosos y desilusionados. La esposa le pregunta: ¿Han pescado algo? El padre responde risueño: Lo que atrapamos lo tiramos y lo que no pudimos atrapar lo guardamos en nuestras cabezas», contestó Almotásim.

«¿Qué tontería es eso?… ¡Ahora comprendemos menos, apedrearlo por mentiroso estafador!», gritó la anciana.

Una lluvia de proyectiles rocosos cayó sobre la estampa seráfica de Almotásim, quién se precipitó a refugiarse, en un tupido bosque azul espectral.

«¡Malditos herejes! ¿No han entendido la Serendipiedad? ¡Son los piojos escondidos que también tienen ustedes en sus cabezas, como el padre y el hijo de la parábola!», les contestó protegiendo su aureola de la inaudita agresión.

Recorrió un camino místico hasta llegar a un lago azul ultramar. Allí vio unos pescadores faenando. Se acercó a ellos. Les habló con el corazón de la franqueza y la singularidad de las bienaventuranzas: «¡Síganme por favor, ustedes son las personas elegidas, no encontraré a a nadie más!».

«¿Por qué debemos seguirte?», dijo el mayor de ellos,

«Porque construiremos una catedral de cristal azul cerúleo para vosotros y vuestros descendientes, allí fundaremos La Iglesia Científica de la Serendipiedad, cuyo lema será «Esto no está aquí».

En poco tiempo ganaron simpatizantes y adherentes. Algunos seguidores más ilustres. Philip Dick, Stephen Hawking, Rita Pavone y Bud Spencer. (Por favor esto último no comentarlo en Facebook o Twitter)

Pero el reverendo Almotásim empezó a descreer de su Serendipiedad cuando invirtió energías en demostrar la existencia de la Serendipiedad con el método «Onus Probandi», aun sin estar obligado a hacerlo. Luego debió rectificarse porque en mayor grado, la opinión general a su alrededor, comenzó a negar la existencia de dicha Serendipiedad puesto que sería una burda falsificación o plagio de la Serendipia, aunque muchos de los cuestionadores no supieron de que se trataba dicha Serendipia y mucho menos la Serendipiedad.

Finalmente, ante las evidencias mas exactas y la deslumbrante impotencia por parte de Almotásim en no poder explicar la Serendipiedad con premisas irrefutables, fue abandonado por sus adeptos, aunque antes, los mismos discípulos fueron quienes intentaron lapidarlo, bramando insultos y calumnias en su contra, por haberlo seguido sin miramiento alguno y encontrarse sin la Serendipiedad prometida.

El reverendo Almotásim se estableció en su templo vidriado, engordando con Bourbon su indice de masa espiritual y, escuchando discos de vinilo, con canciones de Elvis Presley, alienado en sus propias dudas e incertidumbres, hasta fallecer de cirrosis hepática, una noche de luna llena, quizás imaginando su Serendipiedad.

Sus restos descansan al lado de los restos de la catedral, hoy declarado patrimonio histórico de la humanidad por la UNESCO.

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