La última vez que abrí el blog de notas

La última vez que abrí el blog de notas

Rafael Medrano

28/03/2018

A veces siento que debo ir a buscarte y gritarte que te adoro, y luego salir corriendo. Tal vez un día lo haga, te asustes y tus amigos se rían de mí y te dé mucha vergüenza. No sé, quizás no corra y me quede a ver cómo todos se cagan de la risa, luego me giraría para decirme a mí mismo que soy un pendejo: un gordito muy pendejo.

A veces quiero ir y poder encontrarte. No te imaginas cuántas veces he querido cerrar los ojos y que vos no estés ahí: siempre estás, te veo lamer tus labios mientras me sumerjo en tu mirada. No hay escapatoria.

Me da mucha rabia que esto me pase: vienes, te hago reír, somos amigos, compartimos redes sociales, nos damos like, nos pasamos unos memes, y de repente –así de la nada– un mensaje tuyo me pone a abrir el blog de notas de mi celular para escribir poemas. Carajo, qué mierda me pasa, me digo mientras me sorprendo pensado en tus pobladas cejas que me tienen escribiendo todas estas pendejas palabras.

No puedo evitar recordar el primer día que te conocí. Algunos días, al despertar, espero media hora para levantarme y en ese lapso pienso en tu carcajada. Te veo arquear tu cuello y soltar tu risa. Al levantarme reviso si no hay un mensaje tuyo en mi celular, me hago café, leo el libro de turno, te vuelvo a pesar. Te pienso.

¡La madre que parió al amor!

Me digo que ya has estado enamorada –me gusta pensar que lo estabas: así en pasado –; lo que no sé es que carajo sería ser amado por vos. Me gustaría, tal vez. No sé. No sé muchas cosas: por ejemplo, no sé por qué carajo no nos vemos un día y me dices, viéndome a los ojos, que deje de ser un pendejo, que ya estoy grandecito como para andar con cursilerías. De seguro que yo diría una de mis bromas –de esas que tanto te gustan, de las que te sacan los pedos de risa–, y me mirarías como si supieras que trato que no te des cuenta de que me estoy rompiendo, que me encuentro ante las puertas del infierno.

Tampoco sé por qué carajo me siento así. Juro, por cada beso en la mejía que te he dado, que he tenido muchas mujeres: besos mil, sexo por montones, orales tremendos, pero todo eso me importa poco cuando veo tu rostro. Es que yo podría verte reír toda la vida. No sé, tal vez si te voy a buscar y te grito que te adoro, vos sonrías y me grites que vaya donde vos, que me acerque. Y cuando estemos juntos, frente al porche de tu casa, donde me distes muchos vasos de agua, nos besemos en la boca. Seguramente luego te diré un chiste comentándote que esta historia sería un buen cuento, y vos te reirías. Sólo eso: tu risa.

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