Ámate a ti mismo por encima de todas las cosas. Sé tu mejor amigo y no te defraudes. Aprende a no defraudarte.
Mi jefe, en la fiesta de la cena de Navidad del trabajo de hace ya algunos años, acabó bien entrada la madrugada borracho sentado a mi lado diciéndome que tenía mujer y tres hijos y que nunca se había sentido tan jodidamente solo. Esas fueron sus palabras: jo-di-da-men-te so-lo. Argumentaba entre balbuceos indecisos y la sinceridad que solo los borrachos y los niños atesoran, que no solo no recibía cariño, sino que todos los estímulos familiares que llegaban a él tenían una carga indómita de indiferencia y culpabilidad. Su mirada era ausente, sus ojos brillaban y evitaban mirar fijamente a los míos, mientras me hablaba, su vista se perdía entre los restos de comida y bebida desparramados por la mesa, mientras la música sonaba en el ambiente y la poca gente que quedaba, con unas cuantas copas de más, bailaba y tonteaba a nuestro alrededor. Tengo que decir que llevaba siendo mi jefe ocho años y jamás habíamos hablado más de tres minutos. Él, como ya he dicho, iba bebido y lo que añado ahora es que yo iba ligeramente colocado de mdma. Así que sus palabras llegaban a mí en modo de luz celestial y divina providencia, recibiendo yo cada palabra, cada pausa y suspiro, con una lentitud pasmosa, como un santo sacramento que entraban en mí de forma sentida. Mi jefe tenía dinero, una familia, éxito laboral y no era feliz; la desdicha de la vida moderna es tenerlo todo y tener un sentimiento de vacuidad tremendo. 
La máscara habitual de Pablo, así se llamaba mi jefe, se presentaba de forma, que un rictus de parquedad se había instalado en su rostro definitivamente. Una mirada altiva y ceñuda era su presentación habitual ante los demás. Era tosco en el trato, y su verborrea inmediata delataba ínfulas de superioridad, así que su presencia y su compañía no resultaba normalmente amena y no invitaban a la cordialidad. Tenía esa imagen que todo jefe debe tener de huraño y altivo. Los empleados simplemente lo veíamos ocasionalmente, si casualmente nos cruzábamos con él en el aparcamiento por casualidad. Había varios mandos intermedios que bloqueaban cualquier intento de aproximación. Al cabo de un par de años, los rumores llegaron, y su matrimonio entró oficialmente en quiebra y se divorció. Con el tiempo, paulatinamente, cambió su rictus de hombre mártir, malhumorado, que aguanta el peso del mundo sobre sus espaldas por una mirada más jovial. Soltar el lastre de la vida marital dio un vuelco a su vida y sus hábitos cambiaron, dejó de fumar, se apuntó al gimnasio y practicaba deporte con asiduidad. Adoptó un perro, en la perrera municipal, el cual le daba cariño inconmesurado y desinteresado. «Me quiere más que mi familia» expresaba a menudo a sus conocidos. Con el perro se iba a caminar kilómetros los fines de semanas, hacía excursiones en busca del verde de la naturaleza y planificaba salidas con gente que con sus respectivos perros conocía en Internet. Poco a poco su cambio fue evidente. Yo lo observaba en la distancia y con discreción. Era un hombre que estaba cambiando. Todos tenemos derecho a dar un nuevo giro a nuestras vidas y este hombre estaba ejerciendo ese derecho. Apenas alguna vez nos cruzábamos y me saludaba con un leve movimiento de cabeza o un extinto guiño de ojos, de forma amigable pero sin dejar de constatar, el valor de la jerarquía; jefe y empleado. La conversación de navidad quedó para él seguramente en el olvido. Esa confesión de la cual me hizo partícipe. 
Pablo dio un nuevo giro a su vida, y podríamos decir que se iba acercando a los límites de una felicidad seguramente efímera, que hacía muchos años no experimentaba. Ya no era ese hombre apesadumbrado y gris que todos conocíamos. Una mañana de fin de semana mientras se duchaba notó un pequeño bulto en su axila, al que no dio mucha importancia, al cabo de unas semanas ese bulto era de mayor tamaño y no era uno sino que eran tres. Al poco tiempo un dolor constante se instaló en su hombro izquierdo. En las radiografías que el médico le mandó hacer se veía una gran mancha en la parte izquierda de sus pulmones. Su ausencia en el trabajo no tardó en hacerse notar. Pablo hacía semanas que no aparecía por la empresa, su socio se hacía cargo de todo, pero no había noticias oficiales de él. La verdad es que nunca más volví a ver a Pablo con vida. Al cabo de tres meses la dirección de la empresa hizo un comunicado oficial notificando su muerte por enfermedad. La sorpresa fue máxima. A pesar de mi inexistente relación con Pablo, noté una breve punzada en el estómago al conocer la noticia. Asistí tímidamente a su velatorio. No era un velatorio muy concurrido. Situado yo en el contexto, pude discernir que aquella mujer, tremendamente maquillada, de rostro hierático, casi impasible debía ser su mujer. Cercanos había dos adolescentes ausentes y un niño de unos 7 años, que debían de ser sus hijos. Entré a la sala donde estaba su cuerpo expuesto. Recuerdo que lo miré, y le dije con ternura: “ahora sí que estás jodidamente solo, Pablo”. 
Pasados unos días, con la excusa de consultar unas inexactitudes de mi nómina me acerqué al departamento de recursos humanos. A la salida me desvié y cogí el ascensor hasta la última planta, donde él tenía su despacho. Ahí estaba el sancto sanctorum de la empresa, suelos moqueteados, hilo musical flotando en el ambiente, iluminación cuidada, una limpieza impoluta y unos cuadros de arte contemporáneo colgados del vestíbulo que daba al despacho de Pablo. Un despacho que estaba cerrado. Con su puerta de madera noble maciza e imponente. El despacho tenía un gran ventanal que daba al pasillo, me acerqué al cristal y pude observar su despacho por dentro. Era un despacho amplio y bien decorado, pero no había nada a simple vista que fuera digno de comentario, excepto que la mesa de reuniones, en una de las paredes, colgaba una gran lámina enmarcada y cubierta por un cristal, con una frase en letras negras sobre un fondo blanco nuclear, que decía: Ámate a ti mismo por encima de todas las cosas. Sé tu mejor amigo y no te defraudes. Aprende a no defraudarte.

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