Blaze! Capítulo 26

Capítulo 26 – ¡Strana!

Los viajeros continuaron su travesía en búsqueda del corazón del único ser divino, caminando varios días por la orilla del mar, disfrutando de soleadas jornadas y alimentos extraídos del mar, arrasando la fauna marítima de la zona debido a su gula, abandonando finalmente los territorios del reino del dios Sol, internándose en el reino de Strana, pasando primero por sus pueblos más pequeños en dirección hacia su capital.

Eres… un… maldito… suertudo… –comentó Blaze al observar los coloridos trajes de los bufones y escuchar juglares cantando, caminando entre los habitantes de la capital, quienes disfrutaban de una grandiosa fiesta popular.

Nuevamente cumpliste tu palabra –dijo sonriente Albert, contemplando los juegos y puestos de comida dispuestos en todas las calles–. ¿Qué estarán celebrando?

No lo sé y tampoco me interesa averiguarlo, disfruta lo que más puedas para que sigamos con nuestra búsqueda –respondió la mujer con desencanto, echando a Albert y alejándose de él, sentándose en un puesto que vendía cerveza, ofreciéndoles como pago la botellita con el metal líquido recolectado días atrás, siendo expulsada del lugar.

Albert miró hacia atrás, observando toda la situación, sonriéndose por el descaro de su señora, avanzando entre la festiva multitud, separándose de Blaze. El oráculo participó de las variadas actividades que encontró en el camino, compitiendo por ver quien comía más rápidamente un pastel, perdiendo en las primeras rondas al casi atragantarse; luego viendo una pieza teatral en un pequeño callejón, riendo como loco por la comedia presentada; terminando su paseo en la plaza principal de la ciudad, donde un juglar cantaba rodeado de una multitud de mujeres de dispares edades, todas embelesadas por el cantautor.

Creo que he escuchado esta voz antes, pero no sé dónde –pensó Albert, mirando al hombre interpretar su música, con una firme y entonada voz, acompañado por su laúd–. ¡Oh, lo recordé! Es la voz del tipo que Blaze capturó en sus conchas de mar, se está perdiendo su espectáculo, quizá donde se encuentre, ¿debería buscarla para que después no me culpe por no haberlo escuchado?

El público, principalmente femenino, coreaba el nombre del juglar, Klaus, pidiéndole que interpretara más canciones para su deleite, aplaudiendo cada una de las palabras que salían de su boca. Klaus era un hombre tan bajo como Albert, pero con un rostro mucho más varonil, luciendo un cabello frondoso, brilloso, voluminoso y rizado; una amplia frente que se extendía sobre unas cejas redondeadas, que recordaban a dos medialunas, posadas sobre dos azules faroles separados por el fuerte tabique nasal de su medianamente prominente nariz, todo esto posado sobre dos carnosos y expresivos labios que dejaban entrever una cuidada y resplandeciente dentadura.

No sé qué le encuentran, no es para nada bello –criticó mentalmente Albert, mirando para todos lados tratando de encontrar a Blaze.

Albert escuchaba el espectáculo de Klaus sin prestar mucha atención, buscando a su señora entre el público, decidiendo regresar por el mismo camino que había recorrido tiempo atrás, pensando que Blaze debía encontrarse en algún puesto de venta de alcohol. Salió del lugar caminando entre las eufóricas féminas, siendo empujado por una presurosa niña que se estaba colando entre el público, cayendo al suelo.

¡Perdón! –dijo la regordeta niña, metiéndose a presión entre los espectadores, avanzando hasta la primera fila de mujeres dispuestas en círculo frente a Klaus.

No te detengas –respondió Albert, siendo acallado por el griterío presente en la plaza.

Albert se levantó del piso, sacudiéndose el polvo de las posaderas, escuchando repentinamente la voz de Blaze, gritando el nombre del juglar, siguiendo el acérrimo vitoreo de su señora para finalmente ubicarla.

¡Blaze! ¡¿Dónde estás?! –exclamó Albert, caminando de vuelta, quedando nuevamente en el círculo exterior que rodeaba al interprete, mirando hacia los lados, sin dar con el paradero de Blaze.

El oráculo inspeccionó al público, mirando por sobre las cabezas de todas las mujeres, buscando a su alta señora, quien debía sobrepasar en tamaño a casi todas las féminas presentes, pero no la encontraba a pesar de escuchar muy cercanamente su voz.

Quizá este agachada o sentada en el piso, no tiene problemas con un poco de polvo –pensó el muchacho, dirigiendo su mirada más abajo–. Cabello parecido, pero rellenita y pequeña… Cabello largo y oscuro… Espera, ¿Blaze?

Blaze estaba envuelta en su capa, pero su figura distaba mucho de la que Albert conocía, presentándose más pequeña que él y regordeta, con facciones redondeadas, como si hubiese comprimido todo su cuerpo en un diminuto espacio. Albert pensó estar desvariando.

¡¿Blaze?! –preguntó Albert, pero no fue escuchado por la mujer, quien salió corriendo hacia Klaus, colgando en el cuello del juglar una concha adquirida en su reciente visita a la costa, gritando desaforadamente.

¡Hola, eres la niña de las conchitas, tanto tiempo sin verte! –saludó Klaus a una irreconocible Blaze, quien lo miraba con ojos melosos, derrochando amor por los poros.

Por favor, llegué hace poco acá, canta una de tus canciones nuevas, te lo ruego –pidió Blaze, sentándose en el piso cerca de Klaus, moviendo la cabeza de lado a lado, invitando a las otras celosas mujeres a aplaudir a su cantante favorito.

¡Por supuesto, lo que sea por una admiradora! –contestó Klaus, procediendo a tocar su instrumento, repitiendo una de las canciones interpretadas hace rato.

Klaus cantó y tocó su laúd, moviendo frenéticamente los dedos de sus manos, justificando su apodo, recordando a un escorpión caminando sobre el instrumento musical mientras agarra rápidamente las cuerdas con sus pinzas y aguijón.

¡Escorpión, escorpión, escorpión! –gritó el público al finalizar su interpretación, aplaudiendo al juglar, quien se retiró del lugar completamente laureado, devolviendo la concha de mar a Blaze, revolviéndole el cabello con su mano.

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Lamentó que hayas tenido que presenciar tal descontrol –dijo Blaze, disculpándose, guardando su nueva adquisición en su bolsa mágica, recobrando la compostura.

¿Qué?, ¿cómo?, ¿por qué? –se preguntaba Albert, sentando en el piso, abrazándose a sus piernas, agitando su cuerpo de atrás para adelante.

Es sólo un truco mágico, no quiero que me vean con mi figura normal haciendo tales locuras, además me sirve como camuflaje –explicó la maga, quitándole importancia al tema, sin poder cambiar el estado mental del escudero.

Albert miraba a Blaze hacia arriba, bajando los ojos hasta el tamaño de su versión pequeña, comparando tal altura con las manos, agarrándose la cabeza.

¡Eras más pequeña que yo y te comportabas de manera muy rara! –exclamó Albert, sin creer el comportamiento de Blaze–. ¡Simplemente no eras tú!

Acepto que perdí un poco el control, no exageres, es una faceta muy personal de mí que no conocías –minimizó Blaze.

¡Además, el tipo podrá ser un genio musical, pero es un pigmeo horrible…! –dijo el oráculo, congelándose ante la ardiente mirada de su señora–. Perdón.

Como si tú fueras gran cosa, si tuvieras un apodo sería “la rata” o “la hormiga”. Ahora busquemos donde quedarnos esta noche, ya se hizo muy tarde y después de la gran presentación de Klaus quedé exhausta –ordenó la maga, volviendo a su carácter normal–. Lo bueno fue que logré vender la plata líquida que envenenaba aquel terreno, no por mucho dinero, pero lo aposté todo en una competencia de vencidas y obtuve una cantidad decente como para mantenernos unos días.

Sí, señora –respondió el muchacho, levantándose del piso con un salto, obedeciendo a la maga para que no se enojara con él por sus hirientes palabras dirigidas a Klaus–. Extrañaba usar un mullido colchón.

No te pongas exigente, nos basta con dormir en un espacio techado y con cuatro paredes –dijo la proveedora, intentando ahorrar lo más posible, desilusionando a Albert.

Adiós dulces sueños –se quejó el oráculo, acariciando el piso.

Aquella noche durmieron en un pequeño hostal, debiendo compartir la única habitación disponible, tendiéndose a lo ancho de la cama, para no llegar a tocarse mientras reposaban. A la mañana siguiente salieron tarde, casi al medio día, encontrándose con los habitantes que se preparaban para seguir fiesteando.

¡Ah! Olvidé decírtelo, nos iremos hoy mismo de acá, los festejos se extenderán por dos semanas más, están celebrando la independencia del reino, con todo este ruido no encontraremos ninguna pista útil –informó Blaze, saludando a un par de hombres que pasaban caminando frente a ellos, apoyándose el uno en el otro–. ¡Strana!

¡Strana! –respondieron los alcoholizados hombres, caminando a duras penas.

Blaze, te lo imploro, quedémonos un par de horas más, habrá una competencia de cocina más tarde y deseo participar –pidió Albert, con ojos de cordero a punto de ser degollado–. ¿Sí?

¿Tú, cocinar? En todo este tiempo has comido lo que he preparado y nunca has intentado hacer algo por tu cuenta, ¿y ahora me sales con que quieres participar en un concurso de cocina? –interpeló la maga, desdeñando a Albert.

Que nunca lo haya hecho mientras viajábamos juntos no significa que no pueda hacerlo. Además, no has preparado nada muy elaborado como para decir que has cocinado –dijo el oráculo, dándose ínfulas, desafiando a Blaze.

¿Te atreves a decir que cocino mal, insinúas eso? Esta afrenta no quedará así, nos inscribiremos los dos y quien pierda tendrá que cazar, recolectar y cocinar por cinco meses, aunque tengamos dinero para comprar comida –propuso Blaze, extendiendo la mano a su escudero–. ¿Tenemos un trato?

Albert miró con miedo la mano de su señora, pero la estrechó de todas maneras, confiando en que podría ganar el concurso, tomando en cuenta que casi todas las preparaciones que hasta ahora había preparado eran secas carnes asadas o insípidas sopas.

Trato hecho –confirmó el oráculo, estrechando firmemente la mano de la confiada mujer.

Los contrincantes fueron al lugar de la competencia, formándose en la fila de inscripciones, debiendo competir contra otros ocho cocineros. La premisa era simple, había disponibles variados tipos de ingredientes, debiendo cocinar lo que se les viniese en gana con ellos, logrando una preparación que conquistara al jurado. Los espectadores se sentaron a ver el comienzo del enfrentamiento culinario, momento en que Blaze aprovechó su fuerza bruta para hacerse con los alimentos necesarios para su preparación, robando incluso algunos de ellos desde las manos de sus contendientes, amenazándolos con dañarles. Por otra parte, Albert se valió de su tamaño para infiltrarse, sacando los ingredientes justos para su elaboración, escondiendo lo recolectado para no ser asaltado por la frenética maga. Después de pasar el tiempo establecido para preparar el plato a presentar a los jueces, quedaron siete participantes, siendo eliminados tres por no haber alcanzado a cocinar dentro del lapso estipulado.

¡Ahora los jueces probarán sus platos! ¡Por favor, acérquenlos a la mesa del jurado en orden, según el número que se les asignó al comienzo de la competencia! –voceó el presentador, enseñándoles a los participantes la forma de proceder.

Albert miraba el plato preparado por Blaze, olisqueándolo, sintiendo un intenso aroma proviniendo de este, además de apreciar la elaborada disposición de los alimentos dentro del platillo, como si fuera una pequeña y fresca fuente.

Huele rico, ¿cierto? –preguntó Blaze, jactándose por su preparación, mirando la de Albert–. Creo que tendrás que cocinar mucho, cerca de cinco meses.

Pero, tus carnes asadas, tus sopas… –enumeró Albert, desconcertado por el bello y deliciosamente oloroso plato de la maga.

Soy maga, con los ingredientes correctos y un lugar donde mezclarlos, puedo hacer maravillas. Con respecto a las carnes y las sopas, sinceramente, me dio flojera preparar algo más elaborado –explicó Blaze, desmoronando al muchacho.

Después de probar las preparaciones de todos los participantes, la cantidad de cocineros se redujo a cuatro personas, destacando el trabajo de la maga por sobre los otros, tanto por presentación como por sabor. En la segunda parte del concurso debieron preparar postres con frutas, ocasión en que los jurados eliminaron a dos competidores, quedando sólo Albert y Blaze como finalistas.

Esto está que arde, no imaginé que pudieras llegar tan lejos, pero esto se acaba ahora –dictaminó la maga, dándose la victoria por adelantado.

Albert sólo atinó a deglutir saliva, sintiendo como se le secaba la boca, presintiendo un trágico final para él, recurriendo a una última y prohibida opción.

No me queda otra. Juré nunca más en la vida hacerlo, lo hice un par de veces como humorada cuando era un niño viviendo en el monasterio, pero de haber sabido la poca estima que me tenían los monjes, lo habría utilizado infinidades de veces –pensó Albert, agachándose por debajo de la mesa que estaban utilizando para cocinar.

Esta vez pueden preparar lo que se les antoje nuevamente, pero sólo contarán con 45 minutos para hacerlo. En sus marcas, listos, ¡a cocinar! –gritó el presentador, dando la partida para la final del concurso.

Blaze y Albert cocinaron rápidamente. La maga preparó una carne adobada, utilizando magia para hacer que la carne se impregnara de los condimentos y sabores, algo que en una situación normal tomaría como mínimo tres horas, pudiendo extenderse hasta un día completo. Para acompañar al adobado, coció algunos vegetales, los que utilizó como cama para posar la carne. Albert optó por preparar una suculenta sopa, mezclando varios ingredientes, revolviéndolos a fuego medio.

Estás perdido –dijo Blaze, viendo a Albert sudar por el constante movimiento de la gran cuchara de madera que estaba utilizando para revolver su sopa.

Eso creo, no puedo seguir batiendo esto –respondió el escudero, evidentemente cansado, con los hombros y brazos agarrotados.

Una vez finalizado el tiempo de preparación, el jurado se levantó de sus puestos, yendo a probar las dos preparaciones, dirigiéndose directamente al puesto de Blaze, quedando maravillados por la disposición de los ingredientes y por el sabroso y mágico adobado logrado en tiempo récord, felicitando a la cocinera, casi asegurando su victoria. Luego se dirigieron hacia el puesto de Albert, sintiéndose obligados a cumplir las reglas para que no se dudase de su imparcialidad, probando una somera cucharadita de la sopa preparada por el oráculo. Los jueces se pusieron a cuchichear inmediatamente, formando un círculo, mirando a Blaze, luego mirando el caldo del muchacho, volviendo a cuchichear por unos segundos, probando nuevamente la sopa, sorbiendo una mayor cantidad de líquido esta vez, encerrándose a musitar nuevamente.

¡Ejem! Después de deliberar mucho, hemos determinado que la preparación ganadora de este concurso es de… –dijo el presidente de los jueces, preguntándole el nombre al joven oráculo– ¡Albert! Un aplauso para el ganador.

Los pocos espectadores aún presentes aplaudieron fríamente, retirándose del lugar, cansados por la extensión de la competencia, dejando a los jueces y contrincantes solos. Blaze estaba pasmada, incrédula por haber perdido contra Albert, hundiendo una cuchara en la sopa de su escudero.

No puedes haberme vencido con una simple sopa –aseguró la maga antes de probar el caldo, tragándose una gran cucharada, cambiándole la expresión de inmediato–. ¿Qué… qué es esto? Reconozco varios de los sabores, pero… hay algo, utilizaste algo, no sé qué es, pero cambia todo el sabor de… ¡esto! Es una simple sopa con un ingrediente muy especial, ¿qué le agregaste?

Bueno, como dices, es un ingrediente especial y… secreto. Lo traía conmigo y… y se me acabó, no tengo más, lo usábamos en el convento, nunca supe cómo se llamaba, sólo lo tenían allá, no sé dónde comprarlo –respondió Albert con evasivas, notoriamente nervioso, intentando ocultar algo.

Señor Albert, su premio, cinco monedas de plata –dijo uno de los jueces, entregando el dinero al ganador–. Su sopa estuvo exquisita.

Gracias –respondió Albert, con las mejillas sonrosadas, rascándose el cuero cabelludo, guardando la recompensa.

No lo acepto, debes decirme que ingrediente es, te preguntaré hasta que lo escupas –dijo Blaze, agarrando sus pertenencias, caminando para irse de la ciudad de Strana.

No creo que lo logres, me iré con este secreto a la tumba –aseguró Albert, caminando al lado de su señora.

¡Dímelo! –grito Blaze.

Por supuesto… que no –respondió Albert.

¿Dónde irán a parar Blaze y Albert?, ¿encontrarán pistas sobre los trozos del corazón del único ser divino?, ¿Blaze logrará averiguar el ingrediente usado por Albert? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

Los jueces se quedaron sorbiendo hasta la última gota de sopa preparada por Albert, encontrando en el fondo de la gran olla un calcetín sucio lleno de hoyos, escupiendo el caldo para sacarse el sabor de uno de los pies del oráculo.

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