El balón llega a los pies del diez, mira a un lado, mira al otro, y de un cambio de frente suelta la esférica al vacío donde aparece como un relámpago; la Saeta, quien de un certero disparo vence al arquero enemigo y……… Gol, gol, gol,gol, goooooooooooooooooooool…El estadio es frenesí, lágrimas, emoción desbordante: cincuenta mil almas corean ¡Saeta, Saeta,Saeta,Saeta,Saeta,Saeta,! La Saeta corre desbordado de alegría por todo el campo en un festejo único; sacude su camiseta y muestra en alto los brazos y con sus manos la ve de la victoria. Aquel coro es gigantesco, enormemente envolvente y festivo. El jugador continúa su festejo, el arbitro señala el centro del campo y todos regresan a sus posiciones. El juego debe reiniciarse, la algarabía es avasallante; hasta que poco a poco, el estruendo de cincuenta mil voces disminuye cada vez más su volumen convirtiendose finalmente en un murmullo casi imperceptible – Mi amor, mi amor, levántate, ya son las seis y tienes que ir a trabajar, por favor levántate.

El hombre se incorpora  lentamente de su cama, mientras su mujer despliega la silla de ruedas con la que todos los días aquél se desplaza desde hace treinta años a su trabajo.

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