La ventana (María T) #Historiasdejóvenes

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Tete

30/11/2022

LA VENTANA

Noto el colchón más duro de lo habitual, y la almohada ni siquiera está. Supongo que me he caído de la cama.

Aun así, es extraño. Es más bien como si estuviera durmiendo en el campo. Trato de levantarme a la vez que abro los ojos y miro a mi alrededor algo contrariado.

Definitivamente no estoy en mi casa.

A lo lejos puedo distinguir un enorme árbol, parece un Eucalipto arcoíris. Los descubrí leyendo un libro de botánica hace un par de años. Son unos inmensos árboles que pueden llegar a medir más de setenta metros. Maravillado y sin pensarlo mucho me dirijo hacia allá. Cada paso que doy es más pesado que el anterior, y al estar frente al árbol apenas puedo sostenerme en pie, aunque eso no impide que note una pequeña palanca.

Una parte de mí no quiere tocarla, pero mi curiosidad gana, y con una seguridad que no siento, la empujo. No pasa nada, así que algo decepcionado, apoyo la espalda en el tronco y me dejo caer. Bajo la sombra del enorme árbol estoy seguro, y me permito relajarme.

Esa seguridad no dura mucho. Escucho un casi inaudible “clic”, a la vez que la parte del tronco donde estaba apoyado hasta hace un momento cede. No consigo estabilizarme a tiempo y caigo hacia atrás.

Una vez abajo y con un par de arañazos en brazos y piernas, me levanto para escrutar con la mirada a mi alrededor, tratando de descubrir alguna amenaza. Siento peligro. La relajación que sentía hace unos instantes se ha ido.

Estoy ante una habitación bastante amplia, con una gran cantidad de estanterías. Hay un detalle que no puedo pasar por alto. Hay un libro escondido en lo alto de la estantería de enfrente. Otra vez, la curiosidad puede conmigo, y los minutos siguientes los dedico a buscar algo que pueda servirme para alcanzarlo. Finalmente, recurro a subirme encima de las baldas. Reconozco que no es la mejor idea que he tenido, pero la situación requiere de medidas drásticas, ¿no?.

Alcanzo el libro, logrando a duras penas no caerme. Empiezo a pasar páginas. Todas en blanco. La última página contiene escrita una frase: «No has cerrado la ventana»

Solo puedo pensar en las advertencias de papá. Cada noche me repetía varias veces antes de ir a dormir que nunca dejara la ventana abierta. Nunca lo entendí, pero tampoco lo desobedecí. Hasta hoy.

Escucho unos murmullos, que al cabo de segundos se convierten en gritos. Logran confundirme y alterarme a partes iguales, ya que suenan como los de papá.

Me despierto bastante confundido. Estoy sudando. Tengo la horrible sensación de que algo va mal. Recuerdo el sueño, y sin pensarlo mucho giro la cabeza hacia la ventana. Me encamino algo desconcertado a cerrarla, buscando a papá con la mirada. Apenas me da tiempo a entrar en pánico al ver su cuerpo ensangrentado cuando siento un golpe en la parte trasera de mi cabeza.

Despierto de nuevo algo desorientado en un hospital, aunque no recuerdo vivir en un barrio con uno tan lúgubre. Trozos de pared sin pintura, algo verde que me gustaría pensar que no es moho, las ventanas hechas pedazos con los cristales esparcidos por el suelo, restos de lo que, al igual que con el moho, me gustaría pensar que no es sangre…

No puedo evitar pensar en papá. Debí hacerle caso.

Evitando tocar la sangre o el moho, me dirijo hacia la puerta y salgo al pasillo. Doy un par de vueltas por la que debe ser la primera planta para darme cuenta de que todo está vacío. Las luces amarillentas empiezan a parpadear más rápidamente. En cualquier momento se apagarán.

Abro las puertas de todas las habitaciones que veo. Estoy seguro de que este sitio lleva años sin limpiarse. Sigo andando, y casi sin darme cuenta estoy frente a unas escaleras. Dudo por un momento, pero decidido, subo a la planta de arriba. Otra vez la curiosidad me gana.

No hay absolutamente nadie. Siento un ligero olor algo desagradable, pero sigo avanzando.

Cuanto más me acerco al final del pasillo, más se hace presente el olor que ahora identifico como putrefacción. Es un error abrir la puerta de la que proviene. Muchos cuerpos acumulados en descomposición, con restos de mordeduras de lo que parece ser canibalismo. Distingo el de papá. Cierro la puerta lo más rápido que puedo y echo a correr mientras lágrimas de pánico, tristeza e impotencia surcan mis mejillas. Todo esto es mi culpa.

No encuentro las escaleras, no hay manera. No puedo haberme perdido si solo he caminado en línea recta. Aun así, me da la sensación de estar pasando siempre por el mismo sitio una y otra vez.

Llevo unas dos horas o más caminando, el cansancio me vence, y antes de darme cuenta me he dormido. Me despiertan unas campanadas. No me alegro en absoluto, ya que siento el ambiente más pesado. Escucho unos pasos.

Me levanto del suelo, y sin mirar atrás vuelvo a correr. Alguien me sigue, le escucho correr detrás de mí, riendo como si todo esto fuera divertido.

Sigo sin encontrar las escaleras, y cada vez está más cerca.

Me despierto de nuevo en la sucia habitación. Tocan la puerta. Una, dos, tres veces. Se hace el silencio. Vuelven a tocar. Esto se sigue repitiendo hasta que me levanto de la cama.

Sólo puedo abrir, así que me acerco muy lentamente y sin hacer ruido. Espero lo peor, pero resulta ser un chico que debe tener más o menos mi edad, parado frente a la puerta. Me mira divertido, como si algo le hiciese mucha gracia, y eso me molesta.

— ¿Qué se supone que es tan gracioso? — Le pregunto irritado.

Lo veo titubear unos segundos, antes de responder, con una gran sonrisa.

— ¿Tú tampoco has cerrado la ventana?

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