Señor, ¿es cierto que la  que se despide rotunda siempre es la muerte …?,

¿y que lo hace con ese ritmo aleatorio que no entendemos?

¿Todavía guarda el hambre y el frío, de nuestras calumnias?

¿Y a las de ella quién responde?

No es mi suspiro de media palabra la que corta el aire,

si se fija bien, son flechas frías y cuchillos negros que buscan algún resquicio débil de mi cuello.

Me asusta ver como puedes separar las flores de las ramas,

desnudar el gajo  y dejarlo a la intemperie.

Se acerca el cuervo a mirarme más de cerca,

grazna una canción oscura,

¡no tienes alas de cuervo negro,

no tienes alas que suban al cielo! 

Cae mi tristeza al fondo

entre  un montón de hojas roídas.

El viento y la arena del día las revuelven hasta confundirme, 

¿y sabes quién soy yo en ese amasijo?

Una piedra rompe la sábana del agua, de cualquier insignificante charco,

entonces es que puedo ver

cuántas ondas guardadas existen,

 en un pastoso corazón hecho de fango.

Gracias por la queja quebrada, del principio de estos versos,

por la flor marchita, y su historia de mutilación desesperada,

y su bello secar en un vaso olvidado,

mirando hacia abajo,

la víspera de morir.  

 
 

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