Metes la mano con los dedos extendidos, curiosos, ansiosos, por la puerta abierta de la casa de muñecas, recién construida.

Entra de forma holgada por donde debe de acceder el visitante de la casa. Son los dedos los que toquetean los muebles pequeños de la primera planta. Los ojos a través de las ventanas sin cortinas, los que convierten al tacto de las yemas, la piel del objeto lejano, rugosa o lisa, en una mesa azul pequeña o en tres sillas verdes o en un armario castaño. Ojos, dedos y el olor de la madera pintada nos van hablando de la vivienda vacía en este momento a punto de habitarse. El comienzo del cuento, el amanecer sin costuras, el día de nuevo sin fisuras ni copias. 

Encima de la mesa, al lado de la vivienda, hay varios personajes: un hombre, una mujer, una niña, un perro, un gato, un pájaro, una pareja de ancianos, un profesor, un ciclista, un cartero, una gimnasta, un policía. Algunos charlan entre ellos, otros callan como los ancianos. Mientras el perro juega con el gato, el pájaro va de un lado a otro de la mesa, se posa en el tejado sin atreverse a entrar por la ventana.

Sale la mano de la casa y se dirige diligente a los personajes. Al verla llegar, se paran las voces, los gestos, los pasos, el vuelo del pájaro. Todos desean entrar en la casa nueva. Sentarse en esas sillas, mirar desde dentro afuera,  dejar las huellas en el suelo, su voz, su rastro, su historia. 

Los dedos preguntan a los personajes quienes empezarán a contar  el pequeño relato.  Todos levantan nerviosos  las manos. El gato maúlla lastimosamente, el perro aúlla firme mirando la casa, el pájaro canta orgulloso  encima del tejado. La mano se deja caer en la mesa extendida, temblorosa, insegura, pensativa. Sus dedos se mueven ejecutando  una melodía invisible, un rezo a las hojas blancas,  una plegaría a la casa deshabitada. En ese momento algunas de las figuras allí, empiezan a bailar al compás de los dedos. Solo lo hacen dos o tres como mucho. No se necesitan más.  Por fin  los dedos levantan sus caras  y  miran a los bailarines.  Empieza ahora el cuento… 

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