El borneo
Estaba frente a Patricia y al verla tan seria y meditabunda decidí concentrarme en sus gestos para saber cuándo abrir la boca, pues hacía poco, le había dado una depresión fortísima y estaba muy sensible. De pronto, hubo algo que me impresionó mucho. Era su aspecto aviar. Sí, era como una paloma de verdad. Sin esperar a que saliera de sus meditaciones le pregunté si alguna vez había comparado la cara de la gente con algunos animales. Muy enfadada me dijo que eso era una tontería, pero su frente bombacha, sus pequeñísimos ojos y su boca pegadísima a su afilada y larga nariz, con el tabique muy protuberante, me decían lo contrario. Estuve a punto de decirle que su rostro era el de un pichón y entendí el porqué de haberla llamado siempre, pichoncito; sin embargo, recapacité y busqué a alguien que tuviera rasgos interesantes. Frente a nosotros había un hombre con una cara muy ancha y plana, con los ojos muy separados y pequeños, con un morro cilíndrico y una boca de labios muy finos que parecían sonreír.

Mira con atención a ese hombre—le dije susurrando— y dime si te recuerda a algún animal. Paty lo miró con atención y después dijo que tenía cara de koala. ¿Lo ves? —le espeté—. Oye, ¿y aquella señora de pelo castaño ondulado?
Parece —exclamó sorprendida—, parece un cocker inglés. De acuerdo—le dije aplaudiendo despacio—, a mí también me lo parece. Oye, ¿y si la gente que tiene semejanza con algún animal, también debe tener sus costumbres? ¿Podría ser que esa señora fuera muy activa, juguetona y traviesa, igual que esos perritos incansables? ¿Qué piensas?
—La verdad, creo que estás mal de la cabeza y que es una idea muy estúpida.
—Pues, sí, estoy de acuerdo en que es una idea descabellada, pero ¿y si fuera verdad? ¿Te imaginas lo que pasaría con la psicología, por ejemplo?
—Mira, Arturo, ya te dije que estás loco. Lo que dices no puede ser. ¿Cómo puedes pensar en tales sandeces?

Para no entrar en una fuerte discusión, le propuse que nos fuéramos a pasear un rato por un parque que estaba cerca y así podríamos olvidar mis idioteces. Lo malo es que cerca había un zoológico y en lugar de comunicarme con ella, me la pasé observando a los animales para recordar mejor sus facciones y poder compararlos con la gente. Dos horas más tarde me despedí de Paty y me dijo que iba a estar muy ocupada en las siguientes semanas, así que sería mejor que no la molestara. Aún no sabía que sus palabras significaban que nuestras relaciones eran inútiles y que las daba por terminadas. Le di un beso y quedé de llamarle después. No volví a encontrarme con ella y sólo pude pedirle explicaciones por teléfono, hasta que se cansó y me mandó a freír espárragos. No lo lamenté mucho porque estaba muy ocupado tratando de crear mi teoría sobre la conducta animal de las personas.

Ya había leído un libro de Desmond Morris sobre el hombre representado como mono y otro sobre el zoo humano, así que traté de usar su método para explicar la conducta de mi vecina que era muy astuta y se las ingeniaba para pedirle a medio mundo dinero, sin devolverlo jamás. Engatusaba a las personas con gran facilidad y aprovechaba sus encantos para obnubilar a todos los varones del barrio. Tenía una nariz alargada y fina, un pelo de tono rojizo, la boca muy sensual y los ojos verdes muy penetrantes que, junto con su aguda voz, distraían a cualquiera sin dejarle pensar. Por lo regular, se arreglaba muy bien y salía por las tardes. Cuando alguien se detenía frente a ella, sacaba en pocos minutos el dinero, pues ella tenía un olfato muy desarrollado para encontrar billetes y siempre pedía más de lo que se le podía ofrecer. Comía cualquier cosa y nunca se quejaba de dolores del estómago y siempre caminaba pavoneándose. Consulté algunos libros sobre los zorros y descubrí que la señora Leonor no podía ser más que una vil zorra. Continué observando y registrando la información de la conducta de los vecinos en unos cuadernos, luego clasifiqué por especies a todas las personas que observaba. Llegué a tener una gran información sobre los hábitos salvajes de los hombres y si se me hubiera ocurrido crear algún tratado con mis hipótesis, seguro que habrían publicado mis estudios en alguna revista científica.

Decidí observarme a mí mismo para determinar exactamente qué tipo de animal era el que regía mi conducta. He de aclarar que tenía tanta experiencia que me era fácil separar las características de varios animales en el aspecto y carácter de una persona. Así que podía distinguir a una mujer con carácter mixto de paloma e iguana al mismo tiempo: boba y fría, a la vez. Empecé escribiendo mis cualidades que eran las de nadar bien, apreciar el sabor y el olor de los vegetales, la pasión incontenible por el queso y los cambios radicales de humor. Por lo regular, siempre estaba tranquilo e, incluso, podría ser muy apático, pero cuando perdía el control era como una rata enfurecida. No le podía dar una explicación a esas cualidades porque en mi familia, la mayoría parecía reptil o felino pequeño, pero mis napias no las tenían ni mis bisabuelos ni nadie que hubiera nacido antes que ellos. Busqué en todo nuestro árbol genealógico y no había un solo ratón, conejo o comadreja y ningún ser narigudo como el tapir, el elefante o el león marino. La solución, creí, era preguntárselo a mi madre, pero al escuchar mis argumentos, me dijo que estaba loco si pensaba que mi teoría tenía algo de lógico, después me pidió que no la molestara porque no tenía tiempo para tonterías. Eso eran para ella mis investigaciones, sólo tonterías, sin embargo, al ver a mis hermanos, a mi padre, primos y demás prole, noté que ellos tenían mucho en común y yo era la oveja negra. Sentí un poco de rencor por haber nacido en una familia que no me correspondía. Dejé la casa paterna con mucho pesar, pues sabía que no volvería a poner allí un pie de nuevo.

Pasó el tiempo y un día, por casualidad, vi una imagen de mi gemelo o algo que se parecía mucho a mí. Se trataba de un mono narigudo originario de Malasia, de la isla de Borneo, y estaba en peligro de extinción. El corazón me dio un vuelco y comencé a investigar todo lo relacionado con el primate. Supe que vivía en las islas malasias y que era amante de las plantas, que nadaba muy bien, que su piel del rostro era muy rosada, que su nariz se enrojecía e hinchaba cuando se enfadaba, que su morro era el atributo sexual de su especie, que su barriga es la cuarta parte de su cuerpo y que son lentos porque tienen los pies muy planos. En una palabra, todas mis cualidades. Intrigado por la duda me fui en busca de algún pueblo o tribu que pudiera tener las características del Nasalis Larvatus.

Compré mi pasaje a Malasia y me fui a la isla de Borneo, allí descubrí una pequeña población en la que vivían personas parecidas a mí. Se sorprendieron mucho al verme y de inmediato me integraron a su sociedad. Aprendí el idioma con mucha facilidad y fue la primera vez que me sentí a gusto conviviendo con alguien. Noté que las mujeres se sentían muy atraídas por mi aspecto, pues mi nariz era la más grande de todas. Pronto encontré a una mujer para casarme, les aclaro que las hembras no son tan narigudas como los machos ni entre los monos násicos ni entre esta gente isleña, con ella tuve tres hijos guapísimos. Me establecí de forma definitiva y formé mi familia, construí una casa y me dediqué a guiar turistas y visitantes por la zona. Mi vida era tranquila hasta que llegó un antropólogo a nuestro pueblo e hizo un documental para la televisión, de inmediato recibí las llamadas de mi familia y mi fotografía salió en una revista en la que había un largo artículo sobre mi adaptación a la selva malasia. Decía que era el único europeo que había podido integrarse a un contingente tan cerrado y que había podido reproducirme bajo sus condiciones culturales. Hice un viaje para visitar a mi madre y cuando la vi de nuevo me asaltó otra vez la duda de mi origen, por eso insistí de nuevo en que me dijera quién era mi verdadero padre. Ella con mucha tranquilidad me llevó a una habitación y me dijo:

“Querido hijo, te voy a confesar la razón por la que tienes esa nariz tan enorme. Resulta que cuando estabas naciendo no querías salir y el doctor cogió unos fórceps y te empezó a jalar, sin embargo, no se dio cuenta de que te estaba tirando de la nariz y es por eso que naciste así”.

Pensé que mi madre se estaba burlando abiertamente de mí y estuve a punto de salirme enfadado, pero pensé que de no haber sido por esa feliz equivocación no estaría tan satisfecho, por lo que me abalancé sobre ella y me la comí a besos.

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