Te esperé

Te esperé

Aline soz

24/07/2022

TE ESPERÉ

por Susana Mayes

Fue una historia tan real que por nada quiero que se desvanezca.

No puedo evitar pararme en el escaparate de una librería y observar esa novela que tanto me costó narrar.

Vuelvo a vivir ese silencio del que todavía sigo gritando; te esperé es el título de una obra la cual al mirarla siento la misma nostalgia que sentí al escribirla.

Era mi segunda novela y tras el éxito de la primera, empecé con bloqueos mentales, ansiedad y frustración.

Demasiadas páginas sin voz tan similares a folios en blanco.

En el auténtico caos de mi mente y de la búsqueda de inspiración, encontré vida en mis palabras y en ella mi propia historia.

El principio de una vivencia siempre ocurre cuando no ésta prevista, es ahí donde se encuentra la magia de lo inesperado.

Fue amor o desamor, quien sabría diferenciar el corazón de la lógica o el límite de la razón; todavía no sé la respuesta de lo que ocurrió esa noche o, tan sólo, no quiero saberla. Viví ese momento único y así deseo recordarlo.

Ocurrió en el hotel Gran Vía de Madrid, suelo pasar ahí muchas noches cuando me siento llena de soledad, olvido la realidad y me lleno de ese lujo en el que puedes verte con un hermoso vestido de fiesta, dormir en la mejor suite o simplemente beber el mejor champán admirando las vistas de Madrid.

Aquella noche, estrené un largo vestido rojo, su espalda al descubierto lo hacía elegante y sensual, dejé mi melena suelta y dediqué unos minutos a observarme. Mis ojos siempre ven más allá del espejo y el resultado un exterior perfecto con un interior vacío.

Al bajar cenar cogí uno de esos preciosos ascensores en el que su cristalera te permite ver todo hotel, incluso alguna de esas miradas indiscretas de los que ocupan otros ascensores. Entré al salón por todo lo alto como la escritora de éxito que era, sonriendo y saludando a supuestos conocidos; todos preguntaban por la nueva novela, deseaba decir la verdad, pero solo podía contestar que prometedora. Nadie sabía que no había novela, por lo menos luciría mi vestido.

La cena fue cara y aburrida, solo pensaba en que mi mejor opción era la suite y el champán. El gerente del hotel se percató de mi estado de decepción; se acercó y amablemente me invitó a pasar a otro salón, en el que un pianista de gran prestigio ofrecía un concierto; sin muchas opciones acepté. Al entrar en el salón me quedé asombrada, todos los asientos estaban ocupados, por suerte quedaba un asiento en primera fila.

El pianista era muy joven, pero era asombroso, su melodía te hacía viajar, encontrarte en cualquier país, época, un paisaje por Versalles acabando por cualquier novela de Jane Austin, te transmite la felicidad envuelta en recuerdos, su melodía te regala lo que hay dentro de él. No podía dejar de mirarle, como deslizaba sus dedos por el piano…. No dudé en que ese joven era arte, una poesía que me dejaba sin aire.

Fue tan solo un instante, unos segundos en el que pianista fijó sus ojos en los míos, ocurrió una conexión, no solo nos vimos los rostros, fue una fuerza en la que sentí su alma.

Al acabar el concierto todos aplaudieron y se marcharon, solo quedaba yo. Me levanté para irme y escuché su voz.

– tocaré una última pieza para la dama de rojo.

Al acabarla caminó hasta mí, me cogió la mano y suavemente la beso. – ¿Bailamos? -me dijo-

– ¿Perdón?-pregunté yo-

– Que si bailas conmigo.

No me dio tiempo a contestar, me cogió la mano y me llevó al centro del salón. Yo me dejé llevar por aquel desconocido; bailar con él me hacia sentir más viva que nunca. Bebimos tanto champán que me olvidé incluso del personal del hotel que seguía en aquel salón. Fue entonces cuando me cogió en brazos y subimos por el ascensor, pude ver como los empleados se reían y hablaban entre ellos. Al llegar a la suite, me tumbó en la cama y se sentó a mi lado.

Me apartó un mechón de pelo de la cara y me acarició el rostro. Sus dedos suavemente pasaban por mi frente, por mis labios, se deslizaban por mis hombros, bajaban por mi cintura y volvían a subir por mis pechos, donde los rodeaba sin llegar a tocarlos. Sus manos en mi cuello, cada beso y cada caricia me hacían llegar al éxtasis y acabar sin respiración. Sus ojos y los míos hablaban tan fuerte que nos convertimos en la misma persona y en un mismo pensamiento.

No hice ni darme cuenta de cuando me había quitado el vestido, él era muy delicado y yo solo podía mirar su rostro que era tan hermoso. Hicimos el amor como dos enamorados y volvimos hacerlo como dos amantes; yo era una mujer dispuesta a todo, así que omitiré los detalles y solo diré que no había nada prohibido ni rincones en esa suite por descubrir. Vimos el amanecer en la terraza, me dormí en sus brazos, sentí como llevó a la cama y escuché cuando me susurró al oído:

– Mañana me casaré con esta hermosa dama de rojo.

Yo estaba tan enamorada, sentía tal amor que nunca me dormí tan feliz.

Al despertarme, me encontré una rosa en su almohada, me levanté de la cama sonriendo como una adolescente. Al coger la rosa olía tan bien, que tardé en percatarme de que el pianista no estaba en la suite. Busqué una nota, pero no había nada, era como si nunca hubiera estado. Tuve una horrible sensación, me puse el vestido rojo y una bata y bajé corriendo a recepción.

– ¿Donde está? – Le pregunté al recepcionista-

– ¿Donde está quién? -Me respondía con asombro-

– ¿Donde está el pianista? Le grité.

– El señorito Pierre se marchó esta mañana.

– ¿Como? Estará en su suite o habrá dejado una nota, un mensaje, algo.

– Señorita Mayes, el señorito Pierre no llegó a coger la llave de su suite, siendo discreto, sabemos que durmió en otra y está mañana se marchó, no ha dejado ninguna nota ni ningún mensaje.

– No hay nada.

Camine hacia la salida del hotel y de fondo oí al recepcionista.

– ¿Puedo ayudarla señorita Mayes? – me escuchaba-

No hice ni contestar, todo el hotel me miraba. Salí por la puerta tal y como estaba: el vestido rojo, tacones, una bata y despeinada, totalmente aturdida. No sabía que había pasado ni a donde ir.

El ruido de los coches me llenaba mas de rabia, Madrid en esos momentos era el infierno. Intenté coger un taxi, era imposible, habían cortado la calle por un accidente; no sé si fue el calor o el ruido de las ambulancias que pasaban por mi lado, pero diré que me llegó ese momento en el que pierdes la cabeza. Tiré la bata, me quité los zapatos y mientras caminaba me eché a llorar.

Lloré como nunca lo había hecho y no llevaba la cuenta de las horas que llevaba andando, me paré y le pedí a un desconocido su móvil para llamar a Laura, mi editora.

– ¡Dios mío, pero que te a pasado! gritaba Laura-

– Pues que me han roto el corazón. -Le contesté-

Laura empezó a reírse dentro de mi desgracia y me contestó: – Susana Mayes, tú no tienes corazón.

– Pues lo tuve.

– Susana me preocupas, no te reconozco. ¿Por qué estás así? ¿Quién te ha roto el corazón?

– Un tal Pierre, quizás sea francés. Es pianista, no sé más, así que no preguntes y llévame a casa.

Laura me llevó a casa y estuvo conmigo hasta que me acosté.

Me dio un abrazo y se marchó.

Al día siguiente, me desperté triste y enfadada, pero también estaba inspirada. Llamé al hotel y reservé mi suite por tiempo indefinido.

Me puse a escribir y las palabras salían solas, tenía tanto que contar…seguía de mal humor y me imaginaba a los empleados de mi casa deseando que llegase el sábado para que me fuera al hotel Gran Vía.

Estuve un año acudiendo los fines de semana al hotel Gran Vía, siempre con la misma esperanza, la de volver a ver al pianista. Cada noche estrenaba un traje rojo, cenaba en el salón y me subía a la suite. Bebía champán, escribía y a veces veía el amanecer, siempre me acordaba de él.

Seguí escribiendo y sin darme cuenta ya había terminado la novela; mi mal humor fue desapareciendo, así que decidí entregar las llaves de la suite.

Dediqué un tiempo a promocionar mi novela la cual titulé “ Te esperé “

Una tarde, pasé por el hotel Gran Vía a entregar una copia de la novela al gerente del hotel. Subí por uno de esos hermosos ascensores. Al verme el gerente me recibió con un fuerte abrazo. Agradecido, me invitó a quedarme a cenar, pero le dije que tenía muchos compromisos.

Al entrar al ascensor para irme, pude contemplar todo aquello que durante un año había pasado por alto. Fue en esa despedida mientras miraba hacia abajo cuando le vi, era mi pianista cogiendo otro ascensor para subir al mismo sitio del que yo bajaba. Su mirada era tan triste que cuando nuestros ascensores se cruzaron, ambos pusimos la mano sobre el cristal. Le vi llegar arriba secándose las lágrimas, se quedó parado fijando sus ojos a los míos.

Volví a leer en sus ojos y pude comprender lo real que fue su amor. Estuve a punto de ir tras él, pero me di la vuelta y me marché; quizás no quería saber por qué se fue y así recordare como aquel pianista que me enamoró con tan solo una mirada y que tanto tiempo esperé.

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