Cuando era niño mi carta a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente terminaba siempre con la misma frase: “y un traje de Rin Tin Tin”. Los lectores más jóvenes, o incluso los de mediana edad, difícilmente podrán entender esta petición, pero en los años 60 una serie de televisión, americana naturalmente, se quedó prendida en mi retina: “Las aventuras de Rin Tin Tin”. Si quieres conseguir más datos o incluso ver algunas imágenes, sólo tienes que buscar en Internet introduciendo estas tres palabras “Rin Tin Tin”, pero yo prefiero cerrar los ojos y evocar mis recuerdos para revivir con una sonrisa en los labios y una pizca de nostalgia en mi interior las sensaciones que quedaron grabadas en mi memoria. Sin embargo, antes de que sigas leyendo tengo que advertirte; si por casualidad eres una persona mayor y ya no crees en los Reyes Magos, lo mejor que puedes hacer es dejar esta lectura inmediatamente; si en cambio todavía mantienes la ilusión y algo del niño que todos llevamos dentro permanece dentro de ti, seguro que tendrás interés en conocer cómo continua esta historia. ¡Adelante entonces!
Mis recuerdos me dicen que la serie estaba ambientada en un regimiento de caballería de los Estados Unidos destinado en un inconfundible fuerte en la frontera del “lejano oeste americano”, cuyos soldados habían apadrinado a un niño huérfano que, a pesar de levantar apenas un palmo del suelo, lucía con orgullo el uniforme azul, las botas lucidas, el sombrero ligeramente aplastado y el pañuelo amarillo al cuello. El cabo Rusty, que así se llamaba el niño, tenía como amigo inseparable a un pastor alemán de noble estampa y gran inteligencia llamado Rin Tin Tin. No es difícil suponer que todos los capítulos de esta serie giraban en torno a los peligros infinitos que corría el cabo Rusty, sólo o en compañía de alguna patrulla de soldados del fuerte, y con la inevitable participación de los indios correspondientes (actualmente denominados indígenas americanos), de los que siempre salía bien parado gracias a la oportuna y valerosa actuación de Rin Tin Tin.
Tras varios intentos infructuosos los Reyes Magos pensaron que podían cumplir mi petición dejándome como regalo un traje del cabo Rusty, pistolas incluidas; sin embargo, recibí el regalo con decepción. Tal vez tú, avispado lector, ya te habrás dado cuenta de las razones de tal desencanto, pero a mí me costó muchos años ser consciente de ello.
La unión entre Rin Tin Tin y el pequeño cabo creó en mi cabeza y en mi corazón una imagen imborrable de amistad entre niño y animal que aún permanece nítida a pesar de los muchos años transcurridos y que decidió, sin yo saberlo, mi futuro profesional.
Tener como amigo un pastor alemán se convirtió en un secreto que se hacía realidad cuando vencía la noche. Yo no quería un perro; para mí sólo existía el pastor alemán, compañero infatigable de aventuras, protector perpetuo, amigo fiel.
Durante el día, mi corazón se aceleraba cuando un pastor alemán aparecía al fondo de una calle cualquiera, o se cruzaba conmigo en el campo, o se asomaba en una foto de una revista. Por la noche, mi pastor alemán volvía alegre y fiel a formar parte de mi familia, de mis amigos, de mi vida soñada, de mi felicidad.
No creas lector que mi infancia fue triste por esta ausencia. Todo lo contrario; mis recuerdos infantiles son todos alegres, fruto de una familia numerosa en la que padres, abuelos y hermanos convivíamos en armonía, y en la que varios periquitos de diversos colores irrumpieron con sus chillidos durante muchos años, pero siempre quedó un lugar reservado para mi pastor alemán.
Tuvieron que pasar casi veinte años para que aquel sueño infantil se hiciera realidad. Bien es cierto que fue un regalo fugaz pero un cachorro de pastor alemán llegó por fin a nuestra casa haciendo realidad la petición anhelada de mi niñez. Lo que no podíamos saber es que cuando la puerta de la calle se abrió para recibirlo, una de mis hermanas cerró la de su cuarto completamente aterrorizada y no logramos conseguir que la abriera para acercarse al pequeño tesoro; algo en su interior que no podía controlar la dejaba indefensa ante mi preciado sueño y no hubo nada que pudiéramos hacer para conseguir vencer su pavor irracional y mantener la convivencia familiar. Todos lloramos amargamente pero estuvimos de acuerdo y trascurrido el fin de semana tuve que devolverlo a su lugar de origen.
El destino quiso así que sueño y realidad fueran incompatibles, pero mereció la pena estar juntos, ver sus ojos brillantes, llenos de vida, y su cabeza inclinada hacia un lado con las orejas apuntando al cielo reclamando mi atención, recibir sus lametazos juguetones, agarrar sus fuertes patas, abrazar su peludo cuerpo y llamarlo por un nombre que ya no recuerdo.
La vida continúa, los días nos ofrecen nuevas emociones, pero todavía, algunas noches, mi pastor alemán vuelve a hacerme una visita. Entonces corremos, jugamos y volvemos a ser niño y animal, amigos del alma, inseparables, eternos. Tal vez el destino nos vuelva a juntar algún día; quizá cuando de nuevo sea capaz de terminar mi carta a los Reyes Magos repitiendo: “Y un traje de Rin Tin Tin”.
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