Blaze! Capítulo 24

Capítulo 24 – Masacre.

Blaze, tengo hambre… –rezongó el malnutrido Albert, sintiendo como se le agotaban las fuerzas por caminar sin desayunar.

Come tierra entonces, te advertí que esto podría pasar, si no te gusta… –advirtió la maga, mostrando que la falta de alimento también le estaba afectando.

Perdón –respondió Albert, asiendo por reflejo la katana desde su mango, como si fuera a desenvainarla.

¿Y qué se supone que fue eso? –preguntó Blaze ante el reflejo de su escudero y pupilo.

¡Perdón! –gritó Albert, bajando la cabeza como un perro arrepentido de gruñir a su dueño.

Los muchachos caminaron lentamente por los rurales senderos de la ciudad de Ílio, arrancando algunos pequeños frutos encontrados en las laderas del camino, huyendo para no ser descubiertos por los propietarios de las tierras, comiendo rápidamente el botín. Luego de unas horas de andar, dieron con un pequeño predio, lugar en que un viejo campesino recogía unos mustios vegetales, echándolos en una canasta que colgaba de su antebrazo.

¡Señor! –gritó Blaze a modo de saludo–. ¿Puedo hacerle una consulta?

Por supuesto, señorita, mientras pueda serle de ayuda –respondió el viejo, enderezándose, sobándose la espalda en la parte baja.

Gracias. ¿Ha escuchado alguna historia local sobre una piedra mágica encontrada en esta zona rural? –preguntó Blaze, sin tapujos, acercándose al hombre.

Claro que sí, fue acá. Bueno, no exactamente acá, pero si en aquel terreno, actualmente baldío –respondió el hombre, señalando el campo vacío cercano al suyo.

¡En serio! –exclamó la muchacha, alegre por haber dado finalmente con el lugar, mientras Albert oteaba el terreno unos pasos más atrás.

Pero si fuera uno de ustedes, no intentaría meterme allá, esa tierra está maldita, nadie se atreve a aproximarse –comentó su parecer el anciano–. La historia de la piedra mágica me la contó mi abuelo y también lo que les pasó con los residentes de la casa.

Buenas tardes –saludó Albert, uniéndose a la conversación–, ¿qué pasó con los residentes?

Murieron –dijo escuetamente el hombre–. Se dice que un mago extranjero les robó la piedra mágica y dejó una maldición en la tierra, ya nada crece allá, ni los animales más tontos se atreven a poner un pie dentro de ese campo, es muerte segura.

¿Blaze? No soy capaz de sentir nada, ¿tú…? –preguntó Albert al no sentir energía mágica aparente en el lugar.

Sí, te entiendo, iré a ver, no te aproximes –ordenó la maga, dejando al escudero en compañía del viejo.

Mientras Albert comenzaba a conversar con el anciano, Blaze se dirigió cautelosamente al terreno aledaño, deteniéndose en frente de una valla de madera puesta para separar los predios. Desde dentro de su ropaje sacó una de las botellitas de vidrio en las que acostumbra a guardar hierbas, vaciando su contenido al piso, recogiendo cuidadosamente una muestra de la tierra, evitando tocarla directamente.

Veamos –dijo Blaze, depositando el recipiente sobre una de las tablas de la valla, observándola de cerca, pero no tanto como para llegar a olerla–. ¡Poison Purge!

El interior del recipiente cristalino fue ametrallado por pequeños y rojizos cristales, que salieron de dentro de la muestra de terreno, incrustándose en las paredes del vidrio. Blaze tomó la botellita, volteándola para botar la tierra al piso, mirando los cristales bermellones.

¡El terreno está envenenado! –gritó Blaze a los hombres detrás de ella–. No se atrevan a venir.

Blaze volvió al lado de su escudero, mostrándole el recipiente envenenado como si se tratara de un novedoso juguete. El anciano volvió a su vivienda, caminando lentamente con los vegetales recolectados dentro de su canasta.

Mira, es un mineral venenoso, se llama cinabrio –indicó Blaze, moviendo el envase frente al rostro de Albert, quien se echó para atrás asustado.

¿Cómo entraremos al terreno entonces? –preguntó el oráculo sin dejar de mirar la botellita.

No lo haremos, no es necesario –respondió con liviandad Blaze, instalando la duda en la mente del escudero.

¿Pero…? –preguntó Albert sin entender nada.

Sígueme y te mostraré –invitó la maga, caminando de vuelta al sitio del que extrajo la tierra envenenada–. Fuera quien fuere el mago que hizo esto, era un charlatán incapaz de maldecir una porción de tierra, es una táctica de las más bajas el utilizar estos venenos de efecto lento.

¿Eso crees? Habría hecho algo parecido, es como dar la impresión de que tu poder no se irá nunca, algo imperecedero –comentó Albert.

Eso es así para los ignorantes, pero para un mago con un poco de experiencia es casi una burla –acotó la joven, desdeñosa del trabajo presenciado–. Detente.

Blaze se puso nuevamente frente a la valla, imponiendo sus manos sobre el terreno, recitando palabras incomprensibles para Albert, produciendo un leve movimiento en la tierra, desde donde comenzaron a removerse las piedras colmadas del poder mágico de la joven, aflorando desde el piso, quedando en la superficie.

Ahora te toca a ti, mira si hay alguna piedra que parezca carne y me avisas, ¡pero revisa concienzudamente! –ordenó la maga, sin dejar de imponer las manos.

Albert revisó visualmente todas y cada una de las rocas y piedritas afloradas, descartándolas una a una, comunicándole a Blaze sus negativos hallazgos. La maga movilizó todas las piedras revisadas con su energía mágica, arrojándolas lejos, procediendo a aflorar las rocas más enterradas en la tierra, dejándolas en la superficie para que su escudero las examinara. Después de revisar el terreno por horas, y de juntar una pequeña montaña de inútiles piedras al costado del terreno abandonado, se dieron por vencidos.

Qué pérdida de tiempo –resopló Blaze, con los brazos acalambrados y agotada mágicamente hablando.

Ni que lo digas –respondió Albert, con la vista cansada de tanto enfocar para descartar las rocas examinadas, comiendo un trozo de pan–. ¿Qué haremos ahora? El viaje que hicimos fue en vano…

¿Realmente creías que encontraríamos un trozo del corazón tan fácilmente? La información que nos trajo acá es de hace más de 100 años, alguien habría encontrado otro trozo en el mismo lugar si es que este hubiera existido –dijo la maga, hambrienta y sedienta, mirando el alimento en las manos al oráculo, dispuesta a quitárselo–. Por cierto, ¿de dónde sacaste eso?

¿Entonces cuál es el propósito de haber venido hasta acá? –preguntó Albert, escondiendo su hogaza de pan al notar la deseosa mirada de la maga–. El señor Edward me lo dio, nos invitó a pasar la noche acá si lo deseamos. También tiene un poco para ti.

La razón es obvia, corroborar la información escrita en el libro, recopilar nuevos datos y probar nuestra suerte –aclaró Blaze, desencajando a Albert–. No tuvimos suerte esta vez.

Era realmente necesario… –musitó Albert, sin que su señora lo notara, dándole la espalda a la joven.

¡Señor Edward! –exclamó la maga, introduciéndose en la casa del anciano como si lo conociese desde siempre, dejando sólo a Albert.

Los cansados muchachos aprovecharon la invitación del viejo, descansando en el piso de la vivienda, durmiéndose de inmediato después de finalizar una humilde e improvisada cena, agradeciendo la hospitalidad del señor Edward. Al otro día despertaron horas después de que el dueño de casa se levantara, encontrándolo en su campo, sacando las demás hortalizas que no alcanzó a sacar la jornada anterior.

¿Ves? Deberías aprender de él, con su edad y trabajando de ese modo, un ejemplo a seguir –comentó Blaze apoyada en la entrada de la vivienda, indicándole a su escudero que mirara al anciano.

Si, pobre señor Edward, viviendo solo y comiendo lo poco que puede plantar –comentó Albert, sintiendo compasión por la situación del viejo.

¡Señor Edward! –gritó Blaze, para llamar la atención del hombre–. El terreno envenenado… ¿tiene algún dueño o no?

No, todos murieron antes de que mi padre y yo naciéramos, mi abuelo nos lo dijo –respondió el hombre sin dejar de trabajar en la tierra.

Está decidido. Su terreno ha bajado su rendimiento por culpa del veneno del otro predio, señor Edward, y por esa razón haré esto –explicó Blaze, extendiendo su brazo derecho–. ¡Poison Purge!

Desde la tierra salieron disparados todos los rojizos cristales, elevándose en el aire, formando una esfera en constante movimiento y crecimiento, incrementando su tamaño hasta el de una manzana, momento en que dejo de agrandarse, flotando hasta la palma de la mano de Blaze, quien calentó fuertemente la pelota de cinabrio, recibiendo un metal liquido en el recipiente que utilizó el día anterior.

Esto lo guardaré, podremos venderlo bien en la ciudadela –comentó la maga, sonriendo al imaginar el dinero–. Señor Edward, el terreno es suyo ahora, ya no tiene veneno. Sus cosechas serán de mejor calidad desde ahora.

El viejo se emocionó al escuchar tales palabras, humedeciéndosele los ojos con alegría líquida. Albert también se emocionó, pero guardo la compostura para no ser molestado por su señora.

¿En serio? –consultó nervioso el señor Edward–, ¿está segura?

Lo estoy, si quiere puedo hacer que Albert coma un poco de tierra para que compruebe que es cierto –dijo Blaze mirando picaronamente a Albert, recordándole las palabras dichas poco antes de llegar a la casa del viejo, produciéndole un nudo en las tripas al oráculo.

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Los muchachos se alejaron de la zona rural, dirigiendo sus pasos a la salida de la fortificada ciudadela, la cual seguía bajo asedio extranjero.

Es hora de irnos de aquí, no pienso seguir luchando por una causa que no me compete, menos si no se me retribuye por ello –comentó Blaze, consumiendo una lechuga que el señor Edward le regaló antes de irse de su casa, en agradecimiento por eliminar el veneno de la tierra.

No entiendo como no te molesta haber venido en vano acá, justamente en tiempo de guerra –respondió Albert, desilusionado por el arduo trabajo realizado y por el nulo resultado de este, desempolvando una de las hojas de la lechuga que también recibió como presente del campesino.

¿Qué, ya te quieres alejar de mí? –preguntó la maga, mordiendo el vegetal, hablando con la boca llena.

No, no es eso, pero estar acá dentro buscando tan poderoso artefacto… –dijo el oráculo, comenzando a hablar bajo, tapándose la boca al hacerlo– …después de haber estado peleando contra los moradores del reino, me siento incomodo, observado. Suerte que escondiste nuestras armaduras. Por cierto, ¿qué hiciste con ellas? No te veo cansada por cargar más peso, ¿las dejaste fuera de la ciudad?

Pfff, ingenuo, nunca las dejamos de usar, es una ilusión –aclaró la hechicera, tocando el antebrazo de Albert, haciendo aparecer parcialmente el avambrazo de su armadura–. Lo que pasa es que te acostumbraste a usarla, por lo que no te molesta ni el peso ni el roce, la dejaste de ver y dejaste de sentirla.

Suéltame entonces, imagínate si nos ven así, nos pueden recordar –exigió el muchacho, musitando, sacudiendo su brazo para que su señora lo soltara–. Suerte que aquellos bárbaros con afanes de conquista fuera de esta hermosa ciudad no están acá…

La última frase dicha por el oráculo fue escuchada por un transeúnte, quien se acercó al muchacho, para comentar sus palabras.

Veo que disfruta de nuestra ciudad, viajero –saludó el hombre de mediana edad, cabello castaño oscuro, tez blanca y ojos marrones–, pero está mal informado, no vienen a conquistarnos.

Buenas tardes, mi nombre es Albert, ¿podría decirnos entonces cual es la razón de esta guerra? –conversó el joven, atajando a Blaze del brazo derecho, impidiéndole escabullirse como tenía planeado, deteniendo su caminar.

Claro que sí. Los muy tontos quieren atacarnos para que nuestro dios Sol baje a defendernos y así poder apresarlo para robar su poder divino… ¿se imaginan tamaña estupidez? –explicó el hombre, comenzando a reírse a carcajadas, golpeándose la rodilla derecha con la palma de su mano.

Blaze y Albert se sonrieron por la absurda razón del ataque de los Morones, mientras el hombre seguía riendo destartaladamente, doblando el abdomen por el esfuerzo, llamando a un compañero que se encontraba dentro de una tienda.

Claramente son unos estúpidos –comentó la maga, uniéndose a la conversación.

Sí, tienen que estar bromeando, ¿quién imaginaría que nuestro dios caería ante tal patraña? ¡Es el dios Sol! Él ve todo desde el firmamento, su eterna y brillante luz es capaz de desenmascarar cualquier mentira –replicó fanáticamente el hombre, repitiendo las señas a su camarada para que les hiciese compañía.

Albert y Blaze quedaron desencajados, entendiendo que el fanatismo religioso de los dos bandos los equiparaba en estupidez.

Ehhhh, bueno… Nosotros debemos irnos, tenemos un viaje muy largo por delante –dijo la maga, excusándose para lograr zafarse del tipo, momento justo en el que llegó el amigo de su interlocutor, quien la miró con ojos inmensos y temerosos.

El hombre que acababa de entrar en escena era el guerrero que dejó vivir y escapar el pasado día, siendo reconocida inmediatamente por él, viendo como su cuerpo se acomodaba lentamente para exclamar lo ocurrido en la batalla, mientras observaba como se deformaba la cara de Albert desde su estado normal hasta un rostro lleno de dudas. Blaze reaccionó emitiendo el resto de energía demoníaca que poseía en forma del hechizo Regeneration, gastando toda su reserva de forma imperceptible, a la vez que el hombre cambiaba su expresión, quedando taciturno.

¡John, ríete con nosotros! –exclamó el hombre, tomándolo de un hombro–. ¿John, estás bien?

Albert había sentido la emanación energética de su señora, mirándola de reojo, notando el alivio en su rostro. John no movía su cuerpo, pero sus labios comenzaron a articular rápidamente palabras extrañas que espantaron a su amigo, soltándole el hombro, huyendo despavorido del lugar.

¿Blaze, qué le hiciste? –consultó Albert, pensando que había hechizado a John.

¿Recuerdas al que escapó? Fue este –señaló la maga, dándose a entender–. Y no le hice nada, sólo acomodé un poco las cosas para no tener que hacer algo.

John salió del trance, tocando su cuerpo en búsqueda de algo, sacando desde su pantalón un pergamino. Albert sintió como una pequeña presencia demoníaca se asentaba frente a ellos.

La renovación anterior la pagaste con combate, sin firmar nuevamente –dijo el demonio a través de los labios de John.

Y te prometí que nos veríamos en un año, creo que me equivoqué –comentó Blaze, reconociendo a su demonio cobrador asignado.

El Durmiente y yo nos damos por satisfechos por eso, firma aquí, por favor –respondió el demonio, señalando con un dedo el lugar en que debía estampar su nombre, obviando las provocadoras palabras de la maga.

Blaze arrancó un cabello de la cabeza de Albert, erizándolo mágicamente para usarlo como aguja, hendiéndoselo en el índice de su mano derecha, ordenando al oráculo voltearse para poder escribir su nombre real en el documento, sellando nuevamente el pacto.

Ahora me retiraré –dijo el demonio, cerrando los ojos de John, guardando el documento entre sus ropas.

Gracias, nos salvaste esta vez, lagartija –respondió Blaze, haciendo que el demonio abriera los ojos del poseído, mirando a la maga con ojos fulgurantes–. Vamos, Albert, el chico quedará desorientado un par de horas y no recordará nada de lo que pasó este último rato.

¡Maldita, tú…! –exclamó el demonio cobrador, enojado por el desprecio de Blaze, haciéndole gestos obscenos con las manos, siendo observado por la maga y su escudero.

Repentinamente, el cuerpo de John comenzó a sacudirse, quedando en una posición extraña, con los dedos crispados y las piernas abiertas y dobladas hacia el interior. Sus ojos quedaron completamente blancos, mientras que de su boca salía una saliva oscura y espesa, expulsando olor a carne quemada desde los poros de su cuerpo. Varios caminantes se percataron de la situación y huyeron horrorizados del lugar, alertando a otros para que se alejaran también.

¡No, ten piedad, estaba por abandonar este…! –gritó el demonio, callándose totalmente, quedando el cuerpo de John de pie e inmóvil, con la espalda firmemente arqueada, con los brazos colgando flácidamente, moviéndose lentamente como dos péndulos coordinados.

Blaze observó toda la situación, expectante, tomando su espada por su mango, dispuesta a desenvainarla, anulando la ilusión que ocultaba sus armaduras. John se incorporó, enderezando su postura, carraspeando. Albert temblaba de miedo detrás de su señora, sintiendo el poder demoníaco proveniente del cuerpo que tenían en frente.

Hola, Albert, ¿me reconoces? –saludó el nuevo demonio presente en el cuerpo de John, con una sonrisa amplia, mostrando todos los dientes–. No te preocupes, esta vez no intentaré matarte. Blaze…

Albert palideció de miedo al recordar la sonrisa vista anteriormente en Abelard. Blaze estaba en posición de combate frente al poseído John, pero no blandiendo su espada, sino que ejecutando su hechizo Obsidian Lightning.

¿Qué hiciste con el demonio cobrador? –preguntó la maga, afianzando su posición, alerta a los movimientos del demonio.

¡Shhhh! Nada de preguntas, sólo obsérvame –dijo el demonio, elevándose por el aire, pasando sobre las cabezas de Blaze y Albert, atemorizando a otros transeúntes.

El demonio voló lentamente hacia el exterior de la ciudadela, aterrizando a medio camino de las tiendas de campaña de los Morones. Blaze y Albert corrieron deprisa detrás del poseído, llegando hasta las puertas de la fortaleza asediada, encontrándose con Ephraim padre.

No me quiero anunciar de ese modo, caminaré desde aquí para que se confíen –comentó el demonio, caminando hacia los puestos de los invasores extranjeros.

Ephraim subió a los jóvenes a su puesto de vigilancia, lugar desde el cual observaron en la lejanía al confiado demonio mientras se internaba en territorio enemigo.

¿Cómo los acabaré? –se preguntó el demonio, observando cómo se abalanzaban sobre él los primeros guerreros Morones–. Ya sé… ¡Gigantesque Pressure!

Los Morones comenzaron a caer al piso como si fueran azotados por gigantescas rocas, moliéndose sus huesos en miles de pedazos, rasgando sus músculos y pieles como si se tratase de finos y delgados trozos de papel, chorreando su sangre como una tumultuosa y descontrolada fuente. Los guerreros caían en determinadas y acotadas zonas, siendo destruidos de a poco mientras el demonio caminaba detrás de ellos, riéndose de la situación, caminando entre los cuerpos desechos, chapoteando en los charcos de sangre, pateando las armas y armaduras abolladas. La maga y su escudero miraban desconcertados, revolviéndosele el estómago al oráculo, debiendo urgentemente evacuar todo su contenido gástrico al ambiente. El demonio atacó seis veces a los guerreros Morones, destruyendo a más de la mitad de las tropas, dejando escapar a los demás, apoyando las manos en las rodillas de John en señal de cansancio, sudando y jadeando, mirando hacia el piso ensangrentado, orgulloso de su destructiva obra.

¡Blaze, ya sabes de lo que soy capaz, ahora te diré mi nombre! –gritó el demonio desde la zona devastada, incorporándose, abriendo y extendiendo sus brazos.

Blaze observaba estupefacta el espectáculo, sin saber qué hacer, cuando sintió un cosquilleo en su oreja izquierda. Albert estaba desvanecido en el piso, siendo atendido por Ephraim.

Mi nombre es Bhasenomot, ya sabes qué hacer con eso –habló el demonio desde la lejanía, directamente en el oído de la maga, revelando su identidad sólo a ella.

¿Quién es este demonio?, ¿qué querrá con Blaze?, ¿qué pasó con el demonio cobrador de El Durmiente? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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