​La prima Karen.

No conozco familia en la cual no existan secretos de naturaleza indeseada; Situaciones en las cuales el acto realizado causa la satisfacción de pronunciarse con el más obscuro morbo, pero al mismo tiempo, es disfrazado con el tenue y delicado vestido de una doble moral, similar a un par de piernas entre abiertas o una cucharada de miel que se saborea dulce y se finge cara de asco hacia los otros para ocultar el placer adquirido, el profundo deseo o la envidia. Es por esto, que he decidido contarle al lector, por increíble que parezca, la verdadera historia acontecida, dejando en sus manos el juicio o prejuicio según sea el caso, con el fin de redimir a Karen, derrumbar las ficciones creadas por la familia, que la inmortalidad acaricie nuestras pieles y de nuestros poros abiertos escape el aroma a otoño.

El auto corría a cien kilómetros por hora, la lluvia golpeaba el parabrisas mientras mi mente se encontraba semi presente a causa del dolor insoportable y me parecía cada vez más lejana la voz a mi lado que maldecía a los otros conductores y después se suavizaba para decirme que pronto llegaríamos y todo estaría bien. El auto frenó de golpe, Samuel me llevó arrastrando hasta la puerta y lo último que recuerdo es la camilla, un médico y el rostro de aquella criatura que al darse la vuelta me miró asombrada, se sentó a mi lado, y con una hermosa sonrisa… Un chasquido, un par de huesos acomodándose, mis ojos se cierran, son pesados, que buenos senos tiene...

El ruido de las visitas me obliga a despertar, vuelvo a encontrarme con aquella mujer. Abre las cortinas, la luz penetra en la habitación, ilumina su rostro y se acerca a mi cama para cambiar el suero.

-¿Pero qué carajos estás haciendo aquí? Mira que nunca te había visto gritar como princesita, lamento lo de ayer pero es parte de mi trabajo. –dijo Karen mientras cerraba la cortina de mi compañero de cuarto y se le escapaba esa risita burlona que la caracteriza. Me besó la frente, caminó lentamente hacia la salida y no pude evitar sonreír y pensar en lo bello que lucía el pantalón blanco que utilizaba en su bien formado culo; me recordó aquellos años en los que percibíamos que Karen sería una mujer de buenas formas o el verano en que teníamos diez años en el cual “accidentalmente” la encontré bañándose y terminamos enjabonándonos la una a la otra.

Los días en el hospital transcurrieron lentos y aburridos. El hastío se apoderaba de mi vida y los sedantes solían causarme alucinaciones breves que disfrutaba como niña extraviada en un parque de diversiones. La prima Karen solía asistir por la tardes a la habitación y rara vez teníamos conversación. En ocasiones, iniciábamos recordando algo de nuestra infancia pero éramos un par de extrañas, unidas por breves lapsos de vida y separadas por infinitos abismos; sin embargo, cuando la dosis de medicamento fue disminuyendo, me fui percatando de ciertas acciones que despertaron mi curiosidad sobre el hombre al otro lado de la cortina y Karen.

Una mañana, en la habitación se encontraban cinco hombres con uniformes militares. El más robusto de ellos conversaba con el médico, mientras la prima Karen preparaba unas jeringas que otro de los militares le proporcionaba. Gire la cabeza, por primera vez pude ver aquel desafortunado hombre vendado de pies a cabeza, donde sólo podían observarse sus dedos deformes de piel grisácea y su boca. Los militares al percatarse que estaba despierta me miraron dudosos.

-No hay de qué preocuparse General, la mujer se encuentra lo suficientemente confundida para no saber lo que pasa. Sus heridas sanaran pronto y no tardara en salir de aquí. No podíamos colocar asu compañero en una habitación aislada porque eso realmente lo volvería sospechoso. – dijo el médico.

En eso tiene usted razón, no me gustaría que se armara un escándalo y que corriera el pánico por las calles por una simple picadura de mosquito; sin embargo, desearía que sólo usted y la enfermera sigan colaborando con nosotros en este caso. Los permisos ya los tiene el director Gutiérrez y de igual forma, el protocolo de seguridad y la investigación hasta el momento realizada. – respondió el General mirándome fijamente, cerrando la cortina y haciendo gesto a sus subordinados para ser escoltado. Todos salieron de la habitación y Karen me guiño el ojo.

Después de la extraña conversación, cada noche giraban dentro de mi cabeza las palabras del General para intentar comprender lo que le sucedía al hombre y convencerme si mi existencia no peligraba.

Las visitas de mi prima Karen eran más frecuentes a lo largo del día y su comportamiento comenzó a excitarme y humedecerme. Empecé a notar que al entrar a la habitación se desabotonaba un poco más la blusa,utilizaba pantalones cada vez más entallados y delgados, solía agacharse frente a mí, de tal forma, que el resorte de su ropa interior era visible al igual que parte de sus nalgas y cuando me descubría mirándola, dejaba escapar de nuevo su risita; al siguiente turno me ignoraba y se dirigía al otro lado de la cortina.

Una ocasión no pude resistir la tentación e intente tocar con mis dedos su vagina mientras se agachaba, ella me miró furiosa y estrelló la palma de su mano en mi rostro. Esa misma noche sentí unos dedos introduciéndose en mi cuerpo y al abrir los ojos, me encontré con el rostro deseado de aquella criatura, mi prima, que me besó y puso su saliva en mis labios, su lengua y después sus senos. Un instante breve que se volvió una eternidad. A partir de tal acto, cada mañana Karen me suministraba medicamentos, alimentos y me masturbaba dulcemente. Irónicamente, no me permitía devolverle el favor.

Ella se volvió dinamita en mis ideas, una mecha encendida con un fuego que se abría paso rápidamente hacia la pólvora de mis emociones. Me provocaba enloquecer cuando por algún motivo la cambiaban de piso, no asistía al hospital o pasaba de largo a ese otro lado, a esa frontera invisible entre el desgraciado aquel y yo. ¿Por qué Karen tiene que entrar acompañada por esa otra mujer? ¿A caso desconocía que pronto sería dada de alta y nuestros encuentros terminarían a pesar de que existía el vínculo sanguíneo que aportaba un extra al “nosotras”? ¿O tal vez había encontrado alguna especie de placer obstinado, cimentado por la lastima hacia ese otro? ¡Maldita sea, descubriré por qué te comportas tan perra! ¡No puedo creer que este comparándome con un enfermo! ¡Eres ciega, eso pasa, eres ciega!

El insomnio amargo, consecuencia de las horas desgastadas por el infortunio de mis emociones apasionadas, parecía que cedería a una noche que se proclamaba tranquila y tersa, cuando de pronto escuché el murmullo sorprendido de una mujer y la voz singular de la prima Karen junto con la risita que por primera vez me pareció molesta. ¿Es ese el sonido de unos besos o un pantalón que cae al piso?

Vaya que eres hermosa Karen ¿Me dejas abrazarte por la espalda y acariciarte con mis manos?

No hagas ruido Susana, te va a escuchar Renata. Cállate y quítame la ropa despacito. Vas a ver que lo que voy a mostrarte va a sorprenderte.-Dijo Karen.

Un sentimiento de enojo mezclado con curiosidad me hizo levantarme de la cama. Caminé de puntillas para evitar hacer ruido, tiré de la cortina. Había ropa tirada en el piso y el cuerpo semidesnudo de Susana acariciaba a Karen mientras danzaban en un apasionado abrazo frente al hombre que les daba la certeza de no poder ser observadas. El intercambio de caricias continuó por varios minutos hasta que Karen abrió los ojos y se percató de mi presencia. Sus ojos sensuales se clavaron en los míos y en un gesto me pidió acercarme, me susurro al oído que despojara a Susana de todas sus prendas. Pronto fui participe del acto, intercambio de sudor, aromas, sabores, y pude sentir sus labios entre mis senos, mis labios en sus bocas, sus bocas en mis nalgas mordiendo mi sexo tiernamente, hasta que Karen mencionó mostrarnos el gran momento mientras abría sus mulos torneados y nos dejaba adorarla.

La prima Karen subió a la camilla donde se encontraba el desdichado, se inclinó hacia adelante, levanto su suculento culo y nos hizo lamer sus fluidos y su clítoris al compás de los gemidos. Cabalgaba como una diosa de la guerra. Nos obligó acercarnos a él y ayudar a sostenerla. La cara del hombre, completamente vendada, al sentirla cerca abrió sus gruesos labios dejando ver unos dientes puntiagudos, los cuales se llenaron de una saliva viscosa al sentir escurrir en ellos el lubricante proveniente del coño de Karen. La punta de una lengua bípeda se asomó y ella se bajo cediendo el turno a Susana.

Susana al principio parecía asustada; sin embargo, guiada por nuestras pasiones, fantasías y perversiones, se fue dejando llevar. Sus labios eran delgados y deliciosos, le gustó le introdujera mis delgados dedos hasta que escurrió sobre la boca del extraño. Ésta de nuevo se abrió, mostró los dientes, sacó su lengua bípeda, pero esta ocasión bebió de los fluidos de Susana y comenzó a deslizarse como una especie de serpiente o tentáculo, con unas papilas redondas y rasposas que segregaban la saliva viscosa y azulada sobre cada trozo de piel de ella, que parecía totalmente excitada y permitía que yo hiciera de mi prima lo que quisiera.

Por fin Karen era mía, me dejaba corresponderle, gozarla, desquitar cada instante anterior que había dejado escapar. Ella me montaba, me lamía, yo recordaba cada una de las comidas familiares en las que la había deseado. Era turno de someterla, quitarle el pedestal de diosa y hacerla humana mientras nuestros bellos se rozaban y nuestros labios vaginales se besaban. Karen sudaba, cantaba en cada gemido, era poesía…

Un gemido salió de la garganta de Susana, al voltear a verla, vimos la lengua penetrando en su orificio, moviéndose en círculos, entrando y saliendo,hasta que los dientes se aferraron al sexo de Susana y ella gritaba que por favor la ayudáramos. Quedamos inmovilizadas al ver la lengua abultando su estomago, luego su pecho y al final salir por la garganta llena de vísceras y sangre, salpicando nuestros cuerpos desnudos. Karen me tomo de la mano me llevo al otro lado de la habitación, nos colocamos unas batas y desaparecimos del hospital.

Hace unos meses, la familia creyó que la prima Karen había desaparecido y formaba parte de la lista de feminicidios de esta ciudad; algunos pronunciaron discursos de ella como una mujer joven de veinte años, hermosa, buena hija y trabajadora, otros, de que posiblemente aquello le sucedió por mustia y provocativa mientras su mirada revelaba que también la habían deseado.

La verdad es que la prima Karen y yo gozamos de una buena vida en la cual nos pertenecemos, nos disfrutamos y aprendemos del sexo con su nueva lengua bípeda.

La nueva humanidad será colocada en una picadura de mosquito.

Autor: R.Y. Ayala M.

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