Pero
algo va rompiendo el pecho,
algo
no calcinado, algo como arteria,
primordial
e itinerante. Las letras,
esas
absurdas máquinas, pliegan,
y
se quedan tarde, lentas; serán páramos,
o
desiertos, lo que, afuera, queda. ¡Nunca
en
lo eterno!
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