Ahí está la guerra,
escuchando el sonido que hacen el humo y la carne
cuando juntan sus quejas.
Los campos se han vuelto rojos,
frente a esta sangre, la otra.
Los gritos de ambos lados se juntan,
como si salieran de una misma garganta.
Las astillas pueden llegar al sol y cubrir su luz;
pero las lágrimas no,
las lágrimas de los que aún no han muerto,
no suben tan alto,
son vidrios limpios que dejan ver como huyen las aves,
y dejan atrás un cielo negro sobre los muertos abrazados,
llorándose sobre sí mismos.
Difícil es aborrecer un pedazo de escarcha, sobre el camino;
o a la lluvia ablandando las riveras;
pero para odiar,
para odiar, solo basta un poco de vergüenza,
esparcida y pisoteada sobre la mansa tierra.
Volverán las bombas a caer por la gravedad de Newton,
y la maldad de un solo hombre que no se arrepiente.
Lo expulsarán de lo humano los otros hombres,
con su guerra a cuesta partirá.
Deberían prohibir esa palabra y dejar sin nombre su cuerpo pesado, y sus alas de piedras.
Cuando se arrastre y marche al fin,
la única raza que puebla esta tierra,
quitará las incertidumbres,
y sobre la rabia, seca y parda, que dejó la ignominia y la maldad,
se reunirán las manos y en un solo ramo
estaremos juntos, frente a ella,
pero con eso no bastará.
la maldad de algunos es casi del tamaño del amor de todos.
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