¿En qué pensamos cuando pensamos en el futuro?

¿En qué pensamos cuando pensamos en el futuro?

Pensar en el futuro era uno de los tópicos más visitados entre mis amigas y yo, por allá en los años tiernos. Divagar entre ensoñaciones y buscar maneras de explorar ese campo era uno de los entretenimientos más disfrutados por un manojo de niñas que soñaban con un mundo ideal.

Ese mundo no pudo convivir mucho tiempo con lo que los adultos consideraban “la realidad” y nos fueron “invitando” sin darse cuenta, o tal vez pretendiendo protegernos de lo que ellos ya habían vivido, a dejar ese mundo atrás.

Con el pasar de los años, empecé a notar los efectos. Y al mirar alrededor pude encontrar que, si bien todos fuimos sometidos a algún tipo de adoctrinamiento, algunos decidieron enarbolarlo orgullosamente, y hasta hoy disfrutan de ello, aunque un bajo porcentaje, me arriesgo a decir. Otros, en cambio, se ven como prisioneros de ese paradigma, y se puede contar en sus rostros cuántas angustias les causa. Pero en cambio, hay algunas personas que pudieron mantener la chispa del sueño en un rinconcito del pequeño ser que habita, indefectiblemente, más o menos asustado, más o menos herido, en lo profundo de cada uno. Me reconozco entre ellos.

Comencé a sentir curiosidad por eso que se asoma de tanto en tanto en los momentos de vuelo mental. Y pude descubrirme mirando a mi ser adulto desde el lugar de la niña que fui. En algún punto veo, cada tanto, la presencia de ese sueño, agarrado con uñas y dientes entre las expresiones duras que como adulta fui construyendo. Porque había que tomarse la vida “muy en serio”, ser precavido y pensar en el “futuro” de una manera generadora de “seguridades”. Seguridad de tener un trabajo “digno”, un sueldo apenas suficiente, la salud prepaga, la vida asegurada en un papel y el envejecimiento miserablemente rentado para tener bien contenidos a los desechos sociales.

Qué lejos parece todo esto de las imágenes mentales que recuerdo de la infancia sobre el destino y el mundo futuro ideal.

El futuro y el destino… palabras tan llenas de emociones particulares para cada uno.

No hace mucho escuché algo que tal vez nunca me había puesto a pensar. El orden de los tiempos. Sería algo así. Primero existe el futuro, luego el presente y por último el pasado.

Primero pensamos algo, luego lo hacemos experiencia, en el presente, y esta se transforma en recuerdo, pasado. Pero, de alguna manera, todas colapsan en el presente. Lo que pienso para el futuro, lo pienso en el presente, y lo que recuerdo como pasado, también.

Entonces, me pregunto dónde queda ese “destino”. Si bien la misma palabra suele llevarnos a una especie de determinismo cósmico, casi caprichoso, al que no se le puede modificar ni un punto ni una coma, es producto del futuro pensado en el presente y de las acciones producto de esos pensamientos, también en el presente.

Pero en el pasado puede haber una enorme clave. En el recuerdo. Porque mucho de lo que proyectamos para el futuro (por no decir todo) es consecuencia, o tiene connotaciones, de aquellas experiencias propias o transmitidas. Por lo que tiende a volverse una especie de argumento circular, donde proyecto el futuro en función del pasado. Lo cual me lleva a concluir que las experiencias presentes son, de alguna manera, siempre conocidas. La calificación o valoración de las mismas queda a nuestro cargo.

Y ¿cuando somos niños? ¿Qué pasaba con esos pensamientos de futuro al inicio de nuestra vida consciente? No había tanto recuerdo, tanta experiencia. Entonces el lienzo estaba en blanco y podíamos imaginar lo que sea, ¿verdad?

En ese momento la rueda estaba empezando a girar.

Entonces, ¿qué alimentaba esa imaginación? Creo que cuando somos tiernos cerebros, sin las rigideces mentales que nos va agregando la experiencia, tenemos una fuente inagotable de creatividad que nos permite ir siempre más allá del mundo conocido. El mundo de las infinitas posibilidades. Me recuerda a la Paradoja de Schrödinger y su gato en la caja. Podría estar vivo, podría estar muerto. No lo sabemos hasta que abrimos la tapa. ¿Cuánto influimos nosotros en el resultado? La ciencia lo llama “entrelazamiento cuántico”.

Me pregunto hasta dónde llega ese entrelazamiento. Pues muchos dicen que abarca más de un ciclo vital, tanto de manera longitudinal, en el tiempo, como transversal, abarcando a todo el Universo.

Cuando nacemos, un torrente de sustancias químicas nos atraviesa. Se especula que entre ellas está el DMT (dimetiltriptamina) otorgando una experiencia muy similar a la muerte, y a estados alterados de conciencia durante el transcurso de la vida, extremadamente expansivos. Y algo, un cuidadoso manto de protección, borra de nuestra consciencia toda la memoria hasta ese momento. Empezamos a construir entonces, recuerdos “nuevos”.

Suele sucedernos en algún momento, que algo parecido a un pájaro carpintero en nuestro cerebro comienza a erosionar las durezas y nos enciende la curiosidad e, intencionalmente, comenzamos a indagar. Si tenemos el coraje suficiente, vamos a llegar a la conclusión de que aquellas niñas y yo, no teníamos la mente tan prístina como parecía. Estábamos cargando experiencias pasadas y de pasados, algunos muy lejanos.

Tal vez aquel manto de protección al nacer propone darnos una nueva oportunidad y el DMT, la química sagrada de nuestro cuerpo, romper los lazos que nos frenan de expandir nuestra experiencia más allá de la frontera de lo conocido.

Conectar con el infinito, donde el tiempo no existe en realidad, es conectar con el presente, donde colapsan todos los tiempos verbales. Donde el futuro y el destino son el lienzo donde crear.

P/D: El futuro y el destino «Sin Techo»…

Etiquetas: destino recuerdo tiempo

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