La Montaña negra

La Montaña negra

Dio varias vueltas en la cama. No podía dormir; no acababa de acostumbrarse a esa luz azulada, que sin embargo a su compañera de cama le encantaba. Ella, en cambio, respiraba de forma rítmica, tranquila. El ruido era armonioso ¡zzzuiiit ! ¡zzzuiiit ! Normalmente a él eso le tranquilizaba, pero esta noche algo se movía en su cabeza, en su estómago o en su hígado (no sabía muy bien donde). Algo que lo tenía inquieto.

Repasó las cosas que habían pasado ese día tratando de buscar la clave del problema. El grifo del fosfato amónico exprés se había atascado, es cierto, pero lo reparó con destreza. Le puso unas tuercas de Titanio y todo quedó en orden, no como las antiguas tuercas de acero inoxidable. ¡Inoxidable !, se rió entre dientes. Desde luego, la atmósfera en esta vivienda era más corrosiva de lo habitual y la cantidad de cloruros que había por aquí bastante alta. Suficiente para corroer un acero al Cromo Níquel en unos pocos días. Tengamos en cuenta, se decía, mientras se rascaba la pierna derecha, que todo aquí es especial. La misma cama donde estaba acostado, cerrada con unas cortinas estancas era un sitio bastante exiguo para él y su compañera. Menos mal –reflexionaba- que no discutían mucho, porque tenían que dormir prácticamente abrazados y sin ropa, que ocupa mucho sitio.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Al fondo había una gran montaña negra enmarcada por un cielo morado, rasgado de tanto en tanto por relámpagos rojizos. Sintió una angustia opresiva. Un ruido desgarrador, como un rugido feroz surgió del fondo de la noche. Se despertó sudando. Fuera de la cama, Mondrian, su perro, era el que con su gruñido lo había despertado. Nina seguía dormida plácidamente, con la cabeza apoyada en su hombro. Apartó con cuidado su melena rubia, tratando de no despertarla. Descorrió la cortina y se levantó. Mondrian tenía la boca entreabierta enseñando unos colmillos temblorosos. Él también soñaba, sin duda. Intentó calmarlo: -tranquilo, valiente, tranquilo, mientras le acariciaba la cabeza. Sí, los perros también tienen pesadillas, pensó.

Comprendió que ya no iba a dormir más esa noche. Así es que fue hasta el calentador ultrasónico y se preparó un té Earl Grey. Le gustaba con un poco de leche, aunque Nina le decía siempre que eso era una porquería que contravenía todas las reglas centenarias sobre el té. A él le encantaba, por supuesto, el sabor y el aroma a bergamota del Earl Grey, pero le gustaba atenuarlo con un chorrito de leche, por sacrílego que eso fuera para los teístas estrictos (se rió de la palabra que acababa de inventar). Si los amantes del té son teístas, los que lo detestan serán ateos, pensó con una media sonrisa.

Se sentó en el único diván que había en la habitación, entre la cama estanca y el mostrador multiusos, donde estaban el calentador, el horno, el sistema de música y la pantalla plana de televisión. Nina y Mondrian seguían durmiendo. Se colocó los auriculares para no despertarlos y encendió el sistema. Seleccionó “Shhhh peaceful” de Miles Davis. Le gustaba oírlo así, por la noche, en calma. Por las mañanas antes del café prefería “Norwegian Wood” de los Beatles, y por las tardes “My Favourite Things” de John Coltrane. Cuando Nina se levantaba había que cambiar, porque no le gustaba el jazz. Para que desembarcara en la vida real, saliendo de las nubes del sueño, había que ponerle algo más suave, como “November” de Azure Ray. La nostalgia que desprende la canción la tranquilizaba..

Sin darse cuenta, se volvió a dormir. Otra vez la montaña negra, enorme, el cielo violeta, los relámpagos brillando por rachas cortando el cielo, un ruido atronador desgarrando las cortinas del tiempo. Su taza, con lo que quedaba del té, se deslizó hasta el suelo sin ruido. El suelo de la habitación era de plástico flexible, con lo que afortunadamente no se rompió. Tenían pocas tazas y los suministros, incluyendo aparatos, platos, tazas, vasos solo llegaban una vez al mes. Se frotó los ojos, despertando. Miró la habitación sin darse cuenta todavía de donde estaba: la bóveda cerrada y sin ventanas, la luz azulada que venía de todas partes. Bostezó. Estiró los brazos para desentumecerse y miró de nuevo la cama. Las cortinas trasparentes dejaban ver el cuerpo de su compañera, su espalda, sus hombros, sus nalgas armoniosas en forma de corazón. Sintió ganas de volverse a acostar con ella, pero se retuvo. Ese día él no se encontraba bien, mejor era quedarse tranquilo en el diván hasta la hora del café. Se iba a preparar otro té mientras tanto, pero un ruido, una especie de silbido que venía del taller lo puso alerta.

El taller estaba separado de la habitación donde vivían por una puerta doble, que normalmente estaba cerrada. Aunque, en principio no se cerraba con llave, a él, que era un maniático, cuando se iba a dormir y se acostaba le gustaba cerrarla con una llave especial. Nina se reía de él. –pero… quién te crees que va a venir a importunarnos aquí. Le daba lo mismo. No quería que en una de sus pesadillas se le apareciera algo real dentro de su cama.

En el taller, que era un habitación también abovedada, prácticamente igual a la que hacía las funciones de vivienda, había un cuarto de baño estanco y un retrete pero la mayor parte de la superficie estaba ocupada por un gran compartimento cerrado con llave, donde tenía lugar un experimento biológico. Una esclusa presurizada situada enfrente de la puerta de la habitación, a unos quince metros, era la única comunicación con el mundo externo. La esclusa tenía del lado exterior una ventana de vidrio templado ultrarresistente.

Se aproximó a la esclusa. La puerta interior estaba cerrada, pero decidió contemplar como estaban las cosas fuera. La abrió y entró. Recorrió los dos metros que separaban las dos puertas y se aproximó a la ventana. Todo estaba normal, las montañas que aparecían a la derecha eran de un negro profundo, más profundo que las que habían aparecido en su sueño, pero la tranquilidad lo invadía todo; no podía haber ni relámpagos ni ruido en un sitio donde no había atmósfera. Frente a la ventana estaba una gran llanura medio iluminada por el sol. Las montañas negras eran los bordes de un gran cráter. Aunque tenía a su disposición dos trajes espaciales, uno para él y otro para Nina, no salían nunca al mundo exterior. La superficie de la luna era muy desagradable y ver el sitio donde habitaban le producía una gran depresión.

Hacía dieciocho meses que se habían apuntado para esta misión. Dieciocho meses que se le habían hecho eternos. Había leído el anuncio de una importante universidad del sur de Europa que estaba preparando un experimento en la superficie lunar. Un proyecto que consistía en hacer crecer plantas en la superficie lunar aprovechando su menor gravedad. El proyecto había sufrido retrasos y contrariedades en sus primeros tiempos, hacía veinte años, pero finalmente, la comunidad científica internacional decidió que valía la pena intentarlo e instalarlo en una de las bases lunares que la Agencia Espacial Europea había construido. Para él, era la solución a sus muchos problemas. No encontraba un trabajo digno para un ingeniero espacial como él. Nina, su pareja, empezaba a estar harta, era diez años más joven que él y todavía tenía intactas sus ilusiones.

El trabajo no parecía muy complicado. Los cultivos se tenían que hacer en un compartimento cerrado, dentro de una de las dos semiesferas que formaban el edificio. Se debía medir la humedad dentro del compartimento, vigilar el crecimiento de las plantas y abonarlas según una tabla en la que constaban las horas del día, las cantidades y la composición de los compuestos químicos que había que añadir. Para un ingeniero era un trabajo demasiado simple, aunque nunca se había preocupado por saber la clase de plantas que había dentro. Lo cierto es que el hecho de viajar a la base lunar y vivir en ella durante un tiempo le había resultado atractivo. Había que tener en cuenta, además, que ya estaba rozando los cuarenta años de edad y que hasta entonces, todo lo que había conseguido eran pequeños trabajos en alguna compañía de ingeniería.

Sin embargo, con el tiempo, el trabajo se le estaba haciendo muy pesado. Al principio todo eran novedades, aunque su destino no era la gran base lunar de la Agencia Espacial Europea, sino uno de los edificios lunares independientes, a más de veinte horas de marcha de la base. Habían aceptado que Nina fuera ayudante suya y aquello era como una luna de miel, nunca mejor dicho. Quizá, pensaba, para ser exactos con el lenguaje, habría que llamarlo “una tierra de miel”. Se rió de la ocurrencia, pensando en aquellos diálogos humorísticos que estaban de moda años atrás y que se suponía que debían decir los habitantes de la luna: “salgamos a la lunaza a contemplar la tierra, ¿quieres uno o dos lunones de azúcar con el café?, etc.” Al principio, incluso se enfundaban los trajes espaciales y se iban a dar una vuelta, admirando las montañas lunares, las planicies, los cráteres… pero aquello se hizo pronto monótono, de una monotonía insoportable. La música y toda la enorme colección de obras literarias y de películas de que disponían en sus pantallas no bastaba para animarlo. Incluso, había relajado un poco sus deberes con el experimento científico. No seguía al pié de la letra las instrucciones casi ningún día. A veces incluso sentía mareos y le costaba guardar el equilibrio. Otras veces, tras un episodio de estos, que podía durar unos segundos, no se acordaba qué había pasado.

Apartó la vista de la ventana y se volvió hacia el lado opuesto de la esclusa. Con todas esas reflexiones, se dio cuenta que los últimos días había estado confundiendo el tubo de fosfato amónico, que era el abono que tenía que dar a las plantas con el tubo de las hormonas de crecimiento. Rayos, pensó, les he dado a las plantas el doble de hormonas de lo establecido. Bueno, se tranquilizó. Así crecerán más deprisa y nos podremos volver antes a casa. Se rascó la cabeza. La verdad es que con las toallas húmedas que tenían que usar para lavarse, la higiene no era uno de sus puntos fuertes. El agua estaba estrictamente racionada para regar las plantas, lavar utensilios, beber y hacer té y café. Todos los meses venía el transporte desde la base lunar central con agua, equipos, alimentos y todo lo necesario para vivir un mes. Cada tres meses, además, podían pasar una semana en la base, donde había agua abundante y comida fresca. Venían a buscarlos en el VL, el vehículo lunar. Era un viaje largo, pero valía la pena. Afortunadamente, el vehículo era cómodo. Completamente cerrado, una vez dentro se podían quitar las escafandras presurizadas. A Mondrian había que introducirlo dentro de un tanque cilíndrico que era parte del vehículo. Los conductores, usualmente dos, abrían la esclusa, metían el tanque, y una vez abierta la puerta interior presurizaban el tanque, introducían al perro en él y lo metían dentro del VL. Nina y él tenían que ponerse los trajes presurizados aunque luego se los quitaran dentro del vehículo.

Otra vez oyó un ruido extraño que venía del interior. Se dirigió hacia la puerta que daba al taller. Todavía era temprano y Nina probablemente no se había despertado aun, si no, ya estaría oyendo la música de Azure Ray. Pero no, no era eso lo que había oído, era como un chirrido agudo y después, un grito ahogado. ¡Nina! …Se precipitó a abrir la puerta, le temblaban las manos. Con un esfuerzo lo consiguió… recibió una vaharada de aire cálido en la cara… dentro la luz había desaparecido, todo estaba oscuro, se ahogaba, sintió que se desvanecía. Volvió a ver la montaña negra y los relámpagos rojos y después… la nada.

COMUNICACIÓN

Para: Centro de Mando de la gran base lunar de la Agencia Espacial Europea

De: Equipo de emergencia 3B

Asunto: Misión de rescate al laboratorio Z2

Antecedentes: El laboratorio Z2 está situado en los contrafuertes del cráter de Tycho Brahe, a unas veinte horas de viaje de la base en vehículo todo terreno. El edificio del laboratorio está formado por dos semiesferas unidas, con una sola entrada desde el exterior, formada por una esclusa presurizada. El edificio se proyectó para realizar en él un proyecto, consistente en hacer crecer en el suelo lunar una serie de plantas en un compartimento estanco, bajo una atmósfera protegida. Se decidió usar varias especies vegetales: plantas comestibles como espinacas y acelgas, con el fin de crear una fuente autosuficiente de alimentos, plantas decorativas y plantas carnívoras. De estas últimas había que analizar si por el hecho de estar en la luna, llegaban a sobrevivir alimentándolas con hormonas y abono, sin darles insectos u otros animales. Naturalmente, todas ellas debían estar en un compartimento estanco y cerrado con llave. Se había decidido construir el laboratorio en la cara visible de la luna para estudiar el efecto de la atracción terrestre sobre el experimento, aunque estuviera lejos de la base lunar, situada en el límite Oeste de las caras visible y oculta.

El laboratorio Z2 estaba a cargo de dos personas contratadas por concurso que se realizó en París, en la sede de la Agencia Espacial Europea. No fue decisión fácil a quien contratar porque los candidatos tenían que tener un perfil sicológico adecuado, poco propicio a depresiones, ya que la mayor parte del tiempo tenían que estar solos y aislados en el edificio. Se seleccionó a un ingeniero espacial sin demasiada experiencia, Sebastián Clarke, y a su compañera, Nina Bolinska. Se consideró que el hecho de que ambos tuvieran una relación sentimental establecida, sería muy positivo a la hora de evitar que cayeran en la depresión. Aunque ninguno de los dos tenían experiencia en botánica eso no representaba ningún problema, ya que su misión sería solamente alimentar y regar las plantas. Las comprobaciones científicas se realizaban todos los meses por un equipo de la base central, aprovechando las visitas para renovar todas las provisiones necesarias. Aunque en un principio, no se consideró oportuno, se aceptó que la pareja llevara con ellos a su perro, un golden retriever. Tras un periodo de entrenamiento en el centro europeo de astronautas, en Colonia, en Alemania, se les envió de viaje a la luna. Hace dieciocho meses y medio que tomaron posesión del laboratorio.

Las alarmas han saltado, porque desde hace dos semanas no se tienen noticias del Z2. En principio, cada semana Mr. Clarke o Ms. Bolinska se ponen en contacto con la base para dar el parte de los acontecimientos cotidianos o notificar si se había presentado algún problema. La última visita mensual tuvo lugar hace ahora tres semanas sin observar nada anormal. Los ciclos de trabajo en el laboratorio se repiten cada veinticuatro horas terrestres, es decir, se reproduce un día terrestre. De forma automática, se establece una “noche” de ocho horas, bajando la iluminación del habitáculo y remplazando la luz “diurna” por un tenue resplandor azul para que los ocupantes puedan dormir. El resto de las veinticuatro horas se dedican a las actividades necesarias para ocuparse del experimento científico, aseo, comida y otras tareas de rutina.

Desarrollo de la misión: Tras varios intentos de contactar Z2 por los procedimientos habituales y no obtener contestación alguna, el centro de emergencias de la base lunar, propuso al Comité de Dirección de la base organizar una misión de socorro para tratar de descubrir qué estaba pasando. Se preparó el mismo vehículo lunar que se utiliza para los viajes de aprovisionamiento mensuales y para los transportes “de relajación” trimestrales, con capacidad para evacuar si fuera necesario a los tres ocupantes del laboratorio. Ninguno de los otros cuatro vehículos de la base estaban operativos, así es que, para no dejar la base sin vehículos de transporte, hubo que esperar a que, al menos dos de los otros cuatro estuvieran reparados y en condiciones de operar, de forma que quedara cubierto el criterio de “fallo único”. Como se sabe, esto implica que si un equipo falla, tiene que haber al menos otro que esté en condiciones de remplazarlo.

El proceso llevó una semana adicional, durante la cual se siguió intentando contactar con el Z2. Así mismo, se pidió al centro de operaciones de Darmstadt que intentaran contactar el laboratorio por los canales de comunicación terrestre. Todo ello, sin resultado.

Por fin, por la mañana (hablamos de la “mañana”, desde luego, según las convenciones de veinticuatro horas terrestres, no de la mañana lunar) de hace dos días, la misión estaba preparada para salir en dirección al Z2. El viaje se alargó por una serie de inconvenientes imprevistos. El observatorio de la base anunció una lluvia de meteoritos en la zona del Mar de los Humores, que es por donde pasa el recorrido habitual del vehículo para ir a Tycho Brahe. Como no quisimos correr ningún riesgo, a pesar de que la previsión era de piedras pequeñas y el vehículo está protegido, decidimos cambiar el recorrido por un camino más al sur, por el “Palus Epidemiarum”. Es un camino más difícil que transcurre en su mayor parte por un terreno muy desigual y con grandes desniveles, con lo cual alargamos el trayecto unas diez horas. El problema es que la luna estaba en menguante y si nos retrasábamos mucho, podíamos llegar al Z2 cuando la oscuridad comenzara a invadir la zona del cráter. Normalmente, las misiones de aprovisionamiento se hacen cuando comienza la luna llena, con lo cual hay doce días terrestres para hacer el viaje de ida y vuelta, pero esta vez, con los retrasos, solo teníamos una semana para toda la misión.

Por fin, tras treinta horas de viaje, durante las cuales nos turnamos el copiloto y yo, divisamos la pared Oeste de Tycho Brahe, con sus casi 4000 metros de altura. Al otro lado del cráter se adivinaban las sombras de la próxima noche lunar. El laboratorio Z2 está situado al sur de la pared rocosa, así es que pusimos rumbo Sudeste. En un par de horas más, llegamos al promontorio desde el que se divisan las dos semiesferas unidas que forman el edificio, iluminadas por el sol. La primera impresión que nos dio, visto de lejos, es que había algo extraño. Los reflectores que están situados a cada lado de la puerta de entrada y que deben estar encendidos en todo momento para localizar el edificio fácilmente incluso durante la noche lunar, estaban apagados. Tras una cuidadosa aproximación al laboratorio, dado lo duro del terreno, observamos que tampoco se transparentaba ninguna luz desde la ventana estanca de la puerta de acceso.

Aparcamos el vehículo en la explanada que hay delante de la puerta y nos pusimos las escafandras espaciales autónomas. Descendimos y nos aproximamos a la esclusa de acceso. Al otro lado de la ventana, reinaba una oscuridad total. Abrir la puerta desde el exterior requiere unas herramientas especiales para evitar que por una manipulación errónea se despresurice el edificio. Lo hicimos y entramos en la esclusa. Reinaba una negrura sin matices. Con nuestras lámparas de mano vimos que la segunda puerta, la que daba al interior estaba abierta, pero al otro lado, dentro del laboratorio había algo. La oscuridad estaba rota por unos extraños filamentos que, de alguna manera cerraban el espacio interior. Intentamos pasar, pero esos filamentos cerraban todo el paso, ocupando la puerta. Hicimos lo único que se podía hacer, volvimos al vehículo y armamos los cañones de rayos láser manuales. El láser cortó como mantequilla esas extrañas cosas y pudimos penetrar en el recinto. A la luz de las lámparas portátiles comprobamos que los filamentos eran vegetales, con tallos y hojas y lo llenaban todo. No quedaba ni un espacio libre dentro del laboratorio.

Nos llevó varias horas despejar todo el interior con los cañones láser y lo más sorprendente fue descubrir, cuando conseguimos conectar de nuevo el generador de emergencia, que no había ni rastro de los tres habitantes del Z2. Nada. Sin embargo, sus trajes espaciales estaban en sus perchas, es decir que no habían podido salir al exterior.

Para completar los resultados de la infructuosa misión de rescate y tratar de obtener alguna información que nos oriente sobre lo sucedido, hemos recortado varios tallos de los vegetales que ocupaban el edificio y nos los hemos traído a la base. Esperamos que su análisis contribuya a desvelar el misterio de lo ocurrido.

EPÍLOGO (seis meses después):

Esta nota fue encontrada por la misión que se envió desde la tierra para intentar saber qué había pasado en la gran base lunar, que había enmudecido sin dar señales de vida desde hace ya varios meses.

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