El rocío de la mañana se disipaba. El sol encamorrado iba apareciendo en medio de dos montañas y sus rayos quedaban atrapados en algunas nubes. La neblina dejó entrever una yema de huevo pálida, pronto iluminó la luz. Algunos insectos inquietos volaban cerca de las flores y dudaban en posarse. La tentación y la necesidad les producían ansiedad. Las abejas eran las más afectadas, las hormigas solo continuaban con su labor sin ponerles atención. El pueblo ya había cobrado vida. Las mujeres limpiaban las callejuelas, algunos hombres con sus mulas se dirigían al mercado donde les esperaban sus esposas para descargar los tamales y el atole. El ambiente estaba cargado fuego, en las casas había actividad y para luchar contra los nervios cada quien se dedicaba a algo que le distrajera. Era domingo y las campanas de la iglesia no habían llamado a misa.

Los hombres que habían resguardado la iglesia por la noche rindieron su informe. “No ha salido el padre Valdés”. Las mujeres rezaban en sus casas los avemaría y padrenuestro, pero también preguntaban por qué siendo tan poderoso El señor, había dejado crecer la semilla de la maldad dentro de su casa. ¿Eran acaso mentira las escrituras? ¿Era que sus discípulos, débiles y ambiciosos, se habían dejado tentar por el diablo? “Los ortodoxos se casan, ¿sabía doña Benita? —le dijo Aurora a su vecina que no conocía mundo—. Y las cosas marchan mejor que con estos que alardean de su morigeración falsa”.

Unos hombres, seguidos de niños, comenzaron a bajar por la calle principal. Todos llevaban una piedra en la mano. Se miraban en silencio y levantaban una nube de humo pardo. El ruido que hacían era el de un batallón de infantería que se va al frente. Encabezaba el grupo Adelaido. Su rostro mostraba una mueca de dolor y tristeza que dejaba extrañadas a las mujeres que lo veían por las ventanas. “¿Tendrás el coraje suficiente, muchacho? ¿no te temblará la mano?”.

Llegaron a la puerta de la iglesia y comenzaron a llamar al padre Valdés. “¡Salga de allí, cobarde!!Dé la cara ante el pueblo y ante Dios!”. Pasaron unos minutos crudos, el hambre de venganza revolvía los estómagos de la muchedumbre y el pesar bajó desde el monte como un ventarrón rodeando a la población. Se abrió una pesada puerta de madera y apareció Valdés. No llevaba más que un calzón hecho con una sábana y una corona de espinas en la mano. “¡Pido perdón, hermanos! ¡Pido perdón! —dijo poniéndose la corona en la cabeza—. Merezco el peor de los castigos y aquí estoy ante ustedes. ¡Hagan lo que tengan que hacer!”.

¿Recuerdas al hombre que lapidamos aquí? —le preguntó Adelaido—. Era un inocente, pero tú nos incitaste a lincharlo. ¿Recuerdas que nos dijiste que era representante del demonio y blasfemaba, que sus enseñanzas eran infernales? Pues, era más sano y pulcro que tú. Él sí tenía fe y no se ensañaba con los niños, en cambio tú…!Maldito depravado! ¿Qué puedes decir en tu defensa? En verdad te decimos que no serás perdonado en los cielos y hoy mismo te mandaremos a juicio ante Cristo. Es a él a quién tendrás que rendirle cuentas.

No saben hermanos—chilló Valdés—lo difícil que resulta expresar el mayor amor del mundo a un pequeño niño. Es algo incomparable, pero precisamente, por esa razón, resulta más difícil controlar la carne. El hombre es débil y la maldad nos traiciona cuando manifestamos nuestro amor. No somos conscientes de lo que hacemos y nos dejamos llevar por ese momento celestial. Lo malo es que cuando lo comprendemos, es demasiado tarde para remediar el daño. Ninguno de los hombres de la iglesia jamás lo ha comprendido. Es una forma de amor que no conoce el hombre y solo se siente a través del Señor.

¡Pum! —una piedra se estrelló contra su pecho. Valdés se hincó adolorido—. Te vamos a ajusticiar como lo hicimos con aquel pobre mormón, además, te daremos la oportunidad de explicar tus actos y elegir el tipo de condena que te mereces. El padre se levantó y uniendo las manos imploró su perdón. “No era dueño de mí mismo, no era consciente de lo que pasaba. Tenía alucinaciones y todos esos abusos de los que hablan los niños y adolescentes me perecen una gran mentira”. Comenzaron a volar las piedras. Primero en una pierna, luego un hombro, después el estómago y cuando cayó al piso empezó una tormenta rocosa. Pronto quedó sepultado.

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