
En un bar
Se enturbiaba la noche y los vasos seguían sin parar de boca en boca, las salivas se mezclaban en los cristales de vidrio y las palabras también se ennegrecían de un orador mareado a otro. El ambiente se veía como un gas amarillento, también noqueado por el olor fuerte a licor. Las mentes cabizbajas y las caras rojas por la congestión alcohólica acompañaban la escena pintoresca y caótica.
- Chupa mandarina, que en tu casa te pega tu mujer -decía afrentoso el más veterano de los bebedores, Santiago.
Le hablaba a Pedro otro de los competidores que miraba con los ojos vidriosos uno más que el otro, que por la ausencia de uno ahora tenía un flamante e inmóvil ojo de vidrio que lo hacía parecer un muñeco de cera con apenas media vida.
- Chupa chuccha volvía a repetir Santiago, el que se sentía más seguro de todos, quizás porque su hígado era el más cirroso.
Esta vez la afrenta caía sobre Andrés que ya abatido por el alcohol, su cuerpo bamboleaba como un monigote de paja. Alzó indiferente sus diminutos ojos hacia el emisor del insulto. Balbuceó alguna ininteligible mención materna a su interlocutor y volvió a recostarse sobre su cuerpo de trapo.
- Ahora voz Felipe, el más maricón -decía insaciablemente Santiago, dando grititos molestos. Chupa o que no tienes huevos carajo, gritaba. Aquí no han venido varones solo muchachitos monsalvetes -decía escupiendo gotitas de saliva que brincaban molestamente sobre las caras de los presentes.
Mientras Mateo, Tomás y Simón tenían su propia conversación separada del grupo, una conversación que había partido en un punto arbitrario del guion principal, ahora con su propio rumbo y quizás tendrá un incoherente desenlace. Tan cerca hablaba el uno del otro que parecía desde lejos una escena primitiva de amor entre chimpancés.
- No puede ser que yo sea el único en pie, no hay varones en esta sala ¿Quién se toma un trago conmigo? ¿Quién? – decía ya exasperado, Santiago.
Juan y el tocayo de Santiago ya habían perdido la batalla hace media hora, sus cuerpos asemejaban a dos bultos de excremento apilados a la mugrienta pared del bar, que a propósito tenía dos manchas de sangre en las esquinas y en el centro una gran mancha elaborada por una mezcla de colores jamás vistos sobre la faz de la tierra. Sabrá Dios que escenas tuvieron que transcurrir en esas paredes para que aquella mancha tenga esa pigmentación tan desagradable. Sin embargo, los dos bultos yacían inmóviles entre algunos harapos de los asistentes, especialmente abrigos, paraguas y dagas solapadas, que quizás más tarde se hundan en algún cuerpo sanguinolento.
Bartolomé, estaba hundido de cabeza en la poceta entre vómitos y excrementos, con apenas medio litro de aire que le quedaban en sus pulmones.
Finalmente, los dos Jotas habían salido a comprar bareto en la esquina de La negra Josefina, lo más seguro es que no vuelvan ya que se habían llevado parte del botín de la noche, prometiendo regresar con drogas para todos. Sin embargo, desde el principio sabían que no volverían, aún así le dieron con gusto el dinero, quizás por la euforia que produce el alcohol en los afectos.
Los Jotas eran traicioneros por excelencia. Pero no les temblaba la mano para meter el filo del cuchillo cuando se necesitaba, por eso y porque tenían buen pique eran parte de la banda.
La gallada bebía lo poco que quedaba, mientras él los miraba desde lo alto con los brazos extendidos, aguados, cansados por tanto tiempo de estar en la misma posición, con toda su aflicción no pedía otra cosa que unas gotas de licor, era lo que más deseaba, incluso más, que le sacaran los clavos de las manos. Las espinas ya se le habían incrustado hasta el cráneo, pero nada le dolía más que tener la garganta seca ¡Que rico un traguito! se repetía mentalmente, mientras le salivaba la boca. Ya viendo que todos estaban dormidos o entrando al umbral de la inconciencia, se movilizó delicadamente para zafarse de su incómoda posición y lentamente fue sacando sus manos de los clavos y a su vez aflojando uno a uno sus flácidos brazos que caían a chorros. Después de unas horas de intentos tristes y dolorosos quedó liberado. Entonces como un ave saltó a la mesa en donde estaba su séquito dormido, con los ojos que le bailaban por el deseo atisbó un vaso sucio con licor hasta la mitad, avanzó penosamente hasta el vaso y lo tomo con prestancia, y de un solo toque lleno su boca con la sustancia y lo engulló hasta lo más profundo de su hígado. ¡Alabado sea el Señor! dijo con euforia mal contenida mientras chasqueaba la lengua con satisfacción. Busco en seguida con la vista otro vaso de licor, no obstante, en el fondo del antro disipó algo mejor. Era una botella a medio tomar, el pico se encontraba roto, pero a él que carajos le importaba, siglos y siglos crucificado. Para él esto era un juego de niños. Fue escarbando en la mesa de objeto en objeto como un renacuajo ya que sus dos piernas se encontraban inermes, tullidas por la benevolente posición de Cristo que se había adscrito año tras año en la pared de la cantina de la comadre Tulia. Finalmente llegó a su objetivo y bebió y bebió con ansias irreparables. Ya su vista se empezó a nublar y su conciencia a dar tumbos. Sus pensamientos bailarines comenzaron a danzar al son de un soneto onírico e incoherente, entonces los recuerdos se agolparon en su memoria. Recordaba de cuando se unió a la banda y se proclamó su mentor y jefe absoluto, dos cuchilladas en la costilla le costaron la jefatura, pero ahí estaba el cacique, le gustaba el poder y la aclamación y se jactaba de su amplio conocimiento en las artes oscuras de la elucubración y el engaño. Pero poco a poco dejaron de creer en él y cada vez más le faltaban al respeto. Pues si, se había transformado en un viejo, cada vez más enmohecido los huesos y su mente había perdido la agilidad para contar un chiste y jugar al florón. Entonces estos hijue putas le habían clavado en la pared de la vieja Tulia para que sea una imagen, para que sea el Cristo.
OPINIONES Y COMENTARIOS