Libertad enjaulada

Corazon enjaulado

La tarde iba camino de llegar a su ocaso. Los invitados, (no muchos) dispersos en pequeños grupos, con conversaciones de protocolo de copa en mano, intentaban no hacer demasiados movimientos con el apéndice libre, (aunque conseguido en pocos de los casos) procurando aparentar una clase y estilo recopilada de quien sabe que revistas o noticieros de corrillos presuntuosos, pero poco ortodoxo en la mayoría de los casos.

Estaba siendo una boda extraña, aunque muchas mujeres hubieran querido estar en el lugar de la novia. Un vestido de ensueño, una celebración sin escatimar en gastos, un novio cinco años mayor pero bien parecido, elegante, procedente de una familia adinerada y con todo un futuro de comodidades por delante. En cambio Lucia se encontraba triste, desorientada, (aunque lo sabia disimular bastante bien) pero tenía la sensación de que había cometido un error, un tremendo equívoco.

Su padre había emigrado a Alemania veinticinco años atrás. Pasando los primeros cinco solo en un país que le había acogido con los brazos abiertos y en el que cada vez se sentía más identificado. Pocos años después, una paciente y valiente esposa viajaba desde tierras extremeñas con una niña de ocho años, otra de tres y dos maletas hacia el futuro, un futuro que aquel valiente padre y esposo tenía preparado. Era una familia más, que como tantas otras buscaban algo mejor en unos tiempos en que su país era el desorden de una dictadura tratando de aparentar la búsqueda de un orden.

Habían pasado catorce años de aquel día, ahora estaban en su tierra. Era el meridiano del verano de mil novecientos setenta y ocho. Año en que la constitución Española por fin seria una realidad; en el camping de los alfaques mueren ciento cincuenta y ocho personas por un accidente trágico; España juega la mundial de fútbol ese año.

Con la vuelta intentaban encontrar su lugar en la tierra a la que pertenecían.

En el corto espacio de tiempo desde el regreso de Alemania habían ocurrido muchas cosas. Lucia acostumbrada a un país que parecía estar en el futuro, un futuro muy lejano comparado con España, no se acababa de acostumbrar a tanto cambio negativo.

En ese tiempo intentaba seguir perfeccionando sus estudios, pero no era capaz de adaptarse a una forma de enseñanza que distaba mucho de la que había conocido y participado.

No contenta con el ritmo que llevaba su vida, henchida de ganas de hacer algo que la diera satisfacciones personales, se lanza a la búsqueda de una ocupación, un trabajo más allá de iniciarse en aprender ganchillo o corte y confección, como la mayoría de las chicas de su edad en ese tiempo. Por fin después de no mucho buscar llega su recompensa.

En septiembre de ese año es aceptada en una buena empresa y con un buen puesto. Su desenvoltura, gracia, educación y conocimientos del idioma alemán, fueron determinantes.

Contaba 16 años; once meses después se estaba casando. Con diez y siete años y un hijo en camino, de repente su vida se empañaba. Demasiadas sensaciones en un año para una niña.

Por fin la tarde se iba consumiendo, la familia y pocos amigos que habían acudido al enlace se despedían en una procesión pausada. No había sido una boda muy concurrida, los prejuicios sociales se encontraban en cualquier rincón de la familia del novio.

Las telarañas de la moral religiosa envolvía unas mentes dominadas por él: ¡tapate impúdica! o ¡fíjate los de la ferretería como se visten para venir a misa! Reinaba el mal entendido proceso de bondad ante los demás, como el principio que la religión católica promulga y que muchas personas aún pensaban que consistía en estar continuamente en contacto con la iglesia y sus servidores para a golpes de pecho y algún billete en el cepillo dominical –para que destacara entre las míseras monedas– “ganarse el perdón y un sitio junto al altísimo”.

Lucía se había casado embarazada y por ende para la madre del novio en pecado. Ante esa circunstancia ¿cómo se iba a casar a todas luces y con alegría?

En lugar de ser así, la celebración religiosa, (por la ley de ordeno y mando de la madre del novio) tubo lugar a las diez de la mañana de un cuatro de agosto. Todo estaba calculado: dada la fecha y la hora… la afluencia de público en las calles no sería muy numerosa. Había que esconder a Lucia. ¿Cómo iba a estar a la vista de todo el mundo casándose una mujer con tal pecado cometido?

Aunque el pecado o delito parece ser que solo lo había cometió ella, su ahora marido no tenia culpa. ¿Que culpa iba a tener? ¡era un hombre!, el pobre había sucumbido a las artimañas de una pécora.

Para que quedara claro que la culpable y no merecedora de cariños ni halagos, (como hubiera sido lo propio ya que se quedo embarazada porque estaba enamorada de ese hombre), la madre del “ya nuevo marido” se aproximó a su nueva consuegra como serpiente sigilosa que se va acercando a su presa, sin ser detectada hasta el último instante, en postura de medio lado cara de falsa sonrisa y alardeando de prepotencia le dijo:

Señora tenga usted presente que su hija se casa con mi hijo porque se ha quedado embarazada. La madre de Lucia, una señora con menos fortuna material pero con mucha más elegancia, educación y saber estar hizo un leve giro a la derecha para poder mirarla cara a cara y sin pestañear le contestó: perdone, pero no creo que sea el momento ni lugar para tales comentarios.

Lucia tuvo un hijo por amor pero un marido por error. Desde el primer día el hizo de su matrimonio un estatus social a costa del amor de una mujer que continuamente soportaba desapariciones de su marido sin explicaciones, desapariciones de tres cuatro días o una semana. Lucia callaba. El pensaba que la compraba. Nunca la faltó nada. Tenía una tarjeta sin límite, cumpleaños, fiestas o cenas improvisadas, adornadas con presentación de nuevas joyas, pero en ningún rincón de su casa aparecía foto alguna de la boda, hacía tiempo que Lucia decidió que estarían mejor siendo pasto de las llamas.

Habían pasado muchos años y Lucia estoicamente capoteo las cornadas que le fue dando la vida. De la misma forma que en el día de la boda pensó que estaba cometiendo un error, con la misma seguridad, y firmeza decidió asumirlo, pero eso no sería eterno y como el día que se decidió a buscar un trabajo y encontró el que quería… había llegado el momento de buscar algo que su marido pensaba que tan solo era un derecho suyo.

Ese derecho que automáticamente parece que le hubiera dada de regalo de bodas su madre: libertad para hacer lo que quisiera sin contar con nadie.

No tuvo que consultar a ninguna imagen divina, Lucia simplemente sabía que el momento había llegado, era su derecho, el momento de su vida. De forma tranquila, con sigilo, sin alteraciones ni guerras, con paciencia, dirigiendo como de soslayo a su marido, sin que él se diera cuenta, como quien no sabe lo que está haciendo llegaba paso a paso hasta el despacho del notario, estampando la firma que le hacía perder algo muy valioso y que no supo cuidar, pero Lucia al fin encontró lo que se merecía, libertad.

Libertad y una nueva vida por delante.

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