Primavera del `72

¿Quién no recuerda las primaveras de nuestra infancia?, pero ésta, ésta si que tuvo un tinte especial.

En la semana anterior nos veníamos preparando. El temor mayúsculo era encontrarnos ese mismo día con alguna llovizna que nos confine al ostracismo de un aula preparada sólo para estudiar. La Señorita Norma Bifaretti de Dottori, así se llamaba o se hacía llamar nuestra maestra de grado; porque en aquel tiempo era todo un orgullo ser la mujer “DE”; cosa que hoy día, abolida ya la propiedad sobre los seres humanos, o bien por los innumerables divorcios o cambio de parejas, sería muy difícil de recordar los nombres y apellidos de las educadoras. Sintetizando, porque no me la voy a pasar hablando de los nombres de pila y de situaciones conyugales…en aquellos tiempos uno se casaba para siempre.
Y…por fin llegó el 21, que entre paréntesis era el cumpleaños de la “Michi Rodríguez”, una partuza que se sentaba al fondo y no le pasaba letra ni suspiros a los compañeritos del colegio. Esperando que toda la escuela se preparase para salir a eso de las nueve, aprovechamos la ocasión y “El Aníbal” se cantó un tema de Sandro, oficiando como micrófono una de esas lapiceras Parker a pluma fuente…simplemente sensacional el loquito lindo, un fenómeno el pibe, sólo tenía un defecto era hincha del azul y oro de las barrancas del Riachuelo.
21 de setiembre de 1972, 09:00 am; las del brazalete rojo o verde, no me acuerdo bien la simbología, salieron para cortar el tránsito vehicular y, … así despacito, lentamente, en una fila con frente de cinco o seis alumnos, comenzó la caminata para la zona de Palo Blanco.
Para los no entendidos, Palo Blanco no era el nombre de una tribu descendiente de los Quilmes; simplemente es la primera Playa Balnearia Berissense de entre otras tantas que terminan en la inmaculada “La Balandra”. En sus costas uno puede imaginar el más hermoso paisaje con distintas tonalidades de verdes y ese ruido característico de las olas llegando lentamente y acariciando la arena…pero en esto debo pedir ayuda a los memoriosos, porque se me terminó la imaginación y ya no recuerdo ni el color del río.
El trayecto de la caminata era prolongado, justito en medio de la travesía, emergía solitario de entre los montes, un puente de hierros que nos permitía sortear un brazo afluente del río mayor y poder llegar hasta la ribera. Pero no sé por qué causa, razón y/o decisión de las docentes, tal vez fuese por la hora avanzada del disfrute mañanero, pero allí se terminó todo y acampamos a comer los víveres…sándwich de salame y queso y en las cantimploras de plástico una gaseosa más caliente que la sangre de las palomitas blancas en estado de diversión.
Recuerdo que una de las maestras, sacó un largo papiro con descripciones de diversos juegos para niños de diferentes edades, entonces… entre el bullicio y el trinar de los pájaros, ví cómo con el dedo buscaba y repetía: a ver….a ver…a ver…acá está…. mmmm… niños de entre 10 y 11 años….siiiii …..“carrera de barquitos de papel.”
Ohhh qué bellos recuerdos, esas interminables horas de manualidades dónde nos enseñaban las prácticas del origami o papiroflexia; que no era más ni menos que doblar en cuatro o cinco veces un papelito para un lado, luego a la derecha, después a la izquierda y salían las cosas como por arte de magia.
Nos acercamos a la orilla del río donde se hallaban anclados dos grandes botes de madera, seguro propiedad de algún isleño de por ahi nomás y, como la tarea era hacer “barquiiiiitos de papeeeel”, así lo hicimos esperando que la corriente los llevara río arriba; pero créanme Señoras y Señores, lectores y demás involucrados de este hermoso mundo que la aventura y el juego…. todavía no había comenzado.
Resulta ser que la mayoría de los barquitos quedaron atascados por las canoas descriptas y que, a no ser por quien narra esta remembranza y tomando coraje, se subió a uno de los “boat” para empujarlos (lo voy a nombrar en inglés así no ando repitiendo sustantivos), logrando mi cometido: los “barquitos de papel” sin poner proa en algún lugar definido y sorteado ya el obstáculo anterior, se dejaron llevar por la correntada.
Debo aclarar a esta altura de las circunstancias que cuando hace un instante dije: “anclados”, no me refería a esos armazones que se clavan en la profundidad del río y mantienen bien firme a cualquier embarcación; sino quise significar a unas sogas que simplemente estaban enrolladas a un árbol.
Aclarado esto, creo que todos deben imaginar lo que sucedió de ahi en más ja ja ja, sacando una cuenta sencilla como por ejemplo: tantos chiquilines juntos y a una o dos travesuras por niño, seguramente a “alguno” se le iba ocurrir desatar la soga y tirarla dentro de aquel bote que me mantenía sin mojaduras en la orilla.
Pero he aquí lo siguiente, era tanta la velocidad de la corriente en esos momentos que, en menos de un par de segundos la barcaza de madera tomó la delantera y hacia el norte se dirigió solita, sin timón, a la deriva y conmigo dentro.
Sentado y con la desesperanza de que todo estaba perdido, con la vista hacia un infinito inexistente, me encomendé al Supremo y esperé que todo fluyera de la mejor forma. En mi mente sólo se cruzaban figuras y figuras, algunas tiradas por el piso riéndose a más no poder, otras, supongo que las más sentimentales, dejaron caer algunas lágrimas pensando en un final de terror, algo asi como comido por las pirañas o, quizás, que hasta las costas del continente Africano no pararía; pero, lo que más me impresionó, fue ver cómo apantallaban con diarios viejos a una maestra que se animó a acompañarnos embarazada.
Corrían las doce del mediodía y me encontraba sólo y perdido en un lugar desconocido, en medio de una correntada, rodeado de montes impenetrables y sin poder observar a un ser viviente en la lejanía.
Si salía sano y salvo de todo ello, más o menos me podía imaginar lo que se me vendría luego; pero la serenidad del lugar me invitó a intuir las más variadas conclusiones: ¿Me llevarían preso?; ¿Me harían firmar mil veces el registro de indisciplina?; ¿Me lincharían?; ¿Me perdonarían?; asi las cosas, lo único sensato era comprender que esta vez me había pasado de la raya.
Pero como la Fe mueve montañas, los cosechadores de las tacuaras encendieron los motores de sus lanchas y corrieron raudamente hacia mi rescate y encontrado que fuera, me llevaron a buen puerto…al mismo lugar de donde zarpé.
Era tan grande la vergüenza y el susto que me invadía el alma al tocar tierra firma que, todo lo veía en cámara lenta y, hasta los sonidos estaban corridos de sus armónicas; el alboroto fué tremendo, gritos, llantos, abrazos, improperios, que se yo, había de todo un poco…pero hubo algo que me quedó grabado para siempre:
…A las miles de peguntas repetitivas que las maestras les hacían a los isleños que me rescataron sano y salvo, y que en honor a la brevedad resaltaré una sola de ellas: …”pero…en dónde estaba el niño…?”…..”y Sra…dijeron……estaba en la loma del culo”.
P.D. Vaya un agradecimiento y cordial saludo para esos hombres que lograron que “yo”, hoy pudiera estar contando lo que sucedió aquel 21 de setiembre de 1972…el mismo día del cumpleaños de la “Michi”

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