En busca de una respuesta

En busca de una respuesta

La hoja de papel tenía escrito lo siguiente:

¿Está usted ahí? ¿Podría responder a la pregunta que le he hecho, o se va a quedar callado? No crea que podrá deshacerse de mí porque tengo todo el tiempo del mundo para esperar su respuesta. Sea tan amable de decir, al menos, lo que está pensando en este momento. Incluso, le propongo que venga más tarde e intente aclarar este embrollo. No sea descortés anímese, tendremos una conversación amena.


El día en que encontré ese papel debajo de una taza de café frío que alguien no se había tomado, intenté dárselo al camarero para que se lo llevara. Le pedí que limpiara la mesa y me sirviera lo que le había ordenado; pero por más intentos que hice de que cogiera el trocito de hoja, él se las ingeniaba para cambiarlo de sitio y devolvérmelo, era como si el pequeño mensaje le quemara las manos. Se lo puse en la bandeja cuando se alejaba con la vajilla sucia que había dejado el cliente anterior, sin embargo, volvió unos minutos después, me sirvió mi café y depositó junto con una servilleta la horrible nota. Después de que terminé de tomarme el café y puse en el plato con las migajas del cruasán el recorte de papel hecho bolita, pensé que lograría engañar al joven que me atendía, pero él, desarrugó la bola de papel, la alisó con la palma de la mano y me la devolvió. Por último, pedí la cuenta y le dije al camarero que no quería la vuelta y que se la quedara como propina. El chico se puso contento, cogió el dinero junto con el apunte que iba escondido dentro del billete y se fue. Aproveché para salir en ese mismo instante creyendo que ya no tendría el desagrado de recibir de nuevo el papel. Estaba a punto de salir cuando me cogió por el hombro el administrador de la cafetería. “Disculpe, señor, se le olvida esto”. Volteé y vi a una joven guapa y muy amable que me mostraba el pedazo de celulosa arrugado en actitud de espera. Quise negarme a recibirlo pero ella insistió en que sería de muy mala educación llevarle la contraria cuando me lo pedía de una forma tan cordial. Me resigné y me llevé el papel. Por fortuna a unos cuantos metros encontré un cubo de basura y lo tiré ahí. Me sentía muy aliviado por haberme liberado de aquella misiva insignificante y sin destinatario que me había causado tantos disgustos con el trabajador del café.

Pasaron unos cuantos días y empecé a notar algo raro en mi conducta. Había empezado a encontrarles similitud, a las personas que veía, con personajes famosos. Al principio lo tome como el resultado de mi buen descanso y mi optimismo. Creí que inconscientemente trataba de imaginar que había personas importantes a mí alrededor. Todo habría terminado bien si no me hubiera encontrado a un cantante de un grupo de rock del cual yo era admirador. Cuando lo vi parado en la puerta de un supermercado creí que mi imaginación había llegado bastante lejos y traté de pasar frente a él sin mirarlo, pero por alguna razón, el dio un paso a la izquierda y chocamos. “¡Oh, perdone!” —le dije un poco aturdido—. “No se preocupe, no pasa nada” —me contestó. Y cuando ya estaba a punto de irme me dijo: “¿No estuvo usted hace unos días en la cafetería Cafemanía en la calle Nikitskaya?” Sí, efectivamente, ¿Cómo lo sabe? “Pues por la forma en que se quiso deshacer del papelito ese” No podía creerlo. ¿Y a usted le ha pasado?—le pregunté con voz chillona. “No, nunca, pero he visto a muchas personas que lo han padecido”. Ah, ¿Sí? —Perdí en ese momento los estribos y comencé a gritarle. Estaba consciente de que era una imprudencia enorme desgañitarme frente a una persona tan respetable y temí que la gente empezara a curiosear, por eso decidí controlarme y pedirle una disculpa—. “No se preocupe, le entiendo a la perfección y permítame decirle que de ahora en adelante su vida cambiará. Tendrá la oportunidad de ver otro aspecto de la realidad, la misma moneda, pero del otro lado”. Quise preguntarle algunos detalles porque no entendía nada, pero se fue a grandes zancadas agitando la mano y deseándome la mejor de las suertes.

Unos días después encontré a una deportista que me fascinaba. La vi de espaldas en una tienda de zapatos. Ella se estaba probando unas zapatillas deportivas de moda. Cuando vi su perfil se me contuvo la respiración, luego se volvió hacia el dependiente y le pidió que le mostrara el otro par. Me acerqué un poco, temeroso de que ella me viera rojo como un tomate y sin poder respirar, pero levantó la cabeza y sus preciosos ojos me apuntaron como rifle, le hice una seña con la mano y ella se sonrió.
“Disculpe, disculpe ¿es usted el hombre que estaba sentado en la mesa de la terraza tomando un café con cruasanes en la cafetería?” — me preguntó con una alegre sonrisa.

—Perdone, ¿A qué se refiere? — Yo estaba fuera de sí, no podía concebir que el día fatídico de la notita de papel hubiera sido un acontecimiento tan importante como para recordarlo, y mucho menos que personas a las que sólo había visto en fotografías o en la televisión, de pronto, comenzaran a resaltar precisamente ese inútil suceso.
“Sí, era usted, lo recuerdo porque llevaba los mismos pantalones y zapatos, además sus gafas extravagantes olvidadas por la moda son únicas”. Ante tal evidencia no pude más que asentir con la cabeza.
“¿Y cómo le ha ido desde entonces?”—me dijo.

Sin entender lo que pasaba me quedé mirándola como si fuera un ser de otro planeta y ella me aconsejó que no me preocupara, que lo tomara con calma, y que me acostumbrara a mi nueva realidad porque día a día iría encontrando personas destacadas. Y así fue. Los siguientes días me choqué con un director de cine de origen polaco, luego le ayudé a recoger unas latas que se le habían caído en un supermercado, nada más y nada menos que a la esposa del director del consorcio más grande de gas, quien me aconsejó que diera un paso decisivo en mi situación.
Durante una semana permanecí en mi piso sin atender a las llamadas ni encender el ordenador ni enchufar la televisión para asegurarme de que mi malestar pasaría pronto. Cuando ya no tenía nada para comer, bajé a la tienda de al lado para comprar alguna chuchería que me engañara el hambre y encontré a dos de mis amables vecinos con quienes mantengo amistad y en ocasiones he llegado a tratar con ellos temas de literatura o arte. Estaban discutiendo sobre la escenificación de la obra de Tolstoi: “Ana Karénina”. “Es un horror” —decían sin parar de criticar al director que había estropeado el film llevando a la pantalla una obra de teatro mal hecha.
“Es que no refleja en absoluto, la pena que sufría Anna, y del mensaje de Tolstoi, menos”. —argumentaba mi vecino. “¡Es verdad. ¿Qué diría Tolstoi si pudiera opinar?” “Pues, se persignaría y mandaría a todos al demonio. ¡Además pondría una demanda por estropearle su obra! — gritó la señora de la última planta.
Quise darles mi opinión sobre el tema, pero en ese momento se apareció un viejo barbudo, de unos sesenta años de edad pero de complexión fuerte y mirada sabia.
Era el mismo autor de la Guerra y la Paz salido del cuadro de Repin. “¿Qué pensarían si les dijera mi opinión?”. Miré a mis vecinos para comprobar que veían al anciano pero seguían metidos en su viciada discusión, por eso me dirigí al famoso escritor.

—Pero, ¿Es que le ha gustado? “La verdad, no está mal. ¿Sabe? Con el paso de los siglos me he dado cuenta de que algunas cosas sólo se pueden entender en la época en que surgen. Por desgracia, los que se adelantan a su tiempo son capaces de comunicar en el futuro, pero los que critican su época se quedan para los especialistas que rescatan los mensajes del pasado. Pushkin, Lermantov, mis contemporáneos y muchos más son poco comprensibles en la actualidad. La única esperanza es que nuestras ideas transmitan algo. Siempre fui un hombre con fe y traté de difundir esa concepción en mis obras, ya sabe: “El reino de Dios está en vosotros”. He de reconocer que con la llegada del socialismo tuve rencillas con Gorki, y luego, con todos los demás comunistas, pero de cualquier forma hice lo que debía. Nadie se ocupa de eso ahora, lo más importante es la carrera, el dinero, la fama, los viajes y el progreso. El hombre será siempre un ser débil que se dejará arrastrar por la mediocridad y lo cómodo. A propósito, ¿Cómo le ha ido con su intento de curarse del mensaje de su papelillo?

Era el colmo de lo ridículo. No podía creer que lo que me había pasado fuera real, pero que el mismo Tolstoi me trajera a colación el tema era demasiado. Me enfadé y comencé a gritar reclamando que se me liberara de esa pesadilla. Por un momento, deseé preguntarle al brillante escritor qué me sucedería después. Cuando lo hice, ya no estaba el viejo sabio y mis vecinos me miraban muy desconcertados. “Necesita usted trabajar menos o tomarse unas vacaciones. ¡Está llegando al límite de sus facultades!” Los dejé hablando solos y me refugié en mi habitación el resto del día. Para no pensar nada me dormí con la esperanza de escabullirme de mis males.
Desde la aparición de Tolstoi había pasado una semana y, en cierta medida, me había acostumbrado a las apariciones de todo tipo de individuos que iban desde los grandes científicos hasta las personas más simples de la antigüedad. No es que me hubiera resignado, en cierta medida, trataba de solucionar mi dilema, pero cada vez me era más agradable entablar amenas charlas con personas inteligentes que perder el tiempo con chismorreos, falsos juicios y todo tipo de estupideces que decía la gente a mi alrededor.

Una tarde que me encontraba en la casa de mi hermano, mi cuñada dijo una cosa que no entendí y por inercia le pedí que repitiera lo que había dicho. Lamenté haberlo hecho porque se había referido a unos cosméticos de baja calidad que se vendían por catálogo y ella, en lugar de limitarse a responder mi pregunta, se puso a convencerme de que comprara mi mochilita de artículos de belleza y me fuera a venderlos de casa en casa. No quería entrar en discusiones absurdas porque para mí las visitas a la casa de mi hermano son muy importantes, ya que con él comparto muchas cosas en común y era la única persona que mejor me comprendía hasta ese instante. No recuerdo exactamente en qué momento apareció un hombre delgado, muy cuidado, pero con un aspecto entre obsceno y afeminado. — ¿Quién es usted? “¿Cómo que quién soy?” —preguntó, enfadada, Larisa, mi cuñada—. “Soy Larisa, ¿Estás tonto o qué?” —Tú no. El hombre que está a tu lado—. “Aquí no hay más hombre que tu hermano ¿No ves?” —Pues entonces dígame cómo se llama, por favor—. Larisa estaba perdiendo la paciencia porque pensó que me estaba haciendo el loco para no continuar conversando con ella. Entonces decidí dirigirme al hombre refinado que estaba en ese momento mirándose las uñas. — ¿Me va a decir, por fin, su nombre? “Soy Fredric Brandt el famoso cosmetólogo y he venido para decirle que su cuñada tiene razón en lo que dice. Difiero sólo en el aspecto de la forma en que ella recomienda usar las cremas exfoliantes y en los estilos de aplicar la sombra en los ojos, pero por lo demás no tengo inconvenientes. Además, usted no tiene buen aspecto, sus párpados están demasiado hinchados, la barbilla muy descuidada y mire nada más ¡Qué cutis! ¿Por qué no se cuida? Discúlpeme, pero está fatal. Hágase una cirugía pero de urgencia. —Mire, no me importa lo que dice y la cosmetología me la paso por el arco del triunfo. “Pero, ¿Estás bien? Dices incoherencias y no has bebido ni una gota de alcohol. Alberto, ven a mirar a tu hermano que está rarísimo”. —Por si no lo sabe. Un hombre es atractivo por lo que sabe y por lo que gana. Usted será muy profesional y conocerá a media constelación de estrellas en Hollywood pero aquí está de más así que se puede ir yendo a su estética y ponerse maquillaje por donde mejor le parezca. “Ricardo, ¿Te sientes bien? ¿Quieres que te llame al doctor?”. —No quiero nada, lo único que no soporto es a este patán miserable. Maniquí ridículo, lárgate de aquí. ¡Momia! ¡Eres una piltrafa! ¡Momia! ¡Momia!

No recuerdo en que situación quedé con mi hermano y mi cuñada. Cuando desperté estaba en una amplia habitación y había seis camas en las cuales descansaban algunas personas con aspecto de enfermos. Apareció una enfermera y me dijo que ese día me darían de alta, que si necesitaba un justificante para el trabajo se lo pidiera al doctor Andrei. Recogí mi ropa, me cambié, guardé el justificante firmado por el psiquiatra Andrei Pavlovich Pavlov y me fui a mi dulce hogar. Al día siguiente salí al trabajo y tuve un día habitual. Los siguientes fueron parecidos y tenía la impresión de que nunca había sufrido por ninguna figuración ni conversación con los seres que se me habían aparecido. A los tres meses de dedicarme en cuerpo y alma a mis proyectos atrasadísimos de ventas, vino a verme el jefe.

“¿Ya se le olvidó que tenemos una reunión, Ricardo?” Era verdad, teníamos que cerrar el trimestre y hacer una nueva propuesta de encuestas para un nuevo producto que nos habían encomendado. Fui con mi cuadernillo de notas a la sala de conferencias, saludé a mis compañeros y pedí mi café con leche y unas pastas. Durante la espera cogí una botella de agua mineral y bebí unos tragos. El jefe empezó repasando los puntos importantes de la sesión. Habló de los beneficios de la empresa, del duro periodo por el que estábamos pasando y, poco a poco, nos fue repitiendo la misma perorata de todas las reuniones que habíamos tenido hasta ese día. Dos horas después de estar discutiendo sobre los aspectos más importantes de nuestra labor, sentí que uno de mis compañeros me llamaba. Creí, al principio, que se trataba de Armando porque él es quien siempre me consulta cuando tiene dudas o requiere de alguna explicación especifica. ¿Ahora qué te pasa, Armando? “No soy Armando. Me llamo Steve y vengo a dejarte sólo un consejo para que le des pautas a tu jefe para su campaña publicitaria y, de paso, te asciendan. Pronto necesitarás de una buena suma de dinero porque dejarás de trabajar”. Era el fundador de la empresa más fuerte en multimedia. No lo podía creer. Quería tocarlo pero se esfumó en cuanto hice el intento de extender el brazo. Hubo una pausa, ocasionada por una pregunta que había hecho el jefe, entonces sin pensarlo, comencé a hablar.
Escuche, por favor. El marketing — exclamé con una risa pícara—, es como el sexo. Todos dicen que son buenos haciéndolo pero en cuanto los meten en una cama, puras lágrimas. Si queremos vender hay que recordar que no vamos a inventar de nuevo la rueda, tampoco vamos a competir ni buscar los más altos resultados. Ya hay un ejemplo de un grupo que vendió un libro basura y ganó muchos millones de dólares. ¿Cuál fue la clave? Pues, atacar los instintos más bajos del deseo y manipularlos con anuncios que crearon la duda desde el principio. Les propongo que analicemos ese programa de ventas y lo adaptemos a nuestro producto. Nadie objetó nada, pero tampoco hubo ovaciones. El jefe permaneció unos segundos estupefacto pero luego se rio. “! Genial! ¡Genial! Tiene razón, Ricardo. Vamos a ver en qué consiste ese programa y vamos a adaptarlo a nuestras necesidades. Muchas gracias, Ricardo, Tiene garantizado su ascenso, eh”.

Esa misma semana me convertí en el jefe de departamento de ventas, sin embargo conforme pasaban los días mi apatía era como la bola de un escarabajo pelotero y al final ya no pude soportarla y fui directamente con el jefe para renunciar. Trató de convencerme, por todos los medios, de que me quedara pero rechacé todas sus ofertas. Cogí la indemnización que me entregó el contable y me despedí de todos.
Los días comenzaron a hacerse interesantes porque podía llevar a cabo sesiones intelectuales con infinidad de personajes célebres, incluso fue posible invitar a algunos protagonistas de las mejores obras de la literatura como: Don Juan, Ulises, Madame Bovary, etc. Había ocasiones en las que realizaba las tertulias en los restaurantes, en los puntos de reunión de los periodistas, en universidades, incluso en las mismas conferencias a las que asistí, tuve la oportunidad de invitar a mis amigos. Recuerdo la fuerte impresión que le causé a Carlos Fuentes cuando en su conferencia sobre su obra, llamé a Artemio Cruz y le transmití al autor todas las palabras e ideas del personaje. El éxito fue tan rotundo que Carlos me regaló una colección completa de sus libros y me hizo una invitación para que discutiéramos aspectos de la novela moderna.

Habría ido a la cita pero me fue imposible porque un accidente me lo impidió. Habíamos quedado de vernos en cuanto Fuentes volviera de Francia, donde le entregarían un premio por su trayectoria. Por alguna rara razón, que queda fuera de mi competencia, comenzaron a materializarse personajes malos y criminales. En una ocasión tuve un conflicto con Ted Bundy que me trató de obligar a raptarme a algunas mujeres para violarlas y asesinarlas. Me puse como energúmeno y grité como poseído, fue tanta la algarabía que provoqué que fue necesario llevarme a la comisaría, sin embargo, cuando llegué con la policía para hacer mis declaraciones me encontré a un hombre muy flaco con bata blanca que llevaba un cigarrillo sin filtro en la boca y que comenzó a interrogarme con tanta persistencia que me vi obligado a invocar a Freud, Jung, Vygotski, Piaget, Fromm y a Chomsky, como moderador, claro. La discusión duró más de tres horas y al final el doctor pidió que me sacaran inmediatamente y me mandaran a mi casa. Me subieron en un taxi y por el trayecto el taxista, cansado de mi dominio del lenguaje popular, que no eran más que las palabras que me decían Cantinflas, Cachirulo y Piporro. Ocasionó que nos estrelláramos contra un muro de contención en una vía de gran velocidad. El imprudente chofer falleció y yo quedé sordo por un mal golpe que me bloqueó la parte del cerebro responsable de percibir los sonidos.

Me fue muy difícil adaptarme a la nueva situación porque tenía el poder de invitar a los personajes famosos de siempre, pero no los escuchaba y cuando les pedía que me escribieran algo, la mayoría se negaba argumentándome cosas con las manos y la cara, pero no los entendía. Por fin, me resigné a mi destino y comencé a buscar una solución a mi problema solicitando ayuda. Todos los días escribía notitas en hojas de cuadernos viejos y las dejaba en las mesas de los cafés para ver, si de pronto, se apiadaba de mi algún genio sordo y me hacía partícipe de sus brillantes ideas.

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