Un juego peligroso

Un juego peligroso

Fernando Aiduc

16/04/2021

Andrés preparó café, fue hasta su escritorio y encendió la computadora. Prendió un cigarrillo y pensó qué hacer después. Se decidió por lo más sencillo: Ingresar a su sala de chat favorita.

Su grupo estaba formado por Katy, Russita,; Loba; Príncipe, y Krosty, que controlaba la sala. Él era Eric el rojo.

Escribió la dirección de la página en el buscador de internet y esperó. Krosty no estaba en línea y de sus amigos solo estaba Loba
que, después de saludarlo, se fue de la sala. En ese momento alguien nuevo se conectó. Se llamaba 666_Master of the Shadows y saludó a la sala ofreciendo cumplir un deseo a cambio del alma.

Nadie prestó atención al nuevo ni a su extraño ofrecimiento y segundos después sólo quedaban tres usuarios. Andrés decidió irse también, preparar otra taza de café y mirar la televisión. Al levantarse tropezó con los cables que colgaban detrás del escritorio y estuvo a punto de caerse. Fue hasta la cocina, regresó y, cuando se disponía a apagar la computadora, un mensaje llamó su atención:

666_Master of the Shadows: Hola Andrés

Se sorprendió, pero recordó que para entrar a las salas de chat había que usar la dirección de correo electrónico y que, si no se ocultaba, era visible para todos los usuarios. La suya era simple: su nombre completo.

Como la información de 666 estaba oculta decidió llamarlo Master.

—Hola, Master —escribió Andrés.

— ¿Querés algo a cambio de tu alma?

666 no parecía interesado en otra cosa y Andrés escribió su respuesta pensando que con el correr de los minutos el diálogo se pondría más interesante.

—Sí. Quiero un millón de dólares —escribió.

—Bien, no hay problema —respondió 666—, sólo tenés que escribir “Cambio mi alma por un millón de dólares” y repetirlo en voz alta.

—¿Dónde estás? —preguntó Andrés.

El otro repitió:

—¿Querés algo a cambio de tu alma?

—Bueno, dejá de joder con eso —escribió Andrés, y encendió otro cigarrillo.

Lo que leyó a continuación lo dejó pasmado. 666 había escrito:

—Eso te va a matar y no vas a poder disfrutar de tu millón de dólares.

Que el tipo ese supiera su nombre real no era ningún misterio, pero que había encendido un cigarrillo en ese preciso momento era imposible. Andrés escribió lo primero que se le ocurrió:

—Todavía no me lo diste.

—Todavía no me lo pediste.

—¿Funciona?

—Siempre.

—¿Qué garantías me das?

—Es fácil —respondió el otro—, hacés como te digo y ya, no hacen falta garantías.

—A vos te sobra la guita, ¿no?

Intentaba hacerse el gracioso, pero en realidad pensaba que podía ser víctima de una broma, aunque eso no lo convencía demasiado. Lo del cigarrillo lo tenía un tanto inquieto y ya no estaba tan tranquilo como al principio.

—¿Cómo supiste lo del pucho? —inquirió.

—Yo lo sé todo.

—Bueno, hagamos una cosa, vos mandáme la guita a casa y después te doy mi alma, ¿te va?

—Así no funciona. Además, a tu casa no puedo mandarlo; no tenés buzón y la correspondencia te llega a la oficina. Sería extraño recibir tanta plata ahí, ¿no?

Andrés se quedó duro. Aquello era cierto, pero ese tipo no podía saberlo; a menos que…

—A ver, vos me conoces —escribió—. ¿Quién sos? ¿Pablo?

Pablo trabajaba con él y sabía que el buzón de su casa, que colgaba por fuera de la reja, había desaparecido una noche y Andrés nunca lo había reemplazado. Eso también lo sabían sus padres, pero ellos apenas podían con el control remoto de la tele y nunca hubieran hecho algo así. Y lo del cigarrillo seguía siendo sumamente inquietante. Por un momento pensó que 666 podía verlo por la ventana, pero descartó la idea porque la persiana estaba cerrada.

Mientras pensaba en eso 666 escribió:

—Pablo está durmiendo.

—¿Sí? bueno, yo también me voy a dormir, chau.

—Si te vas te perdés el millón de dólares ¿No lo querés más?

Andrés decidió darle gusto y terminar de una vez por todas con ese estúpido juego.

—Está bien —escribió Andrés.

—Perfecto. Sólo tenés que escribir “Quiero un millón de dólares a cambio de mi alma” y repetirlo en vos alta mientras lo escribís.

—Sí, ya sé. Ahí va: “Cambio mi alma por un millón de dólares”

Andrés repitió la frase en voz alta, envió el mensaje y esperó. Un espasmo involuntario se apoderó de su cuerpo al segundo siguiente de apretar la tecla Enter, como si una corriente de aire muy frío se hubiera colado en la habitación.

Estaba por levantarse y apagar la computadora cuando 666 escribió una sola palabra más y abandonó la sala:

666_Master of the Shadows: Hecho

De repente se sentía cansado, mareado y con mucho frío, pero era un frío distinto, que surgía desde dentro de su cuerpo. Caminó hasta su cama y comenzó a desvestirse. Se agachó para desatar sus zapatos y miró hacia el escritorio. Lo que vio lo dejó paralizado: Al enredarse con los cables, cuando había ido a prepararse café, había desconectado la ficha del módem.

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo mientras recordaba su extraño dialogo en la sala de chat. En ese instante la verdad lo golpeó con fuerza, como una súbita y terrorífica revelación: A partir de esa noche su vida ya no sería la misma.

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