Si algo se ha quebrado, se exige una reparación. Y, sin embargo, la cicatriz te recordará siempre que la ruptura tuvo lugar, que ya nunca podrás volver a ser el mismo.

I

Actuar es vivir, se decía para sí Clopa con frecuencia. Estar vivo no siempre significa vivir y, por tanto, a veces uno necesita elevar la apuesta para conseguir la intensidad necesaria que requiere el movimiento de la vida.

Cada noche repetía la misma función y nunca era la misma. Pero cada una de ellas aspiraba a ser la más auténtica, la que correspondiera a sus emociones. No es cosa baladí hacer reír a los demás. Si tanto la norma como la noticia apelan siempre al sufrimiento desgarrador, eso deber ser una pista. La risa no sólo es compleja, sino controvertida.

Desde la óptica ilusa, hay quién defiende la risa diciendo que algo tiene que ver con la alegría, y que la alegría es cosa buena y necesaria. Flaco favor. La risa verdadera nada tiene que ver con la jovialidad y, mucho menos, con la alegría. La risa auténtica no celebra la vida, sino que la sanciona, la torna soportable al mostrar que la absurdidad lo rodea todo. Sin escapatoria, no cabe llorar más: sólo dudar y, por tanto, reír mucho. El contraste es la clave. Visualizar el límite. Por eso, reír es humano e, incluso, a veces demasiado humano.

Todo mal arranca del estómago. Clopa se dió cuenta de que todos los pesares digestivos acontecidos en los últimos años marcaban la historia de una caída de la que apenas pudo darse cuenta en el momento de la misma. Por eso le dolió tanto. El impacto es importante para hacer un análisis de daños, pero cuando se muere suavemente, tan despacio, es muy difícil captar el proceso. Era por esa razón que ahora que esos pesares se estaban volviendo más puntuales, ahora que creía haber recobrado algo de la fuerza pérdida, ahora y justo ahora, comenzó a darse cuenta de que hubo un tiempo en el que él fue mucho menos él que nunca. De manera parecida a cuando el buen tiempo comienza a despertarnos del sueño invernal del que no éramos del todo conscientes… así Clopa estaba renaciendo, aunque sólo fuera para poder morir bien.

II

Clopa va a actuar esta noche. La tradición aún marca que cualquier Clown que se precie debe llevar a cabo su representación en un horario nocturno sin concretar pero siempre antes de medianoche. Ha mandado colocar espejos en la tarima. Espejos que le enfocan a él y espejos que enfocan al público. Los espejos lo cubrirán todo, los espectadores no lo verán a él, y él no los verá a ellos. Un tipo de experiencia que, tal vez, busque el “conócete a ti mismo” abelardiano o, simplemente, una manera de resguardarse de la mirada del otro.

La hora del número se acerca y, por tanto, llega el momento de la improvisación. Habiendo pensado tanto en la forma de la actuación de esta noche, se resistió a pensar demasiado en el contenido. No siempre la existencia precede a la esencia, al parecer.

En la consulta del doctor, él no pudo hallar comprensión pues, ¿Quién iba a hacer reír al payaso? Nadie esperaba que él necesitara de la risa pues, si fuera así, ¿Por qué la seguía regalando?

¿Pero es que acaso ningún otro oído era capaz de escuchar su lamento? Nunca iba a poder dejar de actuar, por mucho que le agotara esa ofrenda continua a la hilaridad. Esa pulsión era insustituible en él por nada, y la destrucción sin más no era opción. Sólo la repetición. La repetición continua e inexorable en la que, el único consuelo, era poder repetir no siempre lo mismo.

El público aplaude su salida y él se sigue conmoviendo porque ningún espejo es capaz de resguardarle de ese sonido, de ese sonido que no está en él, pero que es por él. Los focos comienzan a forzar las primeras gotas de sudor en su frente nada más salir al escenario. Con la mano derecha intenta secarse mientras prueba a carraspear para calentar la voz. Pero no puede. Ningún ruido sube por su diafragma, ni tan siquiera es capaz de sentir el esfuerzo y sufrimiento del afónico, simplemente no hay nada sonoro que pueda salir de su boca. Una línea, plana, completa y total. El público, en cambio, sí que comienza a murmurar. ¡E incluso a carraspear!

Llevará varios minutos en el escenario, parece que aún nadie se ha levantado de su asiento pero, en cambio, el espectáculo no parece haber comenzado. La escena se dilata más y más en el tiempo hasta que comienza a percibir que los asistentes se levantan en masa, su propio silencio le ha obligado a poner atención en el antaño ruido y ahora consuelo del otro. Él esperaba a escuchar pasos. Que se vayan y así terminará ya tan tremenda humillación. Pero no. Los asistentes mantienen la quietud, mucho más quietos de lo soportable, hasta que ese silencio se rompe de forma abrupta con un ensordecedor aplauso. Clopa no sabe si cabe preguntar aquí, ¿por qué? Así que, al terminar el sonoro y duradero aplauso, espera escuchar esos pasos que lo alejen definitivamente de su público. Pero tampoco. Los asistentes se estiran, se acomodan y se vuelven a sentar.

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